Diario de cuarentena. Día 67. Tiempo de cerezas

La primavera siempre fue para mí el tiempo de las cerezas, la fruta más deliciosa que conozco. Cuando era niño las cerezas llegaban a finales de mayo, cerezas pequeñas y ácidas que crecían de los frutales de El Regato, barrio rural y pulmón de Barakaldo, a tiro de piedra de Bilbao. Ignoro si aún existen cerezos en la zona o han sido barridos por la expansión del cemento y el olvido. Lo que recuerdo de aquellas cerezas es que eran rojas y de sabor ácido, diferentes de las que más tarde llegaban de Cáceres, Aragón o Lleida, más dulces y grandes. No sé si mejores, pero rotundamente distintas.

Yo podría ser el monstruo de las cerezas, como el monstruo de las galletas de Barrio Sésamo, que las devoraba de forma compulsiva e insaciable. Es tan corta la temporada de las cerezas, más que la de otras frutas. Llegan y se van. Y te deja una sensación de hambre insatisfecha, un placer demasiado rápido.

Ahora las cerezas llegan antes, incluso a finales de abril ya se pueden encontrar en fruterías. Soy adicto a las cerezas. El lunes a la mañana compré una caja de dos kilos y a la noche no quedaba ninguna. Hoy tengo nuevo suministro y quizás para mañana las haya terminado. ¿Qué tienen las cerezas que no tengan otras frutas? No lo sé. Son divertidas, ácidas, incluso eróticas, fantasiosas, sabrosas, efímeras…

Las de este año llegan en medio de una pandemia brutal y confinados a la fuerza. Son estos momentos cuando con más intensidad hay que vivir y degustar los placeres de cada día. Hay que profundizar en los sabores, comer mejor, beber con más gusto, amar con más lentitud y ternura. Con dulzura. Es hora de la lentitud, de lo auténtico, de lo que más importa, de lo que tiene más sentido.

El libro de Carl Hororé, “Elogio de la lentitud”, que ya tiene unos cuantos años, lo ponía muy claro: «La lentitud nos permite ser más creativos en el trabajo, tener más salud y poder conectarnos con el placer y los otros». Añadiría que lo ideal es vivir en adagio, que es el ritmo del corazón en estado de reposo. 

Reivindiquemos los puros, pequeños y más sosegados placeres. Mirar la naturaleza y seguir su ritmo y sabias leyes. Deshacernos de la ansiedad y las prisas. Parar el mundo en su locura y volver la mirada a lo auténtico, el pensamiento, el arte, la música y el espíritu libre. Nos hemos quedado enjaulados en nuestras propias trampas de falso y apresurado bienestar que no sabe a nada.

Ya no quiero tener más, quiero ser mejor. No más cosas, sino más tiempo. No más entretenimiento, sino más alegría. Una vida tan divertida como las cerezas. Porque por la boca y el corazón se vive de verdad. 

Un comentario en «Diario de cuarentena. Día 67. Tiempo de cerezas»

  1. Cerezas del Regato quedan pocas.
    En junio se hace la fiesta de la cereza, pero es más testimonial y nostálgico, que algo real.
    Y de aquellas cerezas hay que recordar una clase especial: las llamadas cerezas de Agirre. Con algo menos de color, pero tersas y sabrosas. Qué delicia y qué recuerdos.

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