El reino de España, por su pasado y su presente, es el país del mundo del que menos orgullosos se sienten sus ciudadanos y por el que manifiestan un insufrible complejo de inferioridad. Basta con viajar un poco para comprobar que, del más pobre al más rico, todos los pueblos defienden y promueven su identidad y se esmeran en ofrecer lo mejor de sí en la natural competencia entre naciones. El reino de Felipe VI se obstina en hacer colectivamente las cosas lo peor posible -es la patria de la chapuza- y en reducirse, por estrechez intelectual y bajeza moral, su compleja realidad y sus capacidades a una unidad inexistente y una convivencia arrastrada y penosa, cuando no violenta. El reino de España quiere ser de la única manera que no existe y, por su rechazo de la libre voluntad de su gente, no es más que una caricatura de Estado, condenado a sus propios límites y mediocridad histórica. No, de ningún modo mi mundo puede ser de este reino administrado por pillos, embusteros y caciques.
No son los españoles los que fallan realmente, excepto por su conformismo y sus cautelas ante toda evolución y cambio de rumbo. Son sus clases dirigentes y rancios poderes quienes determinan el bajo nivel de un país que nunca se deshizo de lo peor de sus tradiciones, la estúpida superioridad de lo viejo sobre lo nuevo. España es experta en autoengaño: con tal de vivir en el falso sosiego de la ausencia de confrontación es capaz de aferrarse a una inercia que reproduce y mantiene los males endémicos de una sociedad con baja autoestima y leves ambiciones cualitativas. España hace unos pésimos diagnósticos, con lo que no puede acometer con garantía de éxito sus aplazados problemas y su inserción en la élite del mundo. Y por su mezquindad, será siempre un país de tercera clase, desarticulado territorial y políticamente.
Tres grandes cuestiones tiene pendientes el Estado junto a su artificial unión: la educación, la justicia y la autoridad, y las tres se vinculan entre sí: no sabe fijar un criterio estable de educación (de ahí sus continuos vaivenes y sus pésimos resultados) porque España se desprecia a sí misma y no entiende lo que es mandar, que confunde con el autoritarismo, ni sabe obedecer porque se siente humillada en el acatamiento. Las obligaciones las percibe como males y los derechos como argumento para la ira, con lo que es imposible una conciencia cívica de comunidad respetable. Y aunque todo esto proviene de siglos de ignorancia y abusos, el deterioro se fraguó en el engaño de la transición del 75, con la solución ignominiosa de unas libertades tuteladas y la impunidad de los crímenes del franquismo y su salvaje herencia, con el odio a la política como parte de ella. ¡Una democracia construida con semillas de infamia, cobardía y miedo, qué absurdo desenlace!
La dificultad de la independencia
Han transcurrido 40 años desde aquella impostura y lejos de haberla remediado en Euskadi no hemos construido una opción alternativa, clara y determinante. La independencia vasca tiene solo versión teórica o mitinera, un flash emocional sin hoja de ruta. No hay proyecto ni masa crítica suficiente para llevarla a cabo, ni la mínima unidad para hacerla transitar de la utopía a las proximidades de lo real. No sólo eso. En buena parte hemos reproducido aquí muchas de las averías españolas, como el rechazo de la autoridad, la invocación del provincianismo y la promoción de los mediocres.
No hay la menor posibilidad de independencia sin un acuerdo de mínimos entre el PNV y la izquierda abertzale, cuyo primer requisito sería el mutuo reconocimiento y el respeto personal e ideológico. Atacar sedes -residuo de la violencia de décadas, aún insuficientemente impugnada- impide todo diálogo. Pero un estratégico pacto abertzale no debería imposibilitar, desde su conciencia de mayoría y también desde su grandeza, un acuerdo mayor, el de la relación cordial con la gran minoría conformada por quienes desean seguir vinculados a España. Son algunos de nuestros familiares, amigos, compañeros y vecinos, y son muchos. La pluralidad es una de nuestras mejores condiciones y debería acompañarnos en todos los pasos del camino. Repito lo escrito hace tiempo: somos un pueblo pequeño, seamos una sociedad grande. Y no seremos nunca independientes si prevalece la mezquindad.
