Huelen la sangre

En la selva de la tele, junto a la bendita información, hay también especies carroñeras. Las hemos visto revoloteando sobre el barro trágico de Valencia, al igual que hace años en Euskadi. Destaca entre los necrófagos Pablo Motos, líder destronado con El Hormiguero y su popurrí de entrevistas a famosos que promocionan novedades. En algún momento se olvidó del buen rollo que añadía contenido y, desquiciado por su narcisismo, hizo suya la misión de trumpear y polarizar el país bajo el patrocinio de Atresmedia. Conduce junto a Vicente Vallés y Matías Prats una bandada insaciable de carroña. 

Lo de Iker Jiménez es de traca. No conforme con los ovnis y otros fantásticos embustes, el gasteiztarra ha absorbido el rencor al emigrante, el negacionismo climático, los bulos y el carroñerismo en pandemias y catástrofes. Todo ingrediente hostil cabe en su potaje. Sus colaboradores de ultraderecha hacen el trabajo sucio y él les jalea como voceros de la rabia. Entre Cuarto Milenio y Horizonte, ambos en Cuatro, vemos a Iker trazando su caricatura personal al gusto de las letrinas. ¿Qué necesidad tenía de cambiar los fantasmas por un activismo buitrero? ¡Ah, pero el FesTVal 2024 de Gasteiz premió a Jiménez y Motos!

A Sonsoles Ónega le ha sentado mal ganar el Planeta con una novela rancia, porque desde entonces se conduce con impertinencia, como si presintiera que su luz se apaga con la frivolidad de Y ahora Sonsoles, de temas rosas y riñas vecinales. ¿Dónde quedó su sobriedad de reportera? De este deterioro se deriva su semejanza con Ana Rosa Quintana, otra voraz carroñera. ¡Con lo útil que hubiera sido para todos en la catástrofe una cierta contención emocional en vez de tanta ira saqueando la esperanza! Y que la solidaridad no constituyese una exhibición banderiza.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Estados Unidos y el mal menor

El mundo se juega la vida mañana. No es una exageración ni un simple derby americano. Estamos ante un instante oscuro y dramático para todos. Es el horror o la esperanza, la democracia o el infierno. Cuando el país más poderoso, que determina el devenir de los demás, se encuentra ante el abismo no podemos más que contener la respiración, situarnos ante el televisor y asistir al desenlace. Este martes seremos, como nunca, espectadores. ¿Es usted capaz de dormir toda la noche, indiferente al recuento de los votos? Yo no, salvo que medie una sobredosis de melatonina. Es madrugada de café.

La información puede variar mucho según sea su proveedor de cable o satélite y la pantalla que escoja, porque el escrutinio será incierto durante horas. No se fíe de las cadenas ultras, como la Fox, donde Trump y la xenofobia tienen su asiento; así que opte por los informativos liberales (en el sentido americano del término) de la NBC, ABC o CBS. O déjese llevar por la progresista CNN. Me inclino por la británica BBC. ¿Y la televisión pública vasca? Será una jornada completa para el lucimiento de sus corresponsales. En español lo mejor es TVE y su Canal 24 h, con más medios y criterio que el cloaquero Ferreras en La Sexta.

A los amigos de lo inédito les advierto que ahora la cuestión no es si Estados Unidos tendrá o no por primera vez a una mujer al mando, lo que ya pudo ser con la descalabrada señora Clinton, en 2016. Por la misma razón que nadie en sus cabales democráticos quería a Marine Le Pen -tan mujer como Kamala Harris- presidenta de Francia, lo esencial en esta hora crítica es anteponer el equilibrio mundial al género frente a los delirios de la América de Trump. Esta es la sesión de noche de mañana: historia con final feliz o pesadilla de terror. ¡Ay, qué miedo!

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Historias de mujeres

La evolución humana -ética, cultural y democrática- es tan lenta que parece inamovible, si es que no va marcha atrás. Por eso nos seguimos contando una y otra vez la misma historia de emancipación y sacrificio. La última temporada de La amiga estupenda, una joya italiana nacida de los libros de Elena Ferrante, trata del amor, la amistad, los cambios sociales que se resisten y la lucha de las mujeres por alcanzar la igualdad frente al supremacismo machista. En esta memoria final, Lila y Lenú -en quienes todas las mujeres se representan- viven sus vidas en diferentes realidades, una desde la fortaleza y otra desde la sensibilidad, pero unidas por la profunda admiración entre ellas.

