La España que roba y calla

Hay dos Españas y no son la roja y la azul, tampoco son “una España que muere y otra que bosteza” machadianas. Ahora son la España de Revilla, que muestra su desencanto borbónico, y la España de Feijóo, que alaba el legado del emérito pese a su indecencia. Y como “la justicia es igual para todos”, Juan Carlos le puso una querella a Revilla por decir cosas gordas sobre él que son ciertas, reales para ser exactos. Estas dos Españas, cañí y cainita, se pelean ahora en un juzgado. ¡Qué espectáculo cutre pero elocuente, ver al heredero de Franco arremetiendo contra el veterano pregonero de las anchoas y los sobaos! Con este duelo a garrotazos Goya firmaría una de sus mejores pinturas negras.

Revilla es un adicto a la tele, habitual de La Sexta, con plaza fija en El Hormiguero y se apunta a un bombardeo si se televisa. Dice que no cobra caché a cambio de hablar a su antojo. Nos ha contado que el Borbón fue su ídolo hasta que se conocieron sus fechorías. ¿Nos quiere hacer creer que nunca antes tuvo noticias de los chanchullos del monarca? Revilla, que no calla, se calló, del verbo callar y, cuando no había remedio, cayó, del verbo caer, en la cuenta. Ya era tarde. Con su silencio de entonces encubrió el lucro ilícito del rey, sus delitos fiscales, su eficacia como comisionista, su oscuro papel en el 23F y de cómo el Estado le pagaba las conejeras y los chantajes de sus amantes.

El emérito retirará la querella antes del juicio, pero su amenaza quedará flotando mafiosamente. Todo seguirá igual mientras no se suprima el privilegio de la inviolabilidad que permite al jefe del Estado saltarse cualquier ley. Revilla llora, pero cuando ocupaba el poder calló, del verbo callar. Revilla y su España van de víctimas, pero son culpables de un antiguo y vergonzoso mutismo.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Euskadi-España: malos recuerdos, buena memoria

Aceptando que lo más inteligente que hace la memoria es olvidar, habrá que determinar qué necesitamos olvidar y cómo gestionar la memoria. Y no es fácil. La verdad, las verdades son imprecisas y a veces presuntuosas, este es el problema. A la historia como ciencia social y sus oficiantes les costó aceptarlo después de servir como lacayos del poder (reyes, iglesia y dinero) que les manutenía. Algunos siguen tergiversando en su fangal y los más honestos prefieren centrarse en lo cercano con mejores datos. La novela histórica -ni carne ni pescado- resuelve el dilema con una primera excusa, la ficción, que permite al Cid ganar una batalla después de muerto y fantasear con Covadonga como reclamo turístico, por si la sidra no fuera suficiente. De la confusión entre leyenda y certeza nacen casi todas las mentiras identitarias.

            Apelamos al contexto, que es instrumento sabio y raposo a la vez, para situar los acontecimientos y los mensajes en su tiempo, lugar y circunstancias, que todo lo condicionan, para un mejor entendimiento y comprensión. Lo estudiamos en la UPV en la materia de Semiótica y también en Historia, y fue una revelación para los que veníamos maltrechos de la escuela en la que los maestros nacionales enseñaban dogmas y fábulas, desde don Pelayo al oro de Moscú, a sangre y reglazo. El contexto cambió nuestra mirada y ayudó a no dejarnos instrumentalizar por los oportunistas, los cínicos y los líderes totalitarios en su escapada del escrutinio de la ética por sus crímenes y falsedades.

MEDIO SIGLO MAL CONTADO. Cincuenta años van a cumplirse de la muerte de Franco, el dictador que hizo de su país su cuartel y su capilla, su pabellón de caza y su plaza de toros, su finca y su psiquiátrico para tenerlo callado, acomplejado, lejos del mundo y feliz en su ignorancia y resignado. ¿Qué memoria guardan los españoles de la dictadura? Una mayoría no siente la vergüenza de haber sido sumiso, incluso experimenta el consuelo de haber prosperado en una economía tan paternalista como explotadora, aunque fuera a costa de bajar la cabeza ante el cura, el militar y el patrón, sobre quienes se sustentaba el régimen fascista. El miedo y la muerte hicieron su trabajo.

