Balada del perdón y los perdonazos.

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Se ha desatado una plaga de perdonazos. Milan Kundera, en su última novela, La fiesta de la insignificancia, llama perdonazos a los pelmazos del perdón, esas personas con tendencia a pedir disculpas constantemente, bien por mortificación ligera o bien por automatismo de educación protocolaria No creo que exista problema en el ejercicio privado del perdón como parte de los mecanismos relacionales entre hombres y mujeres, padres e hijos, entre amigos: es un consuelo y contiene cierta pedagogía positiva; pero llevar esta práctica indulgente a la cosa pública nos conduce a una simulación social y seguramente a la infantilización de la democracia y las conductas políticas. ¿Necesita la sociedad madura la clemencia de sus líderes e instituciones? ¿Resuelve los males profundos del sistema? ¿Y hasta qué punto las peticiones de perdón forman parte de los artificios emocionales, sin densidad moral, de los que se valen los dirigentes y los personajes relevantes para salir airosos de sus bajezas? La búsqueda del perdón se funda en la fragilidad y candor del ofendido.

Frente al buenismo cristiano, el descargo de conciencia y el sentimiento de culpa, creo en la absoluta inutilidad del perdón. De hecho, en nuestra sociedad el perdón está sobrevalorado, quizás porque se estima como condición indispensable para el reconocimiento del ofendido, todo lo cual conduce a las personas -desde la irrefutable realidad de sus pasiones, carencias y tendencias- a la teatralización emocional y a la exhibición forzada del pesar por el mal causado. La exaltación del perdón encaja con el deseo desmesurado de reconocimiento social (y por tanto de la flojedad de la autoestima) y en esta circunstancia hay que contemplar la proliferación de la disculpa política y la insoportable abundancia de los perdonazos.

Se diría que el perdón no es eficaz ni para quien lo recibe ni para quien lo expone. Lo dice Kundera: “Si te declaras culpable, animas al otro a seguir insultándote y a denunciarte públicamente hasta la muerte”. La disculpa, generalmente, no vale lo que vale el daño ocasionado, salvo el agravio de palabra, el más comprensible de todos. Para alguien ofendido el perdón es una acción deprimente y muchas veces poco creíble, como una baldía prolongación del sufrimiento. Recordemos el caso de la triatleta bilbaína Virginia Berasategi, quien, tras tomar en su última carrera algún tipo de sustancia prohibida, reconoció entre lágrimas su profundo arrepentimiento, solicitando excusas por su único error deportivo en muchos años. La respuesta social fue despiadada, lo que vino a significar que el perdón público es una especie de inmolación para el desahogo de la gente y puro masoquismo para el culpable. La frustración de las masas tiene en el perdón de los triunfadores su ruin divertimento.

Los perdonazos de Euskadi

El arrepentimiento es personal, por lo que el perdón público es exhibicionismo. En el contexto vasco y tras el largo período de violencia terrorista el perdón ocupa una posición demasiado destacada, al menos en las declaraciones políticas. Se le pide a quienes practicaron la violencia -ETA y el Estado- que pongan a la intemperie sus disculpas y que quienes la justificaron y apoyaron -la izquierda abertzale y un sector de la sociedad española- expresen igualmente su pesar por haber tenido arte y parte en aquella historia trágica, que ahora busca proyectar la verdad -toda la verdad- al futuro. Se enfatiza que el perdón de los asesinos hacia las víctimas es un requisito imprescindible para el objetivo de la paz y la normalización. Lo pongo en duda. A la mayoría de las víctimas no les interesa tanto las disculpas y las aflicciones en voz alta como situar en su justo lugar la memoria de su irreparable sacrificio. Porque a menudo las damnificados aparecen como culpables y los responsables como víctimas, en un macabro baile de papeles intercambiados.

No nos hacen falta arrepentimientos, sino la verdad. Y este es el problema: hay una sombra de sospecha sobre todo acto de contrición pública. Tiene algo de escenificación tramposa, de reserva de sinceridad, incluso de justificación, con más deseo de olvido que de proyecto de reparación. La demanda no es el perdón, es la verdad, conocer lo que ocurrió. Saber por qué, cuál era el objetivo, qué se pretendía, en qué valores se apoyaba la violencia, qué creen haber conseguido, por qué se justificó, por qué se hizo en nombre de la libertad, de Euskadi, del Estado… No digáis lo siento, mejor decidnos la verdad.

Precisamente por esa ocultación de la verdad entre quienes fueron responsables de la violencia -ETA y el Estado- es por lo que cuesta tanto acometer un relato verídico de todos aquellos hechos terroristas y cuanto les acompañó de corrupción y miseria. Y lo curioso es que lo que unos quieren olvidar, otros quieren recordar especialmente, y al contrario. Por eso no avanzamos: porque hay una negación intencionada de la verdad, lo que en el fondo acreditaría la insinceridad de las disculpas. No les importa la verdad, sino un olvido rápido y un tácito pacto de compensación mutua entre las dos violencias. Una historia enterrará a la otra y la sociedad vasca y la española -que no sé yo si están por la labor- se quedarán sin la verdad a cambio de un vacío memorable. Hay un propósito mayoritario de amnesia cómplice.

