Diario de cuarentena. Día 30. Mozart y el consuelo

¿Y por qué es festivo hoy, el lunes de pascua en Euskadi? Nunca he sabido la razón ni nadie me lo ha explicado, a no ser que fuese por extender las vacaciones de Semana Santa tras el domingo de pascua, coincidente con el Aberri Eguna. No lo sé. Es una festividad arbitraria; pero también lo es San José, el 19 de marzo, y otras. En esta época poscristiana seguimos condicionados por el santoral católico. ¿Cuándo seremos de verdad una sociedad laica, ajena a las sotanas?

Hoy me he sentido agobiado. Llevamos un mes completo de confinamiento y es insoportable. No tiene sentido haber convertido nuestros hogares en celdas de concentración. Quizás pasado el tiempo se demuestre que el arresto domiciliario fue innecesario y una manipulación del poder. Es mi teoría, pero para conocer algunas verdades tienen que pasar años y que se caiga este sistema podrido.

Con este espíritu, entre la tristeza y la indignación, como otras veces, he recurrido a Mozart, mi ídolo infantil, sobre quien leí muchos libros. Fue un genio, capaz de componer a los seis años y crear obras inmortales. Vivió solo 35 años. Cuando visité Salzburgo, su ciudad natal, me sentí muy decepcionado. En los bajos de su casa natal había un supermercado y a los turistas les interesaban más los escenarios de Sonrisas y lágrimas que la figura de Wolfgang. Deberían volar ese lugar.

Mozart fue infeliz porque no tuvo infancia. Su padre, Leopoldo, un hijoputa, a quien su hijo le debe su formación y también el robo de sus años de niño y adolescente, le paseó como un mono de feria por todas las cortes europeas. Y de él se aprovechó hasta que Mozart pudo escapar a Viena, la capital del imperio, donde triunfó pero que le enterró en una fosa común. ¡Canallas! Viena es indigna de Mozart.

La música de Mozart consuela. Porque se filtra en el alma, te penetra y te eleva. He elegido su Réquiem como compañía para este día. La versión es de 1966, con Karajan, la orquesta filarmónica de Viena y el coro Wiener Singverein. Me gusta su tempo lento y su hondura. El Réquiem de Mozart, aunque sea una misa de difuntos, no es una pieza triste, sino espiritual. Estremece y lo mismo puede hacerte llorar que mover tu ánimo y tu conciencia de ser humano. La he escuchado tres veces y me ha calmado, como una caricia.

En los momentos de emoción, escuchando a Mozart, he recordado a quienes han muerto, muchos de ellos solos. Me he acordado del dolor de sus familias y sus lágrimas. Y de quienes luchan por la vida. Esto es una tragedia y tiene que parar. He recordado en especial a un antiguo compañero que en el plazo de tres días ha perdido a su padre, primero, y a su madre después. ¡Por Dios, ya vale! Ya vale, por favor. Es un precio demasiado alto para el mundo. Y, pese a nuestra ignorancia, es injusto. ¿Quién nos ha envenenado, quién ha desatado esta peste? Tú y yo solo somos víctimas.

Diario de cuarentena. Día 29. Aberri Eguna en casa.

Sí, hoy es el Aberri Eguna, Día de la Patria Vasca. En otras circunstancias este domingo de pascua hubie-ra acudido, como durante tantos años, a alguna de las concentraciones festivas organizadas para su celebración. Es una jornada reivindicativa, porque la nación vasca es un proyecto inacabado. Fijaos que tenemos un Estatuto de Autonomía, que data de 1979 y que, más de cuarenta años después, sigue sin completarse. España y su fallido diseño, resultado de una fraudulenta transición de la dictadura a la democracia, está detrás de esta frustración. 

Deberíamos estar en la calle recordando y reclamando nuestros derechos. Pero estamos encerrados en casa. En su lugar, las ikurriñas lucen en los balcones. Recuerdo la primera vez que acudí a un Aberri Eguna. Fue en 1977. Quedaban meses para las primeras elecciones y los partidos políticos emergían. En la víspera se había anunciado la legalización del Partido Comunista. Había mucho miedo a los militares. La concentración del Aberri Eguna no estaba autorizada, pero se pudo llevar a cabo, precariamente, en Loyola, en Azpeitia. Fue un cambio de última hora, porque no se permitió hacerla en Vitoria-Gasteiz. Llovía y los controles de la Guardia Civil a lo largo del camino hicieron la vista gorda para evitar males mayores. Y allí llegamos. Una gran muchedumbre llenaba la explanada de la basílica. Fue emocionante. El nacionalismo vasco mostraba su liderazgo.

¿Y qué ocurre hoy, 43 años después? Que el enemigo de Euskadi y del mundo es un nuevo e invisible imperio, un virus mortal originado en China y que se ha propagado y está asesinando a miles de personas, además de detener en seco la economía planetaria. ¿Estamos para causas ideológicas en medio de una situación de emergencia? No, el orden de las prioridades se ha alterado. Celebramos esta fiesta, sí; pero nuestras fuerzas están concentradas en lo primario, en salvar a la gente y al país de este desastre. Y dejamos las elecciones y la bulla de los votos para cuando sea posible.