            Y con ese temor de súbditos consiguió que la dictadura se legalizara mediante un proceso de transición fraudulento, diseñado por falangistas y ejecutado por sus herederos ya desprovistos de la camisa azul, de cuyos males y vilezas provienen casi todos los males del actual sistema constitucional, particularmente las andanzas corruptas de Juan Carlos I de Borbón (con toda su inmunidad a cuestas), el drama de la justicia controlada por una aristocracia de viejas familias y la inconsistencia de un Estado que se niega a revisar su falsa unidad hacia un modelo confederal. 

            La corrosiva educación franquista creó el relato de una dictadura salvadora y un glorioso pretérito de España, desvirtuando el bochorno de la colonización, las masacres masivas en nombre de Dios, la brutal secuela de decenas miles de tumbas de personas aún enterradas como perros en las cunetas y las huellas de la exaltación del régimen que la derecha y la ultraderecha quieren mantener, irónicamente, ¡en nombre de la historia! El resultado es la ausencia de una memoria crítica, que pasa de puntillas sobre un régimen oprobioso. “Por algo ganamos la guerra”, se clamaba en cuarteles y en salones de las familias vencedoras para justificar las atrocidades y su posterior olvido, un cántico recurrente en bodas y otras fiestas beodas. 

EUSKADI HACIA EL OLVIDO. En esta patología de la España desmemoriada se sitúan nuestros conflictos y contagian a Euskadi de los pésimos diagnósticos del pasado con el recurso al contexto para avalar, tramposamente, la tragedia del terrorismo con el propósito de anular su recuerdo como si aquello hubiera sido un episodio nacional cerrado con un armisticio. El final de ETA deja en un nutrido sector social la falsedad de que el terrorismo fue producto del franquismo y las frustraciones nacionales, culturales y económicas que ocasionó y no una opción violenta, emanada de la doctrina revolucionaria del marxismo leninismo e inspirada en los movimientos de liberación nacional de entonces. ETA como fruto del franquismo es una falacia a una mentira pegada. El nacionalismo vasco fue solo una excusa para involucrar al país en una desventura brutal que fue pudriéndose de 1968, con su primer asesinato (que intentaron romantizar) a 2011, con el cese definitivo de su “lucha armada”. Ahora nos requieren el olvido, pero ignoran que olvidar no es amnesia, sino conciencia.

            Esos mismos ciudadanos vascos que falsifican el origen de ETA y su proyecto liberador amparan el periplo terrorista por la respuesta atroz de España al financiar y ejecutar crímenes de estado junto a una estrategia de torturas, leyes abusivas y tribunales especiales y desbaratar la democracia en nombre del pueblo con tal cúmulo de barbaridades que parangonan a aquella España con las peores dictaduras terroristas, de Asia a América latina. El Estado otorgó estúpidamente a ETA su oportuno victimismo y a ese clavo ardiendo se aferran las bases sociales de la izquierda abertzale para otorgar comprensión y sentido a su proyecto fanático sin pasar por el tribunal democrático y moral y ganarse su veredicto de respeto. 

            Así que la derrota de ETA fue para la izquierda abertzale un armisticio y que tras la guerra viene el olvido, sin disculpas ni arrepentimiento, pues los soldados de trinchera y bandera no tienen tales obligaciones éticas y sus acciones son resultados de una lucha entre bandos equiparables. La política (“la continuación de la guerra por otros medios”, según Michel Foucault) sustituyó las hazañas bélicas y dio paso a una sagaz retórica, pasos simbólicos y un cambio de estrategia participativa en las instituciones democráticas sin el cuestionamiento de fondo del terrorismo, todo ello asumido por una sociedad que la aceptó con reproches, pero sin enmienda como mal menor para el fin de su época más amarga. Con cierta ingenuidad se dejaba para años posteriores el desmontaje de la inocencia moral de los patrocinadores de ETA. 

