Vox, sociedad (muy) limitada

A Santiago Abascal, que es un pupilo aventajado de Torrente (el del brazo tonto de la ley), le gustaría mandarnos en la campaña de las elecciones del 12-J banderas de España por Glovo. Una tontería. Como la última chorrada de Voz Vizcaya que ha sido confundir el Ayuntamiento de Bilbao con el Teatro Arriaga. En su cuenta de Twitter, esta formación, que aspira a entrar en las instituciones vascas, llegó a publicar un mensaje con una imagen del Ayuntamiento y con el hashtag #LoNuestroPrimero, #Bilbao, #Cultura, presentando la foto que lo acompaña como Teatro Arriaga.

En pocas horas, borraron la pifia, pero las redes sociales no tardaron en descojonarse. Respondieron con fotos como la del Taj Majal como “otra perspectiva del Teatro Arriaga”, o de San Mamés de noche “qué bonito estaba el teatro iluminado”. Otro usuario de Twitter etiquetó una imagen del Coliseo de Roma como el mencionado teatro; “¡Pues sí que ha cambiado el Arriaga con el covid!”, decía. Teniendo en cuenta que esta gente lo tiene todo centralizado en Madrid, nos podemos dar con un canto en los dientes por haber puesto el Ayuntamiento y no el Teatro romano de Mérida. De banderitas ya sabrán pero de edificios emblemáticos, ni puñetera idea.

Una metedura de pata solo comparable a la que tuvo Pablo Casado localizando Getxo en Gipuzkoa. ¡Anda que no ha pasado veces Casado por el Getxo guipuzcoano cuando iba camino de Harvard!

La rebelión de los pijoflautas

Como el virus no se mueve por sí mismo, sino que necesita idiotas que lo trasladen, en el barrio de Salamanca de Madrid y otras zonas de «ringo-rango» se les ha dado estos días por organizar reuniones de mega pijos peperos para manifestarse contra el Gobierno. La «cayeborroka» la llaman porque hay señores engominados aporreando contenedores con palos de golf y señoras golpeando las señales con cubiertos de plata. El conato de revuelta se inició con una protesta de «pijoflautas» contra el Ejecutivo de Pedro Sánchez por la negativa a incluir a Madrid en la fase 1 de la desescalada en la milla de oro. Y a partir de ahí, concierto de caceroladas sin distancia de seguridad y saltándose todas las normas. ¡El virus unido, jamás será vencido!

Paradojas de la vida, la revolución de los «borjamaris» en uno de los barrios más ricos de Europa y con las viviendas más lujosas del país. ¡Lo que habrá sufrido esa pobre gente durante el confinamiento! Aislados en casas de 250 metros cuadrados, sin servicio, sin entrenadores personales ni tratamientos de botox… Protestas de rebeldes de salón, los mismos que dijeron que las grandes aglomeraciones como las del 8-M propagaron el covid. Todo muy cívico, solidario y ejemplar con la que está cayendo. Un consejo a la policía; no enviéis los antidisturbios al barrio de Salamana. ¡Enviad inspectores de Hacienda! Ya veréis que pronto se dispersan.

La gran desescalada

Oye Pedro Sánchez, si este verano no vamos a poder ir a la playa, dilo ya para poder seguir comiendo. De los autores de «Este confinamiento, quédate en tu talla», llega ahora «La gran desescalada», en la que, como en una peli de los hermanos Marx, la parte contratante de la primera fase será considerada como la parte contratante de la tercera fase. En un país donde cada Nochevieja nos tienen que explicar cómo comernos las uvas, la desescalada pinta mal. Aquí va alguna pista. La de preparación, la fase 0, que comienza el lunes, parecerá un soniquete. Luego vendrá la fase 1, que será un carrillón. La fase 2 sonará como los cuartos, y finalmente, la fase 3 serán las campanadas. ¿Pero no había 4?

Los gallegos (como no saben si vienen o si van) vacilarán y no decidirán en cuál estar. Los catalanes se ahorrarán la 2 y la 3 (para no gastar). En Canarias tendrán una fase menos. Y los vascos, nos plantaremos directamente en la fase 5, sobre todo los de Bilbao. En la transición a la nueva normalidad, que no llegará hasta finales de junio, el gran hermano Orwell está en camino. Después de más de cincuenta días enclaustrados y con el BOE bajo la almohadapara entender esta desescalada a tientas, lo mejor es tomárselo con humor, aunque sea amarillo. Por eso, muchos recomiendan que el gobierno no pierda el teléfono de los chinos de los test. Así cuando llegue el verano, le pueden comprar también los de alcoholemia.

Señorías mano sobre mano

Nadie va salir económicamente indemne de esta. Bueno, algunos sí. No se acaba de entender por qué hay millones de trabajadores afectados por un ERTE y por qué las cifras de parados se disparan hasta el infinito y más allá mientras los políticos permanecen en su retiro de rositas sin función aparente. No hay prevista ninguna medida especial para rebajar el sueldo de los 350 diputados, 265 senadores, 1.268 parlamentarios autonómicos, decenas de miles de diputados provinciales y forales e innumerables concejales.

En esta alerta sanitaria queda comprobado que los que estaban en la base de la pirámide laboral –limpiadoras, barrenderos, chóferes, reponedores, personal de supermercado…– son esenciales y los que estaban arriba son trabajadores prescindibles que pueden quedarse en casa, mano sobre mano, sin que nadie les eche en falta. Es obvio que, por razones de fuerza mayor, tampoco deberían cobrar el salario íntegro. Al no desempeñar la mayoría de sus señorías trabajos de primera necesidad y, ni siquiera prestar servicio alguno, también deberían estar en ERTE.

Si los ciudadanos nos vemos abocados al despido, a cerrar negocios, a temer por nuestro futuro, los políticos que cobran de los impuestos que generamos están obligados, como mínimo, a reducirse la nómina. Una vez terminado este periodo especial ya se analizará si estamos en condiciones de renovarles sus contratos.

Una sociedad enferma

Hay un restaurante asiático en Bilbao que suele estar especialmente concurrido, lleno diría yo, pero que estos días está semivacío. Dilucidando si obedecía a que el pato laqueado estaba caducado o si las verduras del rollito rebosaban de bacterias e-coli, me percaté de la alarma por el Covid-19, nombre oficial con el que la OMS ha bautizado el coronavirus. La locura instalada es tal que ya no quedan mascarillas en tres mil kilómetros a la redonda y las farmacias registran un millón de peticiones al día.

Nos hemos vuelto tan asépticos e histéricos que la psicosis obligó a suspender el Mobile World Congress porque las firmas invitadas debían creer que en Barcelona se estaba como en Liberia cuando había ébola. Y se está hablando ya de borrar del mapa los Juegos Olímpicos de Tokio y quedan… ni se sabe los días. Somos tan exagerados que ponemos en cuarentena a cada uno que parezca chino y lleve larga la uña del meñique. Ahora también a todos los metrosexuales (qué termino tan viejuno) con pinta de italianos.

Hemos medicalizado tanto la vida que hemos decidido que hay días de la semana que son más tristes que otros y buscamos antidepresivos hasta para los lunes. Convertimos en enfermedad (con su fármaco correspondiente) el abatimiento, el sexo, la nutrición, la regla, la menopausia, la fealdad… ¡qué pena no tener una botica para la estupidez! Parece que todo es susceptible de tratamiento, y mientras tanto la industria farmacéutica no para de hacer caja. Como dijo Huxley, la medicina avanza tanto que pronto estaremos todos enfermos.