Diario de cuarentena. Día 69. Rebelión en las aulas

El confinamiento estéril a que estamos sometidos bajo el abusivo Estado de Alarma decretado por el Gobierno central tiene muchos efectos desastrosos, entre ellos la suspensión de las clases presenciales, imprescindibles para la formación de los niños y jóvenes. Este próximo lunes vuelven a las aulas los alumnos de cuarto de ESO, Bachillerato y FP. O sea, los chicos y chicas de 15 años en adelante, a quienes más afecta el parón provocado por el coronavirus y los que más se juegan en esta desventurada crisis.

Para cumplir con las medidas de protección, los colegios están redimensionando las aulas para dar cabida a menos alumnos y habilitando canchas deportivas y bibliotecas. Al mismo tiempo, se les ha aprovisionado por el Gobierno Vasco de mascarillas, guantes y geles de limpieza y señalando las entradas y salidas del colegio por lugares distintos. Es lo correcto. Me pregunto si los profesores y los centros educativos están a la altura de la gravedad del sufrimiento de los jóvenes. ¿Se dan cuenta de lo que se están jugando? ¿Cómo han sido estos dos meses de clases on line? ¿Han funcionado pedagógicamente o se han limitado a meros envíos de tareas sin que haya existido una auténtica interactuación profesor-alumno?

Si el sistema educativo estuviera preparado para el modelo de clases on line, es probable que la situación se hubiera superado sin mayores trabas. Pero el sistema no estaba habilitado para eso, ni el profesorado ha recibido una preparación técnica y pedagógica para esa nueva y dificultosa tarea. ¿Cuál es el balance hasta ahora del trimestre on line? ¿O debemos dar por amortizado este curso?

La enseñanza es de esas profesiones donde la diferencia de calidad es determinante. Hay profesores buenos y profesores malos. No es lo mismo un guardia municipal mediocre y vago que un profesor de los malos. ¡Ay, ¡Dios, eso sí que causa estragos! Y al revés, qué determinante ha sido para mucha gente haber caído en manos de un buen maestro, en primaria, en bachiller o en la universidad. ¡Cuántas grandes personas le deben empujón de sus vidas a los maestros que tuvieron! Todos podemos contar casos concretos y en lo que a mí respecta jamás tuve un profesor que me inspirara. De los maestros nacionales de mi niñez, brutales y franquistas, solo puedo evocar desprecio.

Para ayudar en el regreso a las aulas, el sindicato ELA ha convocado una huelga. Hay que ser irresponsables. ¡Los niños no son tornillos, pandilla de ociosos sindicalistas! Son materia sensible, lo más importante y delicado que tiene el país. ¡Espabilen, profesores y colegios, espabilen! Hagan todo lo posible para que estos chicos no pierdan un año de su vida y eviten malograr su futuro. Se necesita un plus de esfuerzo y generosidad. Hagan honor a su sagrado oficio. Ojalá el curso 2020 se recuerde como el que encumbró a los maestros a lo más alto.

Diario de cuarentena. Día 68. Salvar vidas

Odio las frases reiterativas que van de boca en boca hasta convertirse en lemas oficiales, políticos o culturales sin que se tenga una idea exacta de su significado. El mantra de ahora es “salvar vidas”. Y me saca de quicio, porque es mentira, es el falso parapeto en el que se atrincheran lo mismo los que gobiernan que los que combaten a las autoridades. ¿Salvar vidas? Salvar hostias.

El origen de la idea de “salvar vidas” es militar. Es el argumento falaz que los generales usan para justificar una matanza ajena y evitar bajas propias. Bombardear, con respaldo legal o sin él, una supuesta base guerrillera que puede causar decenas de muertes civiles significa, en esa perversa mentalidad, “salvar vidas”. Lanzar la bomba atómica, bombardear ciudades, las tácticas antiterroristas, los asesinatos selectivos y otras hazañas bélicas son “salvar vidas”. Es la épica de matar a precio favorable.

Ahora, los políticos hablan de “salvar vidas” para dar un marchamo de épica a las medidas sanitarias extremas. Y así, para ellos en su discurso falaz, el confinamiento y todas las desgracias que conlleva es “salvar vidas”, cuando en realidad es una decisión que atenta contra las libertades y es inútil, pues el uso de los medios de autoprotección (distancia, mascarillas e higiene) son suficientes. Pero tienen que darle una épica comunitaria, como un aire de sacrificio colectivo por el bien común y usan el estribillo de “salvar vidas” para justificarse. 

