Bolis caídos

Insumisos contra los recortes sociales
El último globo sonda es que habrá que instalar peajes blandos en autovías, hasta ahora gratuitas, porque las carreteras «no se arreglan solas». ¡Ah! debe ser que el impuesto de matriculación de los vehículos se abona para construir pipicans, que el impuesto de circulación se desembolsa para que tengamos el coche en el garaje y que los gravámenes sobre los carburantes son para colocar malabaristas en los semáforos. Sin citar la ITV.

Ya ni se podrá sacar la bici del trastero porque impondrán un canon por el uso de las aceras. Mariano Rajoy ha anunciado que el tema de los peajes no va a ir a ningún consejo de ministros. Ya entiendo, eso significa que irá directamente al BOE. Luego, que a nadie le extrañe que el personal se rebote y llame a la desobediencia civil.

Como todavía circula sangre por las venas del tejido social, algunos han iniciado una guerra silenciosa, sin necesidad de pancartas, ni de salir a las barricadas. En Barcelona, los conductores se han declarado insumisos contra los peajes para montar la gresca. En Madrid, proponen colarse en el metro como respuesta a las mayores subidas de los últimos lustros. Y en Euskadi, los ertzainas han iniciado una huelga de multas, en protesta contra los recortes laborales, en otra clara muestra de querer independizarse de los políticos. Aunque igual, la actual caída de bolígrafos la terminamos pagando mañana con una subida de libretas.

Pan y circo

La polémica escena del beso

¡Guten morgen! Como cada mañana, el lema siempre es el mismo; ya que no podemos garantizar el pan, mantengamos el circo a pleno rendimiento. Por eso, los protagonistas de la semana han continuado siendo los safaris y sobre todo, doña Corinna, la acompañante del rey. Los parlamentarios se han puesto en plan Sálvame y el affaire africano y la caza mayor han triunfado, sobre todo para IU, que además de roja se ha vuelto rosa y preguntó en el Congreso: ¿Quién ha nombrado a doña Corinna representante de su Majestad? ¿Quién la nombró consejera estratégica de la delegación oficial conducida por el rey que fue recibida en abril de 2006 por el príncipe Al-Waleed de Arabia Saudí? Eso sí, la mesa del Parlamento tumbó las preguntas.

No era cuestión de perturbar a Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la acompañante del donjuán septuagenario, que es ya la estrella más perseguida de cientos de paparazzi. ¿Y qué pasa con Sofi? ¿Qué escandalazo se hubiera montado si hubiera sido pillada paseando a un concubino por el mundo y se hubiera roto la cadera antes de asistir a un concierto con su ligue? Así las cosas no es de extrañar que visitara al rey en la clínica tres días después y durante solo quince minutos. Lo que no ha trascendido es que le llevó la hoja de jubilación por incapacidad total para que la firmase. Del divorcio ni hablaron porque cómo tienen gananciales, si hay que repartir España, ninguno quiere quedarse con Vascongadas.

Nace la generación de los aititeflautas

Al hospital con la Visa entre los dientes

El estado del bienestar está más caducado que un yogur del año pasado. Entre tanto copago, repago o yonopago, pronto volveremos a la medicina alternativa, a tirar de curanderos, chamanes y brujos de la tribu. «Curo dolor de espalda invocando a Txomin el grande con la sangre fresca de un gallo. Precio muy asequible; 20 euros, los jubilados pagan solo el 50%». O «Soluciono el mal de estrés con magia negra y desollando pollos. Tarifa al alcance de cualquier trabajador mal pagado».

Las pócimas sanadoras y los elixiris mágicos se venderán en los mercados de abastos junto a las salchichas y los higadillos. «Inmejorable jarabe para solucionar la impotencia. Si no le funciona como el Viagra, le devuelvo su dinero. Abstenerse afectados por ERE».

