¿Fútbol y orgasmos fingidos?

El fútbol a puerta cerrada ha conseguido montajes surrealistas. En el final de temporada, la televisión ha animado los partidos con simulaciones para que la gente no decayese contemplando el cemento de las gradas o el plástico de los asientos vacíos, y ha insertado ruido ambiente y público virtual. Un día, asistí a un encuentro de esos y me pareció que era como fingir un orgasmo. ¡Y eso que no hay nada más anticlimax que ver un estadio completamente desierto!

Ese sonido ficticio que evoca cánticos de los espectadores y que incrementa su volumen con determinados lances del juego o con los goles es como una respiración agitada y un ¡ay ay, ay! sin chicha ni limoná. Gemidos de pacotilla porque el ‘tikitaka’ no funciona. Los efectos especiales se han encargado de embellecer los partidos con un croma deportivo que era cualquier cosa menos sugerente.

Rellenar las gradas con figuras humanas moviéndose habría, dado, seguramente, lugar a distracciones, así que han emborronado los asientos con gente fija. Hasta es posible que en el futuro, aunque haya público, la televisión adorne las retransmisiones y lo sustituya por peña digital, que no solo no incordia, sino que además hace de coro griego. Hará la ola en los momentos álgidos del partido y se moverá rítmicamente y arqueará la espalda cuando el delantero empotre un gol en la portería. ¡Ay la tele!, ese artefacto que tantas veces refleja las mentiras de la vida.

Y al cuarto mes… todos con el bozal y la máscara

El culebrón mascarillas no deja de sumar episodios. Del «no tienen ningún sentido», a ser obligatoria «siempre y en todo lugar». Hubo un tiempo en el que el propio gurú de la pandemia, Fernando Simón, aseguraba que los protectores «solo producían una falsa sensación de seguridad». Porque en febrero, «no tenía ningún sentido su utilización», y en marzo se decía; «si estás sano, no la uses». En abril, fue el propio presidente Sánchez el que empezó a recular y aparecer embozado. Ya en mayo se hicieron obligatorias en el transporte público. Y ahora, todos enmascarados.

Quizá hace tres meses no se podían imponer por simple escasez, pero sabiendo a ciencia cierta que evitaban contagios, habría que haberlas recomendado. Yo, la verdad, ya solo le veo ventajas; ahorro un montón en cosmética –creo que las firmas de pintalabios tienen los días contados–, no hace falta sonreír, y cuando pones cara de asco, tu interlocutor ni se entera. Además esa sensación de asfixia en verano, como un golpe de calor eterno, es la mar de reconfortante, y que se te empañen las gafas, no tiene precio. ¡Menos mal que creíamos que el calor eliminaría el virus! A ver si alguien consigue tapabocas con aire acondicionado. Porque ya de llevarlas, hacerlo como Dios manda. Ni hecha un rollito en la muñeca, ni de brazalete, ni de orejera y mucho menos de babero. Todo, para que la nueva normalidad no sea como la vieja, pero con una mascarilla en el codo.

Vox, sociedad (muy) limitada

A Santiago Abascal, que es un pupilo aventajado de Torrente (el del brazo tonto de la ley), le gustaría mandarnos en la campaña de las elecciones del 12-J banderas de España por Glovo. Una tontería. Como la última chorrada de Voz Vizcaya que ha sido confundir el Ayuntamiento de Bilbao con el Teatro Arriaga. En su cuenta de Twitter, esta formación, que aspira a entrar en las instituciones vascas, llegó a publicar un mensaje con una imagen del Ayuntamiento y con el hashtag #LoNuestroPrimero, #Bilbao, #Cultura, presentando la foto que lo acompaña como Teatro Arriaga.

En pocas horas, borraron la pifia, pero las redes sociales no tardaron en descojonarse. Respondieron con fotos como la del Taj Majal como “otra perspectiva del Teatro Arriaga”, o de San Mamés de noche “qué bonito estaba el teatro iluminado”. Otro usuario de Twitter etiquetó una imagen del Coliseo de Roma como el mencionado teatro; “¡Pues sí que ha cambiado el Arriaga con el covid!”, decía. Teniendo en cuenta que esta gente lo tiene todo centralizado en Madrid, nos podemos dar con un canto en los dientes por haber puesto el Ayuntamiento y no el Teatro romano de Mérida. De banderitas ya sabrán pero de edificios emblemáticos, ni puñetera idea.

Una metedura de pata solo comparable a la que tuvo Pablo Casado localizando Getxo en Gipuzkoa. ¡Anda que no ha pasado veces Casado por el Getxo guipuzcoano cuando iba camino de Harvard!

La rebelión de los pijoflautas

Como el virus no se mueve por sí mismo, sino que necesita idiotas que lo trasladen, en el barrio de Salamanca de Madrid y otras zonas de «ringo-rango» se les ha dado estos días por organizar reuniones de mega pijos peperos para manifestarse contra el Gobierno. La «cayeborroka» la llaman porque hay señores engominados aporreando contenedores con palos de golf y señoras golpeando las señales con cubiertos de plata. El conato de revuelta se inició con una protesta de «pijoflautas» contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez por la negativa a incluir a Madrid en la fase 1 de la desescalada en la milla de oro. Y a partir de ahí, concierto de caceroladas sin distancia de seguridad y saltándose todas las normas. ¡El virus unido, jamás será vencido!

Paradojas de la vida, la revolución de los «borjamaris» en uno de los barrios más ricos de Europa y con las viviendas más lujosas del país. ¡Lo que habrá sufrido esa pobre gente durante el confinamiento! Aislados en casas de 250 metros cuadrados, sin servicio, sin entrenadores personales ni tratamientos de botox… Protestas de rebeldes de salón, los mismos que dijeron que las grandes aglomeraciones como las del 8-M propagaron el covid. Todo muy cívico, solidario y ejemplar con la que está cayendo. Un consejo a la policía; no enviéis los antidisturbios al barrio de Salamana. ¡Enviad inspectores de Hacienda! Ya veréis que pronto se dispersan.

La gran desescalada

Oye Pedro Sánchez, si este verano no vamos a poder ir a la playa, dilo ya para poder seguir comiendo. De los autores de «Este confinamiento, quédate en tu talla», llega ahora «La gran desescalada», en la que, como en una peli de los hermanos Marx, la parte contratante de la primera fase será considerada como la parte contratante de la tercera fase. En un país donde cada Nochevieja nos tienen que explicar cómo comernos las uvas, la desescalada pinta mal. Aquí va alguna pista. La de preparación, la fase 0, que comienza el lunes, parecerá un soniquete. Luego vendrá la fase 1, que será un carrillón. La fase 2 sonará como los cuartos, y finalmente, la fase 3 serán las campanadas. ¿Pero no había 4?

Los gallegos (como no saben si vienen o si van) vacilarán y no decidirán en cuál estar. Los catalanes se ahorrarán la 2 y la 3 (para no gastar). En Canarias tendrán una fase menos. Y los vascos, nos plantaremos directamente en la fase 5, sobre todo los de Bilbao. En la transición a la nueva normalidad, que no llegará hasta finales de junio, el gran hermano Orwell está en camino. Después de más de cincuenta días enclaustrados y con el BOE bajo la almohadapara entender esta desescalada a tientas, lo mejor es tomárselo con humor, aunque sea amarillo. Por eso, muchos recomiendan que el gobierno no pierda el teléfono de los chinos de los test. Así cuando llegue el verano, le pueden comprar también los de alcoholemia.