Ayer, en el pleno del Congreso de los Diputados, todos recurrieron a esta cantinela de “salvar vidas” tanto los partidos del Gobierno y quienes les apoyan, como los de la oposición, incluida las rabiosas derecha y ultraderecha. Todos están por “salvar vidas”. Van de salvavidas como discurso preventivo, unos para avalar la gestión de la crisis y los otros para acreditar su posición contraria. Ayuso, la de Madrid, usa su lengua viperina con este mantra vacío y a la defensiva. “¿Salvar vidas?”. No, salvar su culo, señora. Ustedes no salvan nada. Eso lo hace la gente y los que trabajan en la sanidad con los medios y el saber que disponen.

La cultura salvífica se ha instalado en la clase dirigente española, un mesianismo oportunista con el que tratan de tutelar a la gente y privarle de pensamiento libre y criterio propio. O de lanzarla por el camino del odio al enfrentamiento civil blandiendo sus banderas.

No es un defecto de comunicación. Es engañar y protegerse. Hablar mal es decir sin parar “el conjunto de…” para referirse a todos los partidos, todas las Comunidades Autónomas, todos los ciudadanos… ¡Ya vale con lo “el conjunto de”!, maldita sea. Pero mucho peor es invocar el truco de “salvar vidas”. Dudo que abandonen ese mantra. Les ha gustado y sienten levitar cada vez que lo dicen. Por favor, absténgase de salvar mi vida. Ya me apaño yo.

Diario de cuarentena. Día 67. Tiempo de cerezas

La primavera siempre fue para mí el tiempo de las cerezas, la fruta más deliciosa que conozco. Cuando era niño las cerezas llegaban a finales de mayo, cerezas pequeñas y ácidas que crecían de los frutales de El Regato, barrio rural y pulmón de Barakaldo, a tiro de piedra de Bilbao. Ignoro si aún existen cerezos en la zona o han sido barridos por la expansión del cemento y el olvido. Lo que recuerdo de aquellas cerezas es que eran rojas y de sabor ácido, diferentes de las que más tarde llegaban de Cáceres, Aragón o Lleida, más dulces y grandes. No sé si mejores, pero rotundamente distintas.

Yo podría ser el monstruo de las cerezas, como el monstruo de las galletas de Barrio Sésamo, que las devoraba de forma compulsiva e insaciable. Es tan corta la temporada de las cerezas, más que la de otras frutas. Llegan y se van. Y te deja una sensación de hambre insatisfecha, un placer demasiado rápido.

Ahora las cerezas llegan antes, incluso a finales de abril ya se pueden encontrar en fruterías. Soy adicto a las cerezas. El lunes a la mañana compré una caja de dos kilos y a la noche no quedaba ninguna. Hoy tengo nuevo suministro y quizás para mañana las haya terminado. ¿Qué tienen las cerezas que no tengan otras frutas? No lo sé. Son divertidas, ácidas, incluso eróticas, fantasiosas, sabrosas, efímeras…

Las de este año llegan en medio de una pandemia brutal y confinados a la fuerza. Son estos momentos cuando con más intensidad hay que vivir y degustar los placeres de cada día. Hay que profundizar en los sabores, comer mejor, beber con más gusto, amar con más lentitud y ternura. Con dulzura. Es hora de la lentitud, de lo auténtico, de lo que más importa, de lo que tiene más sentido.

El libro de Carl Hororé, “Elogio de la lentitud”, que ya tiene unos cuantos años, lo ponía muy claro: «La lentitud nos permite ser más creativos en el trabajo, tener más salud y poder conectarnos con el placer y los otros». Añadiría que lo ideal es vivir en adagio, que es el ritmo del corazón en estado de reposo. 

Reivindiquemos los puros, pequeños y más sosegados placeres. Mirar la naturaleza y seguir su ritmo y sabias leyes. Deshacernos de la ansiedad y las prisas. Parar el mundo en su locura y volver la mirada a lo auténtico, el pensamiento, el arte, la música y el espíritu libre. Nos hemos quedado enjaulados en nuestras propias trampas de falso y apresurado bienestar que no sabe a nada.

Ya no quiero tener más, quiero ser mejor. No más cosas, sino más tiempo. No más entretenimiento, sino más alegría. Una vida tan divertida como las cerezas. Porque por la boca y el corazón se vive de verdad. 

Diario de cuarentena. Día 66. Primavera robada

El coronavirus por su lado y el confinamiento feroz por el suyo nos han robado la primavera del 2020. A mano armada; pero la primavera está ahí fuera y todos nosotros aquí dentro, obligados por la fuerza arbitraria. Debería reclamar al Gobierno ante los tribunales que me esté privando de este tiempo y sus oportunidades de vida.

