Decir y callar

El presidente norteamericano no comunica: golpea con mensajes imperativos, rudos pero eficaces. La humillante bronca a Zelenski en el despacho oval, junto a su vice y predicador Vance, televisada a millones de personas, explica lo que Trump ambiciona: venta masiva de armas a Europa, proteccionismo comercial y reparto del mundo. Los malos productos ya no tienen complejo y se disfrazan de transparentes; pero transparencia es información objetiva y democrática y no arbitrariedades u ocurrencias. La perversión política, como la telebasura, es temeraria y cínica, más que ver con la cultura anglosajona, tendente al cinismo, que con la latina, muy simple. 

El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha ordenado televisar sus consejos de ministros; un absurdo, pues todo gobierno es heterogéneo. Sus discusiones internas no pueden ser expuestas, al igual que las cuitas de una pareja en la alcoba. El rasgo principal de la comunicación es el equilibrio honesto entre decir y callar, entre nitidez y discreción. En el Estado español las deliberaciones de los ministros son secretas y así lo juran al tomar posesión. ¿Y qué hacen los jefes de imagen que no detienen esta ridícula verbena? ¿Optan por el modelo MAR y suben al escenario cuando lo suyo es ser invisibles?

De joven, anteayer, quise ser escritor de discursos, speechwriter. Algunos hice para buenos candidatos y no me salieron mal. La tarea no consistía en inventar la disertación y crear un personaje, sino en hacerles un traje verbal e ilustrar sus programas y promesas con mensajes solventes y emotivos. Ellos ponían las ideas y yo las palabras, perfectamente compatibles. Esto lo hace ahora sin criterio la inteligencia artificial. Por favor, imiten a José Mújica: callen un poco y comuniquen con sustancia, sin golpear.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Los peores Óscar

Nos viene bien de vez en cuando pasar por una crisis existencial, algo así como una implosión que lo ponga todo patas arriba. ¿Crisis de ser o crisis de hacer? Un poco las dos cosas, entre riesgo de identidad y catarsis necesaria. En Hollywood sufren ahora esta situación crítica de cambio bajo la depresión por el triunfo del trumpismo; pero ya venía de antes. Hollywood es progresista a su manera, con Jane Fonda como icono, por mucho que tenga furibundos conservadores como Clint Eastwood y Mel Gibson. El cine es una realidad alternativa y se vio en No other land, sobre el drama palestino, y en el homenaje a la emigración por Zoe Saldaña, dominicana de origen, en medio de las redadas contra esta gente.

La crisis existencial de Hollywood es de hace mucho tiempo, cuando renunció al arte por la industria. La televisión y la era digital han vaciado las salas, el paraíso perdido donde hoy apesta a pepinillo. El Oscar a Anora es la expresión de que cualquier peliculita sale con su premio. Merecía más respeto el relato sobre los inicios de Bob Dylan. The Brutalist, pues va de arquitectura, es un ladrillo insoportable con Brody haciendo lo de siempre, de hombre angustias. ¡Qué lejos queda de la mítica El manantial! La gran derrotada, Cónclave, con formidables actores, es una versión retardada de Las sandalias del pescador, cambiando Papa ruso por Papa hermafrodita. Y mientras, Bergoglio se muere.

¿Y qué quería Karla Sofía, el perdón de la Academia y llevarse una indigna estatuilla? Hay que tener cara para sentarse junto a colegas a cuya raza vilipendió, como si la persona y su obra pudieran separarse. Sí, hay crisis existenciales, como las de Europa y Hollywood, pero hay peligros aún peores, con Putin, Netanyahu y Trump dirigiendo una historia de terror, muy real.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Profecías del pasado

La diferencia entre historia (ciencia social) y documental (producto audiovisual) es su propósito: la historia quiere fijar -casi siempre dogmáticamente- la verdad, en tanto que el documental desvela certezas en relato abierto y plural. Hay una industria del recuerdo para nostálgicos y conspiranoicos. ETB2 ha regresado al Oiz, donde se estrelló el avión Madrid-Bilbao en 1985, con 148 víctimas, que dejó pocas dudas y muchas miserias. Culparon a EITB por su antena instalada en la cumbre y a las nubes en el país de la niebla. En conclusión: fallo humano y problemas con el altímetro. Lo ha evocado La Noche de, algo mejor que su reportaje de hace una década.