Los problemas de corazón se tratarán con hechizos. Los conjuros sustituirán al dentista y un cordel hará las veces de sacamuelas. No nos lo están poniendo fácil para sobrevivir. En los ambulatorios instalarán una máquina para pasar la Visa que el enfermo llevará reglamentariamente en la boca o tatuada en la piel, si ya ha perdido los dientes.

Se está cociendo una nueva generación; los aititeflautas. Eso sí, cuando los antidisturbios vayan a disolverles que usen gominolas que la osteoporosis es muy traicionera. Porque los predicadores/tertulianos pronostican el Apocalipsis financiero, los periodistas escriben sobre el Armagedon económico, los expertos vaticinan la hecatombe del sistema y los ministros nos dan sepultura.

¡Mitrofán vive!

El título lo dice todo

Felipe Juan Froilán de todos los Santos se disparó en el pie por no conocer la moraleja popular; es más peligroso que un Borbón con pistola. Y cuatro días después, don Juan Carlos se pegó un trompazo estando de caza en África porque no quería esperar al partido de Copa para estar rodeado de leones. Después de estos percances, se confirma que los accidentes son, para la casa Real, como los juegos reunidos, cosas de familia, pues su excelso abuelo se cargó a su hermano en otro accidente de armas.

Quizá el nieto mayor de don Juan Carlos se estaba preparando para el ataque de Mitrofán, aquel oso emborrachado con vodka y miel en Rumanía para que el Rey de España lo abatiese de un certero disparo. Una cacería amañada, todo un reto para la Monarquía. O tal vez el pequeño infante solo pretendiese pulverizarse el pinrel para ponerse una pata de palo e imitar los andares de su aitite.

Desde que el hijo de Doña Elena metiese pie y medio en el hospital, las versiones sobre lo sucedido han corrido como la espuma. Algunos dicen que Froilán estaba copiando a la prima de riesgo porque los dos se han disparado. Otros han afirmado que el pequeño infante sale al padre porque también se ha pegado sus tiritos. ¡Vaya carrerón lleva esta familia! En cualquier caso, Froilán ya se siente como el tito Urdanga. «¡¡Bang!! Ya estoy imputado, mamá», dijo nada más dispararse, según cuenta el populacho. «Amputado, bobo, amputado, no imputado», le respondió la madre. Así las cosas, el clamor es general y se exige unánimemente a la Familia Real que se disuelva y entregue las armas.

Yonqui de la grasa

 

Aunque esta sea la receta de marisco de Rajoy para 2012, yo me inclino por la versión clásica.

He probado la alta cocina, la que puebla los blogs gastronómicos de palabras rimbombantes y sienta cátedra cuando se reparten las estrellas Michelin. La disfruto, sobre todo si no pago yo. Me sumerge en una meseta relajada que casi siempre acaba en el clímax cuando ponen un postre de chocolate.

Sin embargo, de vez en cuando, me siento arrastrada hacia la dieta paleolítica, esa que se sitúa en los confines del infierno de la comida basura. Debe ser que tengo un paladar de perfil bajo y un horizonte gastronómico cutre, pero cada cierto tiempo siento la irremediable necesidad de comer algo de fast food: pizzas, hamburguesas o kebabs. Según algunos estudios, la adicción que generan este tipo de platos es similar a la de la cocaína o la heroína, por lo que no sé si técnicamente me puedo considerar una yonqui de la grasa.

Es cierto que siendo más joven, hice mis primeros escarceos gastronómicos y tuve una bonita pero fugaz historia de amor con algunos platos caseros. La relación fue intensa aunque, de repente, se me cortó el rollo con una mayonesa y tuve una amarga experiencia. Desde entonces fui cayendo en los brazos de aquellos menús del día que me guiñaban el ojo desde una pizarra, amores ficticios para un rato que no me llegaban a satisfacer y me vaciaban los bolsillos. Luego pasé a los precocinados de microondas, pero hubo gatillazo. Ahora me he adentrado en la cocina tántrica y todavía estoy buscando un buen catering afrodísiaco.