La parrilla televisiva es hoy una sucesión de pijas sin cerebro embutidas de colágeno. Mujeres, Hombres y Viceversa (Telecinco) es el escaparate de esas barbies con pechuga de plastilina y zapatos que podrían perforar un túnel de metro. Rubias de bote que utilizan maquillajes cinco tonos más oscuros que su piel y ma-tan por sus planchas de pelo. Tipas chabacanas y excesivas, estilo Belén Esteban pero abandonando el formato 1,55, se disputan el casting de Gran Hermano y salen elegidas. Rubias oxigenadas y neumáticas, que declaran sin pudor que el mayor reto de sus vidas es ser un imán para el sexo opuesto. Es el pendón total look descrito con maestría por Carmen Rigalt: «La chica que no usa apreturas de muñeca hinchable ni lleva las tetas en bandeja, no sale en la foto». Los diseñadores interpretan a la mujer en clave drag queen: plataformas altísimas, rostros pintarrajeados de forma inquietante… A este paso, todas acabaremos con pinta de travesti o de puta. Ni siquiera nos salvamos las cacatúas. Porque en un intento cutre de replicar Mujeres Ricas (La Sexta), miles de señoras han adquirido el status de chonis y conviven en el súper con peliteñidas de escotes profundos como una catarata y minifaldas púbicas. Pero la tele ofrece su propia catarsis y para curar el desvarío propone Las joyas de la Corona, ese concurso que enseña a unas poligoneras a tomar el té con el meñique subido y a ajustarse bien el Dolce&Gabbana para luego mandarles de vuelta a la caja del Dia.
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¡Y un jamón!
Un fiscal acaba de archivar la denuncia de un alumno musulmán de Cádiz contra su profesor. El docente aludió al jamón en una clase de Geografía cuando explicaba los beneficios del clima frío y seco en la curación de este manjar y el chaval, pelín fanático, se ofuscó. La denuncia era tan ridícula que hasta la comunidad islámica la calificó de soberana tontería. Era tan grotesca como argumentar que hablar de jamones es fomentar la xenofobia. Por eso, a esta gente que prefiere alimentarse de intolerancia antes que de morcilla, que le den ídem.
Aunque el jamón no sea un producto halal (permitido) para el consumo de los musulmanes, eso no significa que esté prohibido conocerlo y citarlo, al igual que el vino. Después de oír muchas lindezas, lo único que tiene asegurado este profesor es que sus denunciantes nunca le llamarán cerdo. Pero ha debido tragar con las chorradas de colectivos que se niegan a integrarse en el país de acogida; de estos que pretenden que seamos nosotros quienes cedamos ante sus exigencias o que viajemos en el tiempo unos cuantos siglos. Vivimos en la dictadura de las minorías y en cuanto pronuncian la palabra racismo o derivados, que Dios o Alá nos pille confesados. A este paso, después de quitar crucifijos y belenes, terminaremos cerrando las charcuterías. Tranquilos. Que a mí me pueden mandar un jamón esta Navidad… De Teruel, de Jabugo, de Trevelez, de Los Pedroches, de Salamanca, de Guijuelo, de la dehesa de Extremadura, de york… que como de todo.
La prima Moody’s
Todas las mañanas cuando enciendo la radio hay una familia que organiza un pollo. Siempre es la misma. Una prima del locutor, que debe llamarse Moody’s, resulta que ha bajado una nota y ha armado la marimorena. La pariente debe tener muy mala baba porque cada vez que hace una visita se lanza a dar ultimátums para que nos pongamos las pilas con la cesta de la compra. A veces he creído oir que es una prima de riesgo, no sé si porque es gafe o porque va metiendo la pata cada vez que abre la boca. Pero la parentela sufre accidentes constantemente. Hay un tío del mismo locutor, que creo que se llama Ibex, y que todos los días anda por un parque europeo cayéndose. Dice que no levanta cabeza. Un día se pegó un batacazo y casi le tienen que dar 10.000 puntos. Aunque eso no es nada porque cuando andan fatal o quieren quitarse mucha mierda de encima acuden a unos parientes lejanos algo mafiosos que se apellidan bonos basura y que deben vivir realquilados en el contenedor de un banco.