ESPAÑOLIZAR LA MEMORIA. La obsesión por el relato, he ahí el desastre. La narrativa como esencia de la política, un monumental fiasco. Los partidos de estado sintieron que habían perdido la batalla ideológica frente a la izquierda abertzale, tan campante en las instituciones con un amplio respaldo electoral (“ya no matan, ahora mandan”) y con ese postizo fracaso se esfuerzan en vender su libro de historia. En sus páginas debería, a su juicio, quedar patente la culpabilidad del pueblo vasco (esencialmente la mayoría nacionalista) sobre el surgimiento de ETA y su prolongación durante décadas, y de ahí la lluvia fina de acusaciones de cobardía y algo parecido a la complicidad pasiva y el miedo de la gente a dar la cara frente a la violencia. Hizo fortuna este cuento durante unos años, pero se envenenó en su rojigualdo partidismo y el resentimiento hostil de algunas asociaciones de víctimas. 

            Sacramentar la memoria como penitencia para Euskadi fue el siguiente paso. Y así se creó como templo vaticano el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, con sede en Vitoria-Gasteiz, un chiringuito al que apenas acuden para sus clases extraescolares los alumnos de enseñanza secundaria de la zona y donde reciben información viciada e incompleta de la travesía del terrorismo. No falta la labor divulgativa de historiadores afines en los diarios del grupo mediático que acoge un relato al gusto del Estado. Sus réditos son una ruina. Por su parte, el Gobierno vasco creó Gogora, Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, con una perspectiva más amplia y real, pero que ahora, con los trueques departamentales y Justicia en manos del PSE, tiende a confluir en contenidos con el sesgado Memorial alavés, desmantelando su estrategia de relato no excluyente y más abierto. Hay una tentativa de españolizar la misión de Gogora.

            ¿Que los ciudadanos vascos pudimos hacer más contra ETA? Claro, era posible, aún en medio del torbellino social; pero, ¿quién puede demandarnos esa responsabilidad? ¿El Estado y su vileza terrorista, quizás el ministro Barrionuevo? ¿Los partidos que sienten su fracaso tras la normalización institucional de EH Bildu? ¿Los moralistas profesionales blandiendo su cinismo? ¿Intelectuales tornadizos, encaramados a sus asalariadas tribunas? ¿La Iglesia que bendijo la cruzada de Franco y le paseaba bajo palio? Los pontífices de la memoria histórica no terminan de entender que la clave está en sustituir su empeño presbiteral de culpa general al pueblo vasco por el sentimiento de vergüenza y la racionalización del relato, desprendido de conatos sectarios. Euskadi no es culpable, pero siente el bochorno de que, en su nombre, una organización fanática asesinó, extorsionó, persiguió ideas y destruyó económica, moral y políticamente el país. Nos sentiríamos reconfortados si dejaran de manipularnos y se permitiera, por unos y otros, olvidar los malos recuerdos para tener una buena memoria, honesta y completa.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ Consultor de comunicación

Eurovisión desafina

En 1968 la Europa democrática hervía revolucionaria y exigía superar el sistema heredado de la II Guerra Mundial, al tiempo que clamaba contra la atroz masacre norteamericana de Vietnam. En 2025 Europa sufre una crisis existencial y sangra por la invasión de Ucrania del zar Putin. Y tanto en la España franquista como en el Estado cainita de hoy, TVE se pliega a distraer la cruda realidad con el show de Eurovisión y compensar los complejos de inferioridad de los españoles, cuya mayoría se tomaba -también ahora, pero menos- el festival como una competición de orgullo patrio frente a países sobrados de autoestima. Como cuenta la espantosa miniserie La canción, de Movistar+, que banaliza la dictadura y humaniza a Franco, los fascistas presentaron la victoria de Massiel como su convalidación frente a la pérfida Albión. Y ganaron como ganan los perdedores de la historia, prolongando su sangrienta agonía.

Marcado por la participación de Israel, que debió ser cancelada por el mismo motivo que Rusia, el eurofestival de Basilea fue el calco de ediciones anteriores, con su barroca mascarada y su versión woke de Sonrisas y lágrimas, a gusto de sus irredentos seguidores. La audiencia fue de 6,3 millones en las votaciones, mucho más que año pasado. Y a pesar de ser todo tan previsible, el escándalo mundial estuvo a punto de producirse si el televoto no hubiera evitado, en el último instante, la victoria de Israel para dársela a la operística canción de Austria. 

