Campañas electorales: 10 errores imperdonables.

forges_elecciones1Es primavera en las urnas. Repentinamente, florecen sonrisas donde antes había muecas de indiferencia o desagrado. Los candidatos salen de sus escondrijos, presurosos, a la búsqueda del tesoro de los votos, su alimento y su vida. Los partidos extienden por el aire sus melodías y ofrecen regalos, rosas de invernadero y volátiles promesas. La democracia resplandece. Ya está aquí la campaña electoral. Ah!, pero la vieja ilusión de antaño ha desaparecido. La tristeza invade el ambiente y la calle se muestra hostil y fría. Hay un virus peligroso que puede derivar en epidemia de abstención. Y sin embargo, la política no parece tener conciencia de este riesgo de inhibición masiva, anticipada por Saramago en «Un ensayo sobre la lucidez».

¿Qué es una campaña electoral? En realidad, un programa de comunicación pública que se sustancia en una estrategia de marketing dirigida a la masa de votantes. Este es el problema: las elecciones son una acción de venta estacional sobre un mercado. De este planteamiento superficial se desprenden buena parte de los errores de los partidos y la minimización de la democracia. Una campaña electoral debería ser un cauce de diálogo y balance del camino realizado y un enfoque para próximos objetivos. En vez de debate hay ruido y el propósito que prevalece es la ambición de poder.

En la práctica, los errores más comunes -persistentes y por tanto imperdonables- de nuestras campañas electorales son estos:

1. LOS PARTIDOS COMO MARCAS. La tendencia es que los partidos sean percibidos como marcas. Pero no lo son. Son grupos humanos, cargados de emociones y razones, cuyo proyecto es canalizar la felicidad colectiva y el equilibrio pluralista. Y no se les puede presentar como productos a la venta, deshumanizados. A esta situación indeseable se ha llegado porque el diseño de las campañas viene recayendo en tecnócratas que no ven diferencias conceptuales entre un partido y un coche. Y a la vez, los partidos, por pereza, se han creído que la frivolización de las campañas facilita su popularidad. Un efecto perverso es que los vídeos electorales han adquirido el formato de spot de 30 segundos y se integran en los bloques de publicidad junto a Don Limpio y Danone. Y así la identidad perdida de las ideologías socaba la democracia.

2. HACER COMO SI NO PASARA NADA. Hay una crisis y una desafección brutal hacia el sistema, que conduce a que los partidos sean considerados como problema. ¿Y qué va a hacer la clase política para acortar la distancia que le separa del ciudadano? Nada seguramente, ante el autoengaño de que se trata de un desapego transitorio y que como ha llegado se irá. Ignorar este hecho es prueba del despiste de los dirigentes. Es como si los partidos dijesen: “Buf, que pase pronto este trago electoral”. Para volver después al bunker de sus sedes como si nada ocurriera.

3. A LA DEFENSIVA. Ponerse a la defensiva bajo el parapeto de la crisis u otras excusas es lo que más se lleva en las campañas. Estar a la defensiva es dedicarse más a atacar al adversario que a la promoción de su programa. Es obviar la autocrítica y proyectar el fatalismo de que no existe alternativa. Es refugiarse en la anécdota para no tratar de lo que importa. Es residir en el pasado en vez del presente; pero es precisamente esta actitud cobarde de los candidatos lo que más claramente perciben los votantes: honestidad o desvergüenza.

4. MÁS IMAGEN QUE REALIDAD. Nunca fue importante la imagen física, el buen vestir o el verbo primoroso para determinar el éxito electoral. Es anecdótico. Los partidos siguen sin liberarse del mito de la imagen, una idea que obsesiona a los candidatos y los subyuga a la interpretación teatral y la pérdida de identidad. La imagen válida hoy sería una combinación de autenticidad, sencillez y firmeza de carácter, junto con una gran capacidad de empatía. El glamur o la elegancia es moral. Olvídense del color de las camisas o el esmero de sus vestidos, porque las elecciones no son un desfile de modelos. Se buscan líderes entusiastas.

