Diario de cuarentena. Día 33. Ciudad de los balcones

Han salido, puntuales, a las ocho de la tarde, de nuevo los vecinos a ovacionar a quienes luchan por la vida. Y está bien, reconozco la buena fe de la gente y su generoso corazón. Pero esto se ha convertido en una rutina ciudadana para tiempos de opresión. Y los medios, que viven de lo superficial, lo resaltan en los informativos. La noticia de las ocho, la antinoticia en realidad, porque es lo previsible de cada día. Lo rutinario es lo que permanece, pero en esta época de confinamiento y miedo, la rutina es un producto y básicamente un autoengaño colectivo. En fin, ha sido una jornada melancólica y sensible.

La ciudad asomada en los balcones para mitigar su vacío. ¡Qué infantil! El Ararteko, (Defensor del Pueblo Vasco) ha iniciado diligencias para determinar si el ruido de las ocho es una ilegalidad. Tiene razón. ¿Con qué derecho se asoman algunos a dar la murga a los demás? Los exhibicionistas han emergido entre la crisis: los cantores, los músicos, los rapsodas, los de Paquito el Chocolatero y el Resistiré… 

Ayer, al salir a dejar la basura en el contenedor, escuché a un vecino cantando desde su terraza “blowing in the wind”, como un Bob Dylan de baratillo. Un espanto de cantor y un ruido insoportable que espantaba a pájaros y gaviotas. ¿Con qué derecho martiriza a los vecinos? Si lo suyo es una carrera frustrada de cantante, que se presente a Got Talent o quizás a Operación Triunfo. Es como mi vecino de arriba, que me machaca con sus saltitos a todas horas. He descubierto que sus brincos obedecen a la práctica de la gimnasia. Incluso hace unos días ocupó el portal para realizar allí sus demenciales ejercicios. Era lo que me faltaba: ¡tengo un vecino vigoréxico! 

Y así la ciudad, confinada y aburrida, ha sido tomada por vecinos ruidosos y molestos, con toda la vecindad de espectadora. Se ha publicado que algunos vecinos han colocado carteles amenazantes en los portales contra sanitarios y personal que trabaja con los enfermos de coronavirus. No los quieren en sus domicilios mientras dure la pandemia, porque temen que contagian a sus familias. Malditos canallas. Los mismos vecinos que aplauden a las ocho, escupen después su veneno. 

Ya ha anochecido. Y me siento reconfortado tras haber visto los tres últimos capítulos de “La Amiga Estupenda”, correspondiente al segundo libro de la tetralogía de Elena Ferrante, “Las dos amigas”. Una gozada poética y realista en la que confluyen amor, amistad, miseria, violencia, libros y superación. Pudiendo llenarse de belleza, ¿para qué demonios se necesita el ruido de los vecinos infelices? El único balcón aceptable sería el de Julieta, al que trepó Romeo para amarla. Es ficción, lo sé, aunque en Verona tienen montado un lugar de peregrinación donde los enamorados de todo el mundo dejan cartas de amor. Nada de eso tenemos por aquí. Se recurre a lo fácil, al ruido.

6 comentarios en «Diario de cuarentena. Día 33. Ciudad de los balcones»

  1. Alguien al principio lo copio de lo que habia visto que se hacia por Italia y aqui seguimos. En mi zona hasta hay un tipo que toca un cuerno para avisar. Tendra complejo de sereno quiza.
    Resto del dia y de la noche un silencio sepulcral.
    Lo de los anonimos que amablemente recomiendan que quien trabaja en supermercados u hospitales se vaya a hacer puñetas a otro lado, parece ser tambien una moda, de escaso recorrido pero gran difusion, a la que le ha surgido la replica de los mensajes de apoyo que, inexplicablemente son tambien anonimos, y por tanto no valen un real, pues de buen vecino es agradecer las cosas cara a cara, a la distancia de seguridad. Ñoñeces.
    Estoy desde que empezo este arresto domiciliario leyendo a Ferrante, y sus personajes de mucha humanidad y mayor tristeza. Cuando acabe le hincare el diente a la serie.

  2. Pues yo creo que vuelves a pecar de caer en contradicciones y de doble vara de medir. A ver…es algo en lo que caemos todos muy a menudo, pero lo tuyo ya más que pecado es vicio.