España tuvo su merecido con el ridículo puesto 24 entre 26. Porque no se convence al público a gritos y porque Melody aportó más aspavientos que calidad artística. La diva fallida se fue frustrada, víctima de su autocomplacencia y del desafinado equipo de TVE, que solo hizo bien solidarizarse con Palestina.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

My taylor is… Feijóo

El líder de la derecha no sabe una palabra de inglés, ni para soltarse con “relaxing cup of café con leche in Plaza Mayor”, célebre donosura de la alcaldesa Botella. Sostienen los allegados de Feijóo que es torpe para los idiomas y que jamás se entenderá con líderes mundiales sin la ayuda de traductor o pinganillo y será bandera del fracaso de la vieja España, acomplejada, sin autoestima y con un sistema educativo decadente que, pudiendo remediar en parte su atraso internacional con el cine y la televisión, se negó a hacer lo que es corriente en Europa, ver películas y series en su idioma original como método para familiarizarse con el inglés.

¿Cuántas veces se advirtió por los expertos que el doblaje era un error táctico para el aprendizaje de idiomas, pues los subtítulos ayudan al esfuerzo de instruirse? ¡Para hablar, antes hay que escuchar! Sarcásticamente, las pocas películas que se emitían en lenguas distintas al español eran tildabas de “cine de arte y ensayo”, como rarezas exóticas. Junto a la humillación de la libertad, la dictadura tuvo éxito en mantener la maldición histórica de la ignorancia de idiomas y otros saberes cruciales. El resultado es un gran sector del doblaje, superabundancia de traductores y un país que apenas balbucea el inglés.

No es el único absurdo de la televisión, igualmente legado del franquismo: la irracionalidad de los horarios de trabajo y ocio. La vieja resistencia a homologarse con Europa en las jornadas laborales se ha atrincherado en un prime time que rebasa la medianoche, poco compatible con acostarse antes y levantarse pronto. Las cadenas, incluidas las públicas, se niegan a rebajar el tope del prime time a las once de la noche. Y así el Estado español, cerrado y somnoliento, será siempre una anomalía europea.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Deshonra pública

Es una maldición. El hada buena de la televisión pública está haciendo magia para que no prospere en TVE La familia de la tele, formato cañí que promete coprofilia y desvergüenza. Primero retrasó el estreno una semana haciéndolo coincidir con el fallecimiento del Papa. Y cuando el desfile de la troupe de la mala baba estaba preparado, llegó el gran apagón. Y todo se vino abajo. No será su último favor si se producen “una serie de catastróficas desdichas” hasta que la audiencia, por incomparecencia, se lleve esa basura al vertedero, su domicilio.

“No hay nada más lindo que la familia unida”, cantaban los payasos a los niños cuando la pantalla era en blanco y negro y resonará ahora en La 1 con La familia de la tele y su circo indecente. Están todos y todas: la prima llorona y patinadora de noticias, la pariente enfadada y con ínfulas de diva, la gobernanta despótica venida a menos, el abuelo gruñón de célebres vicios, la consuegra rancia y arrepentida y la princesa revocada que se atrevió a coger el toro por los cuernos; respectivamente, Lydia Lozano, María Patiño, Carlota Corredera, Kiko Matamoros, Chelo García-Cortés y Belén Esteban. Al frente de la maldita coral, donde estuvo Jorge Javier Vázquez, sitúan a un vasco sobrio y de concurso, tan perdido como un turco en la neblina. ¿Qué le ha ocurrido a este chico de Arrigorriaga para aceptar una cátedra en la telebasura pública?

Imagino a Paolo Vasile, marqués del pozo séptico, entusiasmado por la reposición de su obra, que enriqueció a Mediaset y envileció a la sociedad española. Y pienso en cómo se sentirán los jefes de Telecinco, a quienes costó una crisis existencial liquidar Sálvame, viendo a su monstruo renacer entre los muertos en la cadena del Gobierno. Un dramático señor Ventorro está al frente de TVE.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