Todos tienen conciencia de este robo. También El Corte Inglés, la macrotienda que hizo célebre su eslogan “Ya es primavera en El Corte Inglés”, con el que daba entrada al tiempo de las flores y las cerezas. Este año los grandes almacenes no han querido faltar a su cita con la gente, pero con un discurso adaptado a las circunstancias. El anuncio, pese a todo, es soberbio. Lo protagoniza la actriz Ana de Armas, una canaria de armas tomar y pertur-badora belleza que se pasea con sus vestidos estampados por campos de flores, de colores vivos y luminosos. El mensaje es reivindicativo, como no podía ser de otra forma. “Defiende tu primavera”, es decir, que no te la quite nadie, vívela, lucha por ella con la misma intensidad que se combate por la existencia. 

El icono de la campaña -un puño de flores levantado hacia el cielo azul- refuerza el sentido anticonformista contra el confinamiento y sus efectos depresivos. No habíamos visto a El Corte Inglés (neutro siempre en sus mensajes) tan insurrecto. Y se agradece. Una primavera perdida bien merece esta campaña.https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=c_s-5iDFh6Q&feature=emb_logo

Casi todas las marcas han reinventado su comunicación. Al principio de esta tragedia optaron por desaparecer de las pantallas. Ahora, lanzan sus mensajes de empatía y preparan sus mejores ofertas para cuando el consumo no tenga mayores obstáculos. El grupo de marcas de bebidas Mahou, San Miguel, La Alhambra y Solans de Cabras se han dirigido al sector hostelero bajo el lema de #Somosfamilia para llevarles su ánimo y compromiso de continuidad del alma de los bares. Inmenso. Publicidad en estado puro y con sentido social.

En otro sentido, me ha sorprendido la campaña de Seguros Ocaso, especializados en cobertura de decesos, o sea, de palmar. No, de troya, sino de tener el entierro pagado, vamos. Su anuncio son 20 segundos de silencio en señal de respeto a los afectados por el coronavirus. Extraño, pero atrevido, mal producido, pero valiente también, quizás erróneo, porque un anuncio de 20 segundos puede costar hasta 30.000 euros en hora preferente. Alabo el atrevimiento del jefe de marketing del Ocaso, pero a lo peor acaba despedido. https://www.youtube.com/watch?v=WyfIysfjwAE&feature=emb_logo

“Oxígeno, nitrógeno y publicidad”, de eso se compone el aire, dijo alguien hace años. Si es así, los anuncios son parte del olor de la primavera, la que nos han robado y que jamás viviremos. Creo que, a veces, la publicidad recoge los sentimientos de la gente y los sublima.

Más de un concurso

No fue un concurso, que regresaba a lo grande después de siete meses de ausencia. Fueron varios concursos a la vez y todos eran Pasapalabra, el más popular y neutro desde Un, dos, tres. Fue, en primer lugar, la pugna abierta entre Antena 3 y Telecinco. Una cadena recuperaba el programa que se le escapó y la otra miraba con horror cómo su rival se aprovechaba de sus doce años de éxito. Fue un concurso por la audiencia. Para neutralizar el reestreno, el tinglado de Vasile jugó sucio contraprogramando, al borde de la legalidad, su espacio estrella, Supervivientes,para el mismo día e igual hora. Ganó Telecinco con su 22,4%, frente a casi el 20% de su competidor, una victoria con el sabor amargo de la vendetta casposa y el mal perder. Pero, ¡ay!, Pasapalabra no es un producto de prime time, como el reality, sino de acceso para el informativo de la noche.

            Fue también un concurso de presentadores. Christian Gálvez contra Roberto Leal. El listón estaba alto y el sustituto superó con creces la prueba logrando que nadie echara de menos a su predecesor. Fue un concurso de comparaciones. ¿Qué cambiar y qué mantener? Se hizo lo apropiado, con poca renovación estilística y no se resintió pese a no poder contar con el calor del público en plató. Fue un concurso de legitimidades. Un canal restauraba la honra tras la sentencia del Supremo que condenó a Telecinco por eludir los derechos de la británica ITV. En efecto, Mediaset no pasó la ITV, tuvo que soltar una millonada, abonar la multa y quedarse en la cuneta. Por tramposo.

            Y fue, naturalmente, el concurso de dos gladiadores de las palabras, Paco y Juanpe. Un duelo de categoría en el que se impuso el más humilde, con todo su aspecto de gañán. Fue brillante. Desde hoy, Pasapalabra vuelve a las ocho de la tarde para demostrar que las palabras tienen sentido, más que nunca.