Si no fuera tan simple, la tele debería saber que a los cinco años del Covid nadie quiere recordar. Demasiado cercano y doloroso. Fueron tantos los abusos que sufrimos que no vale la pena contarlos, como la jactancia institucional con la que se informaba del alto número de denuncias contra quienes se saltaban el confinamiento. ¡Y decían que era por nuestro bien, maldita sea! Jordi Evole nos devolvió al presente, como resurrección, a Fernando Simón, el afónico guía de la pandemia, justificándose. Símbolo de aquel horror son Ayuso y su abandono criminal de las residencias de mayores.

A los 50 años de la muerte del tirano, TVE ha creado la serie documental La conquista de la libertad, idea de Nicolás Sartorius en seis episodios, dirigidos entre otros por Imanol Uribe. Bien está que se sepa que la democracia, contra el rijoso e inviolable Juan Carlos I, tuvo un alto precio; pero para que la celebración sea perfecta el próximo 20-N tendría que ser festivo, que los estudiantes de todos los grados no vayan a clase, como los de entonces, y que “españoles, Franco ha muerto” resuene a lo que fue, feliz liberación. 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Del pito a la toga

Hubo un tiempo en que los árbitros salían a almohadillazos. En esa época jueces y fiscales eran intocables en un sistema oscurantista que infundía temor. Ahora, los del pito van tan campantes con el VAR que les guía, mientras los togados están cuestionados y la gente se indigna con sus decisiones y dilaciones, pues ya no les vale el bíblico “no juzguéis y no seréis juzgados” (Mateo 7, 1-5) y se les juzga, ya lo creo, por la sociedad democrática. No hay poderes independientes, viejo tópico, pues todos son -judicial, ejecutivo y legislativo- interdependientes.

La tele ha penetrado en los tribunales y nos muestra al juez Peinado instruyendo un asunto tan forzado que hasta sus jefes le han reconvenido por mala praxis. Y a un juez faltón hablando de culos y tetas a una mujer víctima de presunta agresión sexual como si estuviera en una tasca, y aún se queja por ser amonestado. Ahí está el juez del caso Rubiales con su chulería negando el decoro. Cómo olvidar a González, el delirante juez de la manada de Iruña. Y la Audiencia Nacional, donde ocurrió lo inenarrable. Y al superjuez Garzón, antes héroe del poder y hoy villano, sentenciando urbi et orbi. Y a Marchena, el mejor actor en el juicio farsa contra los líderes del procés que se hizo televisar en directo para exhibir la humillación de España a Catalunya. Demasiado deterioro frente a solo un buen juez Castro.

La película Justicia artificial retrata la distopía de cómo la tecnología sustituye a los jueces, una idea. En el Estado se sabe más, por el cine, de los tribunales de Estados Unidos que de los propios; y ahora es peor en su ruin politiqueo. Que sea el Real Madrid el que pida extirpar la arbitrariedad de los árbitros es extraño; pero es normal que la ciudadanía exija lo propio a los jueces: un respeto.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Auschwitz pregunta

¿Por qué? es la pregunta más sencilla, pero llena de perplejidad que los supervivientes de los campos polacos de Auschwitz se hacen 80 años después de que el ejército rojo liberara la industria del exterminio más terrorífica de la historia. Y tienen la respuesta: por judíos, por disidentes políticos, por homosexuales, por gitanos, por discapacitados… por odio. Sí, el odio se bastaba para aniquilar y fue el impulso de toda una nación enloquecida detrás de un monstruo, porque se creían superiores. La mejor televisión nos está mostrando con dolorosa veracidad lo que aconteció.

Las voces de Auschwitz, que emite AMC en su canal Historia, ofrece en cinco partes los testimonios de 40 supervivientes del holocausto y donde sucumbieron más de un millón de seres humanos. Es imponente también El último músico de Auschwitz sobre la violonchelista Anita Lasker-Wallfisch, la única viva de la Orquesta de Mujeres de Auschwitz. “En el infierno hay música”, dice su macabra melodía. Y recordamos la historia de La sombra del comandante, que narra el encuentro de un hijo del jefe del campo, Rudolf Höss, con una de las mujeres supervivientes, mientras otra hija del genocida le justifica y encarna el negacionismo que gobierna el planeta.

¿Y por qué se olvida? Porque está mal aprendido, sin emociones. Visité Auschwitz, Mauthausen, al norte de Austria, y Terezín, cerca de Praga, porque era necesario sentir su tormento. “El conocimiento es emoción; no se aprende mucho de forma racional”, escribe Xabier Irujo, director del Centro de Estudios Vascos de la Universidad de Nevada, en su nuevo y apabullante libro La mecánica del exterminio. Se dice que la memoria del terror es para que no se repita; pero ocurrirá, igualmente por odio, y lo consumarán las apocalípticas bombas nucleares.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