Sí, la política ha quedado en segundo plano; pero no su esencia, el ejercicio de la libertad. Porque el riesgo de esta hecatombe es que los poderes nos lleven, bajo la excusa de la alarma sanitaria, hacia un estado autoritario, con la estatalización de la economía y el intervencionismo público, así como el control de las comunicaciones personales, la censura informativa y la restricción de movimientos. El Aberri Eguna tiende hoy, por necesidad vital, hacia el Askatasun Eguna, día de la libertad.

Junto al dolor y el miedo, repugna que la clase política se muestre tan mezquina. ¿Acaso no es hora de cooperar y aplazar diferencias? Me espanta ver a algunos partidos intentando sacar rédito de la situación y manipulando emocionalmente a los ciudadanos. Ojalá les salga el virus por la culata. ¡Euskadi: somos un país pequeño, seamos una sociedad grande!

Diario de cuarentena. Día 28. Cajeras del mundo

Ir al supermercado es de las pocas cosas que tenemos permitidas en este confinamiento militar forzoso. Y con limitaciones. Mi súper es pequeño y está muy cerca de casa, en Las Arenas-Getxo. Es un BM, que antes pertenecía a Erkoreka, tiendas de postín absorbidas por BM, rival de Eroski. 

Me gusta mi tienda de comestibles. Tiene todo lo que consumo y no suele estar abarrotado, lo que para un agorafóbico es vital. Lo que hace de bueno mi Súper, además de productos buenos y precios más que aceptables, son las cajeras y demás personal que allí trabajan, reponedoras y gente de carnecería y pescadería. Todas mujeres. Son veteranas en su trabajo y tienen ese punto vocacional de servicio de atención al público que tanto echo de menos en grandes superficies, donde te maltratan. Mis cajeras sonríen, me conocen, saludan, bromean conmigo, comentamos chascarrillos y cosas menores. Me encantan. 

Las cajeras nos conocen bien por lo que compramos. Saben nuestros gustos y manías. Saben si vivimos solos y nuestros caprichos. Nos conocen mejor que un algoritmo.

Estos días, desde que empezó el arresto domiciliario, están más serias. Se las ve estresadas, preocupadas, seguramente porque se ven expuestas al contagio. Van protegidas, eso sí, con una especie de prótesis de plástico en la cara. “¡Pareces de antidisturbios!”, le dije a una de ellas cuando vi su atuendo protector. Hicimos risas; pero no están bien, trabajan mucho y en tensión. Es natural. El otro día una me riñó, con razón, porque me había quitado los guantes antes de terminar mi compra. Cumplen con el protocolo y lo acepto. De ellas, lo acepto. A otro, en otra tienda, le mando a paseo. En una ocasión, a un revisor ferroviario, en Venecia, le grité a la cara: “¡Fanculo!”, después de que nos multaran por no haber validado el billete. A algunos (policías y seguratas) se les ha subido estos días el autoritarismo a la cabeza. Y eso me revienta, fachas encubiertos, pardillos de uniforme.

Las cajeras de mi Súper son excelentes en el trato porque han recibido una buena formación. No es casual. No vale cualquier persona para atender a los clientes. En algunas instituciones dan miedo los funcionarios. Ganaron una oposición, pero nadie les enseñó a tener paciencia, escuchar, explicar, sonreír, ser amables. El personal de IKEA es un ejemplo de formación en el servicio a la gente. Seguramente, fueron elegidos por su carácter y después recibieron una formación específica. 

Cuando esto termine (la frase más repetida por la gente en su desesperación) seguiré yendo a mi Súper. Será porque es una tienda amable y de buena calidad, cercana y responsable; pero también seguiré yendo para agradecer que, en los momentos difíciles para todos y para las cajeras, se portaron de maravilla. Son mis héroes de la tienda.

Diario de cuarentena. Día 27. Curso del 2020

Me pongo hoy en el corazón y la mente de millones de niños y jóvenes que están viviendo el curso escolar más extraño y alucinante que podrían imaginar. ¡El curso de 2020 no lo van a olvidar nunca! Ni siquiera sabemos si las autoridades educativas lo darán por válido o lo declararán nulo y será como si no hubiera existido. En el mejor de los casos perderán un año educativo. Y en el peor…

Decimos con frecuencia, quizás con cierta precipitación que los niños y jóvenes son unos artistas de las tecnologías de telecomunicación y que, con la enseñanza on line, podrán sacar los objetivos del curso sin mayores problemas. Tengo mis dudas. ¿Estaban preparadas la escuela y la universidad, profesores y sistemas, padres y alumnos, para esta situación de teleenseñanza? No lo creo, o al menos no hasta el punto de que todos los alumnos y todos los profesores están siendo capaces de adaptarse al cambio de forma tan rápida. Y que ningún alumno se ve perjudicado en su formación.