    Primero arremetiste contra profetas y visionarios para, unos días después, anunciarnos que «a la pandemia le seguirá una devastación que no podemos ni imaginar».

    Y llevas tiempo despotricando contra los policías de balcón y contra el control de la gente que sale a la calle porque nadie les tiene que decir lo que tienen que hacer y hoy te congratulas de que se estudie la posible ilegalidad de las performances en los balcones.

    O sea…que el que quiere sancionar al que sale a hacer running es un fascista pero te parece estupendo empapelar al que sale a recitar poesía a si balcón.

    Y me dirás que es que lo unos molestan y los otros no. Y eso en la actual circunstancia no es del todo así; la molestia del runner o del que quiere salir a la calle a darse un paseo…porque sí, es en las condiciones actuales…mucho más grave porque de hacer todos los mismo…se pondría en peligro a mucha más gente.

    Y fíjate que, por lo demás, estoy de acuerdo. No puedo con los shows balconeros. Son muy cansinos y además denotan unos egocentrismos preocupantes. Demasiada gente necesita protagonismo y pide su ratito de gloria.

    Lo que pasa es que en estas situaciones todo el mundo debe hacer un esfuerzo para que haya un equilibrio. Hay quien tiene que moderar su afán de protagonismo y hay quien tiene (tenemos) que moderar su (nuestra) «asocialidad» (o como se diga) o malas pulgas.

    No me gustan esas algarabías diarias. Pero son las 8 de la tarde y, al menos en lo que yo conozco, no duran más de 15-20 minutos. A ver…a nadie le quebrantan el descanso 20 minutos a las 8 de la tarde, que no has ni cenado.

    El humor suele ser recomendable para estas cosas y recomiendo los videos que han hecho sobre todo esto los de Pantomima Full, retratando los distintos perfiles del momento; en conspiraonico, el truquitos, el intenso y el animador (hoy sacan otro y estoy ansioso por verlo).

    Y al hilo de ello…también se da otra cosa curiosa y parecida, que tiene el ego como protagonista. Los homenajes: primero los sanitarios, luego los cuerpos policiales, luego los transportistas, luego el personal de supermercados….todos ellos merecidísimos, pero cada vez que se homenajea a alguien salen los protestas del que trabaja en un gremio que cree olvidado y se ofende muchísimo: «eh! que nadie se acuerda de los cerrajeros de urgencia!» y los pizzeros, y los mensajeros, y los fontaneros, y los electricistas, y los técnicos de telefonía, baserritarras, ganaderos…….pues quitando los políticos y los abogados….pues hay que homenajear a todo quisqui.

    Y ello me recuerda a otros genios del humor, como los Monty Python, cuando en La Vida de Bryan el lçider del Frente de Liberación de Judea (¿o era el Frente Nacional de Judea?) arenga a sus miembros: ¿Qué han hecho por nosotros los romanos?

    Y levanta uno tímidamente la mano: «Bueno, lo de las termas está bastante bien» «Bueno, sí, eso es verdad, nos han dado las termas..pero ¿qué más?» Y va saliendo cosas, el alcantarillado, el orden público…

  3. En mi humilde opinión, el mensaje del artículo está básicamente relacionado con la generación de “contaminación acústica” y/o “contaminación sonora” de manera más o menos gratuita. Es decir, sin pensar que podemos estar molestando a alguien.

    Reconozco que hasta el momento en el que escuché el término “acoustic pollution” -hace unos 40 años y a muchos kilómetros de casa-, jamas me lo había replanteado. No obstante, a día de hoy puedo afirmar que he transmitido a mis hijos la importancia de SER CONSCIENTES de ello y, por tanto, tratar de evitarlo.

    Tengo un vecino que desde hace años escucha ópera con la puerta de la terraza abierta y con un volumen lo suficientemente alto como para que yo no pueda leer tranquilamente en el salón de mi casa o en mi terraza. Ahora, con el confinamiento, la cosa se ha agravado. Estoy pensando seriamente en mandarle de manera anónima unos auriculares, pero no veo del todo claro que pille el mensaje a pesar de ser mayor que yo…

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