5. PENSAR EN LA RED MIENTRAS SE HUYE DE LA CALLE. Internet y las redes sociales son la clave del éxito: este es el falso paradigma que obnubila a las organizaciones políticas. Y se equivocan. No son más que medios, eso sí, más rápidos, baratos y flexibles que los convencionales; pero limitados en el inmenso universo de la telemática. ¿Pretenden resolver sus carencias con ocurrentes virales? Es ridículo. De la misma manera que no hay mayor red social el encuentro presencial tangible, no existe medio más eficiente que el trabajo de calle, ocupar la calle, aceptar la apelación de la calle. La sobrevaloración de las estrategias on line son una huida hacia adelante. En política el medio no es el mensaje.

6. MÁS EN VEZ DE MEJOR. Las campañas siguen pecando de exceso de cantidad y defecto de calidad. Los partidos entienden que cuantos más carteles, más anuncios, más cuñas y más presencia en los informativos de la tele, mayores son las posibilidades de éxito. Y no es eso: toda campaña electoral es un empacho colectivo de mensajes, de manera que hay que evitar la saturación (punto donde el ciudadano desconecta) para buscar la singularidad y la proporción del mensaje. No hay originalidad porque las acciones electorales son lo más conservador que existe, por miedo a la osadía. Hay que romper moldes y modelos, sí; ¿pero con qué credibilidad?

7. MIEDO A LA EMOCIÓN. Es una paradoja. Los candidatos saben, como personas, que una emoción vale más que mil razones. Huyen del discurso sentimental como si este mancillara su solvencia política. Invierten grandes esfuerzos en revelar datos y conceptos casi siempre incomprensibles, mientras que como seres humanos se muestran inexorables y compactos. La línea más corta entre el candidato y el votante es la línea sutil que conduce al corazón. Mostrarse sincero, humilde, sensible, cálido, cordial, imperfecto, seguro y tranquilo no se encuentra en el mejor programa político. Pero es lo que más votos proporciona, el candidato-persona frente al candidato-personaje.

8. LA CRISPACIÓN. Las campañas agresivas y radicales, aún con todos los motivos del mundo, conducen directamente a la derrota. Son las propuestas amables, que eluden el insulto y promueven el respeto a las demás opciones concurrentes, las ganadoras. Los partidos creen que montar alguna bronca -con vídeos de ataque y desmesuras verbales- es una necesidad para elevar su notoriedad y fortaleza. La mayoría de la gente no se identifica con el improperio y las conductas extremistas, le producen consternación e incomodo. ¿Cómo dejar el control de lo público en manos de quienes no controlan sus actos y palabras?

9. ABURRIR CON VIEJAS PALABRAS. Hay un diccionario de campaña que no parece haberse renovado en más de treinta años: futuro, ganar, soluciones, nosotros, alternativa, fuerza, paz, nuevo, juntos, avanzar, libertad, trabajo… Cada una de estas palabras y los mil tópicos que se emiten en tiempo electoral tiene un sentido diferente, según quién los diga. Y esta disparidad de significaos genera confusión. ¿Es un defecto de comunicación? No, es el síntoma de un vacío. El lenguaje nos define. La pobreza expresiva no es virtud de sencillez: es la medida de la estrechez de nuestra democracia.

10. LA ANSIEDAD. Los partidos no controlan la ansiedad ante el resultado de la cita electoral. Tantas dudas y tantos nervios provocan errores y precipitaciones que a su vez aumentan las dudas. Una candidatura segura suscita confianza en el electorado. Y para eso los líderes políticos no deben tomar ansiolíticos, sino mirar en el fondo de sus organizaciones para ver qué temen perder y qué es lo que les hace tan vulnerables, si sus ideas o sus actuaciones cotidianas. La ansiedad en política sugiere miedo a la verdad de la gente. Es la enfermedad actual de la democracia.

 

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