La precaria convivencia
Hasta que seamos merecedores de una libertad completa, hay que determinar nuestra relación con España, en todo caso crítica e inestable, sujeta a los avatares que se deriven del reconocimiento y aplicación del derecho a decidir nuestro futuro. La libre determinación es un mínimo incondicional. Debe quedar claro que si nos quedamos, por ahora, en el Estado es por pragmatismo, no por afecto. Estamos dentro de esa paradoja social, según la cual se convive mejor con los más lejanos que con los más cercanos. Así que establezcamos una relación inteligente y veamos qué se puede hacer para que la regeneración democrática española, en la medida que nos afecta, se plasme en avances sustanciales que dejen atrás las pesadas taras de su sistema, mal concebido y peor desarrollado que tanto daño ha causado a los vascos.
Para que la relación en precario con España, por su fetidez, no resulte insoportable, precisa que la mayoría ciudadana apoye una segunda transición, que en realidad sería la primera, consistente en configurar unas reglas de juego que, por un lado, recojan todo lo que se nos hurtó en el 75 (el derecho de autodeterminación), se garantice un autogobierno sin recortes mediante el blindaje de las competencias estatutarias y se asegure nuestra inserción e interlocución en Europa y, por otro, se remedien las desgracias y engaños que de múltiples maneras nos dejó la dictadura, sus símbolos, instituciones (como la Corona y el ejército), desigualdades y abusos de poder, viejos privilegios y, por supuesto, la corrupción sistémica que impiden el desarrollo y la cohesión y merman la justicia y la dignidad debida a las personas y los pueblos.
Todas esas asignaturas y demandas históricas pendientes podrían tener su encaje en un sistema confederal estricto, sobre las bases de la reserva de soberanía para sus naciones, con aumento y consolidación de sus competencias propias, así como grandes acuerdos en educación y justicia, indispensables para sacar a España de su retraso, incompetencias y crueldades. Es curioso que un país que ha vivido condicionado por una cultura democrática fraguada por los gestores y sucesores del franquismo se precipite ahora a la aventura suscitada por oportunistas, esa promesa indocumentada llamada Podemos, que es justamente el castigo de incertidumbre por no haber hecho bien las cosas a su debido tiempo y por haber sostenido durante cuatro décadas un régimen de libertades averiado. Podemos es el coletazo lógico de una transición mentirosa. Ese pasado oprobioso y el futuro que se dibuja en el horizonte son parte del mismo fracaso democrático. Véase que los que han gobernado España y los que dicen venir a hacer limpieza tienen parecido concepto unitario. Los matices teóricos de los debutantes se los llevará, llegado el caso, la razón de estado.
No es España, de antes y ahora, un proyecto interesante. Es, a lo más, el marco que nos ha tocado y corresponde asumir penosamente, una realidad agobiante. Nos gustaría salir de este reino para tener un mundo más amplio. Porque sí, porque el mundo de la libertad y la decencia moral no es de este reino delirante.

excelente árticulo. totalmente de acuerdo, España es el reino de los ladrones. Eso si de » guante blanco»., que son los peores. No es que la justicia sea injusta. No hay justicia. Habido durante varia décadas un bipartidismo muy evidente, y ahora que aflora en el escenario una nueva foramcion política, todos tienen un miedo horroroso. Han hecho lo que han querido en sus nobles asientos y ahora temen que les quiten su trono.
Esperó que el cambio tenga una oportunidad . Y puedan hacerlo bien. aunque para hacerlo mejor de lo que han hecho hasta ahora tanto el PP como el PSOe no hay que hacer mucho. Con no robar y aplicar justicia y conserva r los derechos sociales , ya es demasiado.
Muchisimas felicidades por su articulo, y tan maravillosamente expuestoy su valentía.
De foto a color y pose orgullosa a foto en blaco y negro y cabizbajo. Mal lo debes de ver para tal cambio estético, aunque leyendo tu análisis, con el estoy bastante de acuerdo, pocas esperanzas caben de un futuro próximo en el que surjan oprtunidades de mejora, tanto individuales como en lo que a nuestra nación se refiere.
Con la perspectiva de un par de semanas de ver SIML me ratifico, desgraciadamente en la ínfima calidad de la mayor parte del nuevo plantel de mesaocupantes, más que tertulianos, salidos de vete a saber donde y que carecen de opinión propia.
Mi mundo no es de este Reino. Un saludo y ánimos que tarde o temprano acabará por escampar y saldrá el sol de nuevo
Gracias, Sabino. Eres muy amable. El mundo es una decepción y el mío, no menos. Pero sí, saldrá el sol de nuevo. Y espero que me pille despierto. Un abrazo.
Gracias, Sabino. Eres muy amable. El mundo es una decepción y el mío, no menos. Pero sí, saldrá el sol de nuevo. Y espero que me pille despierte. Un abrazo.