Y todo porque la cuñada está como una tapia, oye campanas y se empeña en que España acabará cayendo por el mismo agujero que ya se ha tragado a Grecia e Irlanda. No se ha enterado que Felipe González (68 años) cobrará un mínimo de 126.500 euros al año por ser consejero independiente de Gas Natural. ¿Quién había dicho que en España no se crea empleo? ¿O que los mayores de 45 años lo tienen muy chungo para trabajar? ¿O que nadie quiere jubilarse después de los 65?
Papa Noel muere asfixiado
Hay pocos acontecimientos que generen más estrés que la Navidad. Y eso que ni siquiera estoy pensado en el virus consumista, las aglomeraciones, los villancicos o la familia. Tampoco en el síndrome Grinch, esa fobia que se diagnostica hacia la Inmaculada y acaba el 7 de enero. Lo que realmente no puedo soportar es que estas fechas me obligan permanentemente a tomar decisiones. Me fastidia estar pensando si monto el árbol o pongo el belén… Si Nochebuena la paso con los padres o con los suegros… Si me arruino en lotería para acabar diciendo aquello de lo importante es la salud.
Me da rabia decidir si tengo que ir a cenar con esa compañera de trabajo a la que todo el año no puedo tragar y que ahora me hace confidencias sobre su vida sexual porque Iberdrola ha puesto luces de colores por la calle y El Corte Inglés ha echado nieve de poliestireno en los escaparates. Me da grima pasarme un mes comprando regalos para luego pasar otro cambiándolos. Me revienta estar pensando si chutarme todas las grasas saturadas del mercado para luego estar a fruta y verdura. Prefiero no pensarlo y me sumo a la orgía navideña.
Lo primero es bajar al trastero a resucitar mis adornos del año pasado. Pero entonces me encuentro a las estrellitas ahogadas en moho, el dorado de las figuritas se ha vuelto una pasta pringosa que ha electrocutado a las bolas, guardadas junto a las luces. Y el espumillón se ha enroscado en el Papa Noel que ha muerto asfixiado. Santa Claus ha muerto. ¡Viva el Olentzero!
Huevos pasados por agua
Te vas a tener que cambiar de nombre, bonita. Y luego limpiarte esa boquita con jabón. Porque estás soltando unas perlas… Sí, esto va para ti, Cristina Antón. Sí, tú, la que te estás autoproclamando en las redes sociales como una víctima esclavizada por el ministro Blanco, incapaz el pobre de matar una mosca. «Es muy fácil imaginar mi curro desde vuestros sofás, durmiendo ocho horitas cada noche. Si venís a trabajar conmigo no podéis con vuestros huevos. Vuestro puente de puta madre, y yo curro dieciséis meses al año», dice esta controladora aérea de Son Sant Joan desde su blog. Cristina borda el papel de poli malo y encima se pone chulita: «Vamos a acabar empotrando un avión». Más tarde aparece el poli bueno. Es el portavoz sindicalista guaperas del que ya habíamos tenido noticias, César Cabo, ese chico que parece siempre a punto de montar en un yate después de un garbeo por Puerto Banús, y pide disculpas. «Que se entienda que un desquicie semejante solo ocurre cuando un colectivo está presionado al límite».
Con estos prototipos, no es de extrañar que a los controladores les salgan admiradores por haber tenido cojones para hacer lo que ningún españolito se atreve, a pesar de tener cada vez menos trabajo, menos sueldo y peores condiciones laborales. Otros les ríen la gracia por haber fastidiado el puente a 500.000 que se iban de vacaciones mientras que cuatro millones de parados se comen los mocos donde pueden. A mí también me gustaría ver los huevos de los controladores pasados por agua pero no sé yo qué merece más un estado de alarma.