Si la teleenseñanza consiste en enviar por correo electrónico los temas y deberes del día, que los alumnos han de seguir por sí mismos, entonces no hay problema. La cuestión si, además, el profesor/a está dialogando on line regularmente con todos sus alumnos y se crea esa conexión mental y emocional que requiere la educación. ¿En qué medida está ocurriendo?

La misma clase, con los mismos contenidos y eficacia, pero sin tocarnos ni habitar el aula: eso sería lo adecuado. ¿Y lo está siendo?

Entiendo la dificultad, pero seguramente la mitad del trabajo del profesor, al menos en secundaria y primaria, lo están cubriendo los padres/madres, no sólo en la explicación de los temas, sino también en hacer que los niños cumplan sus tareas sin falta. ¿Y qué pasa cuando un hijo, desasistido por un profesor, te pregunta una duda sobre cálculo infinitesimal?

Es seguro que este drama de la pandemia va a impulsar lo que deberíamos haber hecho hace tiempo. Y sacará del pasado mental a todas esas personas que despreciaban las posibilidades de las tecnologías, los clásicos de la pizarra y los apuntes. Este curso 2020 va a ser lo más parecido a un experimento por obligación. 

Pobres chicos y chicas. ¿Y qué pasa con los malos profesores, irredentos en su metodología, y con las familias que no tienen ordenador ni siquiera conexión a internet? Porque los hay. ¿Cómo les salvamos?

En la Universidad es más complejo, sobre todo en las ramas donde se requieren prácticas, como medicina. ¿Cómo se disecciona un tejido humano en la distancia? ¿Cómo es un laboratorio de uso remoto? La pérdida de oportunidades es brutal. Teníamos un viejo cacharro a pedales y, de repente, tiene que volar. Por favor, que el 2020 no sea el peor curso de la historia. Distinto, sí; perdido, no.

Diario de cuarentena. Día 26. Jones y los niños de Bilbao

La muerte nos sigue golpeando más allá de lo soportable. Me entero de que ha fallecido alguien que fue una leyenda en Bilbao, el futbolista Miguel Jones, nacido en la Guinea española, pero criado en Bilbao, donde también ha muerto a los 81 años. 

Jones y su familia eran negros, pero eran ricos. Esto en la década de los 60 y años posteriores no era lo normal. Para los niños de Bilbao de aquella época los Jones eran los únicos negros que conocíamos, porque los demás eran de ficción en las películas de Tarzán. Los Jones vivían en la plaza del Sagrado Corazón, al final de la Gran Vía, y a tiro de piedra de San Mamés, zona de postín burgués.

Los niños de Bilbao cuando veíamos a Jones descubríamos lo insólito. ¡Eran negros!, y alucinábamos. El caso es que, aparte de negro, Jones jugaba muy bien al fútbol. Y como todo el que se precie en Bilbao, quiso jugar en el Athletic. No le dejaron. Por ser negro, y no por haber nacido en Guinea, porque en el Athletic pueden jugar quienes, aun no siendo vascos, se hayan formado en las canteras futbolísticas de Euskadi, de Pamplona a Donostia y aún en la Euskadi vasco francesa. Los vascos se hacen.

Por entonces, en el Athletic mandaba Neguri, los franquistas ricos que habían liquidado todo lo que de vasco podía tener el Athletic, incluso el nombre y que cambiaron por el de Atlético de Bilbao. Un oprobio con propósito de humillación. Los fachas que gobernaban el Athletic no permitieron que Jones jugase en el equipo. Antes de eso, Jones había estado en el Barakaldo y el Indautxu, donde coincidió con otros dos grandes, Gárate y Pereda, que también tendrían que haber jugado en Bilbao, pero habían nacido en Argentina y Cantabria, respectivamente. Formados en Bilbao, tenían ese derecho. Los tres fueron fichados por el Atlético de Madrid, un club creado por vascos en la capital de España, de igual camiseta rojiblanca. Allí alcanzaron el éxito.

El racismo estúpido de Neguri truncó el sueño de Jones. Pero los niños de Bilbao siempre lo consideramos uno de los nuestros y un amigo. No pronunciábamos su apellido “yons”, como se haría hoy, sino Jones, con su rotunda jota, tal y como suena. Como broma, en nuestra ingenuidad, poníamos delante de su apellido el nombre de Losco. Y decíamos: Losco Jones. Y nos reíamos como tontos.

Jones amó Bilbao y el Athletic. Su familia se fue dispersando e incluso uno de sus hermanos anduvo de mala manera, metido en problemas. ¡Qué pena, Miguel! Los niños de Bilbao te queríamos. Ahora, ya ves, hay un negro en San Mamés, Iñaki Williams, triunfando. Supongo que es la revancha por ti. Los que tenemos memoria y corazón celebramos que todo el que ama Bilbao tenga un sitio en casa. Bien lo sabes, Jones, lo que aquí decimos de los foráneos adoptados: “Un bilbaíno nace donde se le pone en los cojones”. ¡Agur, Jones!