Los desgarros de nuestra existencia iluminarán siempre las narrativas literaria y cinematográfica. La saga La amiga estupenda lo acredita con rotundidad. ¿Qué películas y series se crearán con el caso de Gisèle Pelicot, drogada por su marido para que decenas de hombres corrientes la violaran en un poblacho francés? Un jurado condenará a estos monstruos, pero importa que la justicia ejercida por las pantallas y los libros sublime el dolor y el coraje de Gisèle en la causa universal de las mujeres. En la misma senda, no dejen de leer Triste tigre, prodigio de Neige Sinno, apabullante y explícito, a partir de la tragedia de haber sido violada por su padrastro desde los 9 años.

A Nevenka Fernández, exconcejala de Ponferrada, le ha costado 25 años que una película relate la crueldad del acoso sexual al que la sometió un alcalde del PP. Una sentencia miserable y un periodismo aberrante, personalizado en Ana Rosa, provocaron la huida de la víctima a Inglaterra para sobrevivir. Itziar Bollain hace buena memoria con Soy Nevenka, pero es demasiado tarde. Ya digo, la historia de siempre.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

La ficción corrompe la realidad

Que los héroes no existen y que el cine miente son dos certezas que coinciden en La infiltrada, película dirigida por Arantxa Echevarria y en cuya producción, extrañamente, participa ETB, sobre el supuesto heroísmo de Elena Tejada al convertirse en topo de la policía nacional dentro de un comando de ETA y causar estragos a la organización terrorista. ¿Qué fascinación produce en el espectador el eslogan “basada en hechos reales” que nadie se molesta en escrutar? En este género borroso la ficción corrompe la realidad. ¿Quién nos asegura que ese personaje existió y que los hechos fueron como nos cuentan? Después de tantas patrañas hay que impugnar la ambigüedad de las narrativas históricas, fundadas sobre la credulidad de la gente y su patológica ansiedad por los mitos.

Si a la ingenuidad popular le añadimos la instrumentalización que los poderes hicieron y hacen del cine, las series y otras creaciones para enaltecer sus actividades y ocultar sus crímenes, tenemos sobrados motivos para recusar su credibilidad. Como las sagas del tipo Jason Bourne, La infiltrada es una superchería que incurre en apología policial y lavado del terrorismo de Estado. Hoy, que tanto se habla de bulos, deberíamos recordar que el cine -cierto cine- ha sido el más eficaz productor de bulos, desde Robin Hood al Cid, de Atila a Jack el destripador. Antes que la dudosa infiltrada tuvimos al fantasmón de El lobo, alias de Mikel Lejarza y, por si no fuera bastante, ahí están los fabuladores del Memorial de Víctimas de Vitoria-Gasteiz sesgando y segando a favor del relato español y culpabilizando a Euskadi. 

No, no hay héroes que valgan, salvo los valientes anónimos que viven y mueren por sus hijos y su destino y cuyo sacrificio nadie conoce. El cine y la tele consideran aburrida la verdad.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Vasallaje de la democracia española

Parece que solo ha sido un amago que el rey emérito fuese a publicar sus memorias: libro interruptus. Qué lástima, porque me hubiera gustado saber con qué aviesa retórica esquivaría explicar el origen de su fortuna, sus delitos fiscales y también sus andanzas rijosas. Nadie le ha robado su historia, ilícito y casquivano monarca, pues usted mismo, los ominosos Felipe y Aznar y todos los poderes mediáticos, incluido el límpido Iñaki Gabilondo, ampararon sus fechorías con el peor de los silencios. La mentira favorita de los criminales es “no recuerdo”, lo que convierte la mala memoria en coartada de canallas y de parejas de mal corazón.

De las consecuencias de un “no me acuerdo” trata la miniserie Un escándalo muy real, producción británica distribuida por Max e interpretada por Michael Sheen en el papel del príncipe Andrew, acusado de violación de una menor en el contexto de su amistad con el pederasta Jeffrey Epstein. Pensó el hijo calavera de Isabel II que una interviú en la BBC con la periodista estrella Emily Maitlis limpiaría su imagen ante sus súbditos. La entrevista, de una hora y rodada en Buckingham Palace, no solo no purificó la reputación del acusado, sino que ocasionó tal bochorno ante la opinión pública que la reina se vio obligada a apartarle de la familia y despojarle de sus títulos. Y todo por un “no recuerdo” y negar su disculpa a la víctima.

Aquí Felipe VI apenas renunció a la herencia económica de su padre, le retiró el sueldo y le envío a un exilio dorado. Aquí no hay relatos televisados que expongan la impunidad de Juan Carlos I y el vasallaje de la democracia española. Aquí hablar de Bárbara y otras amantes es la fórmula para ocultar el saqueo borbónico. Y aquí nos queda el eco del chiste macabro de “la justicia es igual para todos”. 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