Los perdonazos de España

Juan Carlos I pidió perdón por sus lujos y cacerías africanas. Rajoy se disculpó en nombre del PP por la corrupción. Esperanza Aguirre, por sus soberbias. Los socialistas de Pedro Sánchez, por sus corruptelas y errores. El Papa reclama ahora perdón por la pederastia de sus clérigos. El presidente Obama lo ha hecho a propósito de la torturas de la CIA… Esta epidemia de disculpas desde las tribunas es una moda, pero también una burla a la memoria de la gente. Es como si estas reclamaciones de clemencia pretendieran obtener, por el mero hecho de manifestarlas, la exculpación inmediata y gratuita. Es una retórica de campanario que se ha instalado en la política como una de sus muchas imposturas, propia de un sistema que niega su regeneración y se refugia en la mezquina moral del confesionario. El perdón escapa furtivamente de su responsabilidad.

Si el presidente español tuviera auténtico sentido de culpa hubiera abierto los archivos de su partido a la exposición pública y entregaría al juez todos los datos sobre las diferentes tramas corruptas del PP. No solo no ha revelado la verdad, sino que ha tratado de ocultarla, manipulando los poderes de la justicia y negando todas las evidencias. ¿Qué perdón le cabe a España sobre los crímenes de la guerra civil y la posterior dictadura si las cunetas siguen repletas de cadáveres y el dictador yace al pie del altar mayor del Valle de los Caídos, una instalación patrimonio del Estado, reclamo turístico y símbolo de la victoria fascista? ¿Qué descargo de conciencia cabe en la dirección del PSOE si se revuelve contra la certeza del inmenso fraude de los ERE y presiona sin piedad a la jueza Alaya? ¿Qué clase de perdón se le puede otorgar a Obama si no piensa actuar contra los brutales delitos de los torturadores y sus mandos? ¿Puede la Iglesia solicitar clemencia para los curas pederastas si huye de una lectura completa de su miserable comportamiento con los niños durante décadas y siglos? El perdón no es un derecho ni un regalo, porque antes que cualquier disculpa está la disposición a la verdad. Y en todo caso, el perdón hay que ganárselo con la sinceridad de una rectificación efectiva.

¿Qué le ocurre a los perdonazos? Que aspiran a la impunidad. Detrás de todo ofrecimiento de disculpas hay un deseo de amnesia. Entre los ofendidos, que quieren pasar página y vivir sin sufrimiento, y los ofensores, que buscan eludir responsabilidades, se está imponiendo el olvido, la peor de las respuestas, la más torpemente humana.

4 comentarios en «Balada del perdón y los perdonazos.»

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    Noticias (1)

    El PNV investiga si su exalcalde de Lemoa gastó 16.000 euros en puros
    El presidente del PNV, Andoni Ortuzar, ha pedido hoy perdón a todos los vecinos de Lemoa (Bizkaia) que estén «indignados» por el comportamiento del anterior equipo de gobierno de dicho municipio formado por el PNV.

    Se ha referido así, en una entrevista en Radio Euskadi, al exregidor de Lemoa, Javier Beobide, cuyo equipo de gobierno, según denunció Bildu, gastó de 2007 a 2011 un total de 175.000 euros en asuntos protocolarios, entre los que figuran las partidas para la compra de habanos y para comidas en restaurantes.

    Tras reconocer estos hechos, Ortuzar ha defendido la honestidad de la gran mayoría de alcaldes del PNV y ha considerado que sería «injusto quedarse solo con lo ocurrido» en dicho municipio.

    El alcalde de Sestao, Josu Bergara (PNV), ha expresado hoy disculpas por sus declaraciones «inadecuadas» al referirse a inmigrantes a los que rechaza empadronar al asegurar que hacía referencia a «los delincuentes y a los incívicos» que generan inseguridad ciudadana en el municipio.

    1. «Los siento, me he equivocao y no lo volveré a hacer».

      Moentras tanto, el PNV maneja así su TV con los impuestos de los pagadores de tales que votamos a EHBildu:

      Programa de ETB2, «Por fin viernes»:

      Presentadora :
      -Silvia Intxaurrondo (PRISA)
      Tertulianos@s:
      -Juan maría Gastaca (El País /PRISA)
      -Arantza Furundarena (Vocento)
      -Paloma Zorrilla (ultraderecha)
      -Iñaki Anasagasti (PNV)

      ‪#‎Nazkagarria‬

      Seguro que por esto no pedís perdón, Blázquez.

  2. Excelente árticulo, que tuve la oportunidad leerlo ayer en el periódico DEIA
    Al igual que el libro que cita de Kundera
    Estoy totalmente de acuerdo, muchas personas, creen que diciendo » perdón», constantemente lo solucionan todo. Eso si, para continuar haciendo lo mismo, es decir haciéndolo mal. Pero como han dicho la palabrita » perdón», se cren que ya tienen la excusa, de continuar haciendo el mal. Eso no vale, desde luego , que dno.
    Por supuesto, esos son los pelmas del perdón Y que también creen que engañan a los demás con eta palabra tan bondadosa, que hacen lo contrario de lo que dicen.
    en realidad, se deben demostrar ese comportamiento con los hechos, no continuando haciendo lo que a las otras personas les perjudican.
    Y me parece una lastima, aquelllas personas, que tienen la nobleza de pedir » perdón en publico», se ensañe con ladad e inquina con ellas. No esta bien.
    Pero ante etas conductas se ve la poca categoría humana que tienen algunas personas.
    Reitero mis felicitaciones por este gran elogio al «perdón», y por supuesto a «los perdonazos».

  3. Cuando escribes «(…) que practicaron la vilencia -ETA y el Estado….» deberiias haber invertido el orden.

    Recuerda que sois vosotros -«el Estado»- quienes os opusisteis a ETA y lo seguiis haciendo mediante esa práctica, Blázquez.

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