Algunos reclaman «dar una chupadita de la medicina de Camps», cuando ya estan cansados de chupar del bote. Hartos de mamar de la teta pública, la sabiduría popular ha acuñado: «Gastas menos que Camps en trajes». Quizá por eso, estos días, Paco sale más en los chistes que en las noticias. Es el prota de una página en Facebook: «Señores que dicen que son inocentes, pero van y dimiten», y actúa como galán en alguna peli en cartelera; «El increíble hombre mangante», «Mentiroso campspulsivo» o «Los chorizos del presidente».
Ya se convirtió en chirigota con el «te quiero un huevo» que le dijo a el Bigotes, el jefe valenciano de la red Gürtel. Fue objeto de chanza con el «Feliz Navidad, amiguito del alma», que le dedicó al shériff de Orange Market, una de las empresas que se benefició de los contratos con su administración. Y organizó una cuchufleta con el trabalenguas: «Los tres tristes trajes que le trajeron a Camps».
Porque todo en él parece una broma. Su cara es casi una réplica del señor Burns de los Simpson. Su risa es tan extraña que incluso el miércoles, el día que anunció su dimisión, se carcajeaba como una hiena. Lo lamentable es que el molt honorable se lo toma muy en serio. Va de perdonavidas y proclama que es inocente, además de virgen y mártir. Por eso, se sacrifica por España y acabará subiendo a los altares porque hace milagros. Por ejemplo, el de la multiplicación de los chorizos.
El triángulo de las bermudas es una zona comprendida entre las tres capitales vascas que cada verano se llena de tíos en pantalón corto, canillas al aire y pelos al viento que exhiben sus piernas con más pundonor que gallardía. Esta semana el 080 Barcelona Fashion Week ha apostado, en sus colecciones masculinas, por las bermudas con americanas ligeras como alternativa al traje clásico. Aunque no creo que los que se plantan los shorts y las chancletas sean muy fashion victim, contemplar este striptease parcial me produce una mezcla de zozobra y desasosiego que ya tengo diagnosticada como patología fetiche.
Algunas pantorrillas me suben el ánimo: fornidas, peludas, atléticas… con aspecto de jugar varios Wimbledon después de nadar diez kilómetros. Pero la mayoría me bajan la tensión: son paliduchas, enclenques, con aspecto malhumorado y pinta de sufrir maltrato doméstico. Me pongo mala cuando el becario –que parecía de buen ver– desnuda las zancas y se descubre como un gallináceo con patas de palo. No hay nada más antilibidinoso.
Y lo peor es si se presenta el jefe en shorts. ¿Hay algo que le reste más credibilidad y cree mayor malestar entre sus subordinadas después de marcar paquete? Lo siento. Soy consciente de que cada verano me descuelgo con una columna de canillas masculinas. Pero les juro que no hago un corta y pega porque el tema de sus piernas me daría para un tratado. Imagínense si despuntaran con otra extremidad.
Querida Christine: no sabes cómo te entiendo. Te nombran directora del Fondo Monetario Internacional y te ponen verde. Y todo por un sueldo de 323.234 euros al año, más 57.858 euros para gastos de bolsillo, una cantidad imprescindible para mantener un nivel de vida adecuado a tu cargo. Nadie te tiene en cuenta ese gran gesto de solidaridad con los mileuristas, cobrando 1.043 euros al día.
Y es que los simples mortales no son conscientes del trabajo tan duro que implica dar dinero y recoger intereses mientras países enteros se arruinan. No saben que hace falta dar la cara y salir en la tele diciendo que hay que subir el iva del 18 al 23 por ciento, que hay que bajar el sueldo a los funcionarios, reducir el déficit en el sector público y bajar las prestaciones de desempleo.
Ser una de las máximas responsables del expolio de la burbuja-financiera de la riqueza mundial se tiene que pagar bien. Además, ganando medio millón libre de impuestos, se te ocurrirán mejores medidas de austeridad para salir de la crisis. Sin olvidar que tú nunca forzarás a un camarero porque tienes que demostrar una moral impecable y cumplir con unos códigos éticos estrictos. ¡Qué ingratos! ¡Qué poco se acuerdan de lo que cobran los Botín, González, Rato o del escándalo de que el Madrid pague 30 millones de euros por Coentrao! Eso, eso, que salgan a la calle más indignados y los que ya tengan perro que se compren la flauta. ¡Cuánta incomprensión querida!
La llegada de Paris Hilton a Bilbao nos ha vuelto un poco más pueblerinos y bastante más papanatas. A mí me la trae al pairo que venga Hilton, que se quede sin bragas como en aquel exclusivo local de Los Ángeles con Cristiano Ronaldo, que traiga a su cerdita de mascota (si eres pija y rica es lo que toca), pero hay que ser bastante tontainas para darle tanto bombo, ir al hotel y pegar la nariz a unos cristales tintados, esperando el autógrafo de una celebrity analfabeta.
Con sus aires de vip, alojada en la suite imperial del Carlton, mejor que hubiera ido a San Mamés, que con lo petarda que es, igual nos montaba unos fuegos artificiales. Hay que ver lo que podemos hacer la pelota a una rica heredera que no sabe cantar, que ha tratado de actuar y le dieron el título de la peor actriz, que no escribe, (también lo intentó con su biografía), y que no defiende ninguna causa, porque solamente se exhibe. En ninguna ocupación ha encontrado su sitio, aunque sigue acaparando portadas por sus escándalos, sus desnudos, sus detenciones, sus consumos de drogas y sus decenas de novios.
No en vano cumple a rajatabla todos los requisitos para ser una pija; salir con otros de su estirpe, estrellar un coche caro, que la policía te pille conduciendo bajo los efectos del alcohol u otras sustancias, ir a una clínica carísima de rehabilitación y tener ficha policial. Y lo más importante, no trabajar o que los demás lo hagan para ti. No sé porqué me da que venir a Bilbao no está en ese listado.
Que en el Gobierno vasco se les había ido definitivamente la olla tras las elecciones nos había quedado claro. Pero que ahora sus funcionarios contraten a un zahorí porque en Lakua han aumentado los casos de cáncer es de chiste. Imagínense un tío que va midiendo por los despachos de Industria los flujos de energía con un péndulo. ¡Ni siquiera los empleados de Eusko Jaurlaritza se fían ya de Osakidetza! No acuden a Osalan ni al comité de Seguridad en el Trabajo, sino que llaman a un rabdomante, y presos de un ataque de sugestión, se ponen a mover de sitio las mesas y las sillas.
¡Vaya seriedad! Supongo que el hechicero llevaría también una pulsera Power Balance para facilitar la tarea. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿Contratar a la Bruja Lola y encender dos velas negras o aprobarle una OPE a Carlo Jesú de Reticulín? Aunque también pueden ir a un vidente de esos que lo mismo lee el futuro en los astros, en los posos de café, en los granos de arroz de la paella, en las croquetas o en la tinta de los txipirones. Quizá les convenga llamar a un tarotista de la tele que, pinganillo en ristre, y con túnica púrpura, les practique magia blanca y les recomiende más tiempo para el café y el cigarrito.
El auge de brujos y adivinos es una actividad que mueve miles de millones al año y acostumbra a dejar muchos damnificados en el camino. Clientes timados que acumulan una incultura científica y esotérica despampanante y solo demuestran que los fantasmas existen… pero no están muertos.
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