En su libro La vida de las hormigas, Maurice Maeterlinck, premio Nobel en 1911, dice que “las hormigas son, indiscutiblemente, los seres más nobles, más animosos, más caritativos, más abnegados, más generosos, más altruistas que existen en el mundo”. Sin embargo, en la tele las hormigas son perezosas. Está El Hormiguero, en Antena 3, espacio promocional para el marketing de los famosos. Y está Hormigas blancas, uno de telebasura en Telecinco, que hace unos días dedicó al rey emérito un largo monográfico. Lo peor que le podía ocurrir a los Borbones es convertirse en pasto del cotilleo y quedar a la misma altura de la existencia banal de Belén Esteban, Matamoros y demás aristocracia popular. Casi mejor la guillotina.
Fueron cuatro horas, con poco más del millón de espectadores, que apenas dieron para quince minutos sustanciales. Lo demás fue la repetición de lo archisabido: principitos, infantitas, fidelidad a Franco y cuernos a Sofía, muerte accidental del hermano y nimiedades de Juanito, de afligida infancia y vida disipada a nuestra costa. Y el peinado paleolítico de Villacastín. ¿Y qué pintaba Iñaki Anasagasti en la mesa de las hormigas holgazanas? Fue un reconocimiento al único político que se atrevió con el rey comisionista. Los medios que antes vapuleaban al exdirigente del PNV, ahora le solicitan. Y soltó lo más enjundioso de la noche, hasta el punto de revelar que Berlusconi, dueño de Telecinco, ordenó censurar tertulias sobre los trapos sucios del monarca.
No es esta la tele que necesitamos, crítica y democrática. Las hormigas persiguen el bien colectivo, lo opuesto a los canales estatales en su insignificancia. A falta de un referéndum para decidir el modelo de estado, podrían impugnar a Bertrand du Guesclin, aquel felón que ni quitaba ni ponía rey. Motivos sobran para quitar rey y poner república.
Bueno, su señoría el senador Anasagasti se pasó unos cuantos años siendo de los preferidos del emérito y sus campechanos colegueos se traían. Hasta que le debió hacer algún feo o ninguneo y eso su señoría jamás lo perdona, cuando él además, es más de txaskarillo.
No quiero que quiten al rey porque su figura se ha desacreditado. Quiero una república porque la ciudadanía ha encontrado un número suficiente de razones de índole ética y filosófica como para no soportar esta lacra extractora de la cual la figura visible es el rey, pero que consta de un número considerable de vividores que comparten esta idea de posesión permanente y exclusiva del poder. Esta casta (término que Podemos ha llegado a agotar, pero que fue muy válido) que ostenta el poder económico y judicial (el político está firmemente controlado por estos), que cree y hace creer en la inevitabilidad de ello, que no responde a otra justicia y legalidad que la que administran benévolamente sus iguales.
Quiero una república (catalana en mi caso) porque nos hemos mirado los unos a los otros y nos hemos visto y sentido libres, y, en ejercicio de esa libertad, hemos decidido prescindir de estas sanguijuelas. De hecho, creíamos haberlo hecho el 1 de octubre…
No quiero un «cambiar algo para que no cambie nada», que se proclame una república que parezca satisfacer unas ansias de igualdad, libertad y fraternidad que nunca se alcancen en realidad. No quiero una segunda transición, que ya fue un buen ejemplo de cambio cosmético. Quiero que seamos, de una vez, ciudadanos libres.
Del todo de acuerdo, de la primera a la última palabra, Gabriel
La presencia de Anasagasti en un programa como el que se hace referencia no me extraña. Anasagasti no es antimonárquico 8a no ser que él mismo me contradiga). Es anti borbónico y juzga a la monarquía actual por el comportamiento de sus titulares (que es lo que ahora vende periodisticamente), no a la institución en sí. La exposición de Gabriel Plana me evita el comentario que pensaba hacer: La república debe venir por ser un sistema más justo, más democrático. Importa poco si el Rey es felón, campechano, o mejor alcalde. No tiene ninguno legitimidad de poder sobre sociedad, que es la única soberana para organizar el Estado.
Por lo demás, Blázquez, la calificación impropia de las hormigas es una adaptación a la cultura humoristica del pensamiento español: Los héroes son siempre, vagos, pícaros, tramposos, fracasados, poco cabales: no hay más que ver a Carpanta, Mortadelo, Zipi y Zape, Torrente, los personajes de la serie «Los Serrano»…
Es peor que eso. Hormigas Blancas es telebasura. Sin humor, ni chispa, ni gracia, que algo de eso tenían los pícaros de la literatura picaresca española.
Estoy de acuerdo con la calidad de la literatura y muchas cosas de la cultura española, incluso el humor, pero es claro que las sociedades se ríen siempre de aquello que piensan que son. A la tele española en general se le ve el plumero y a la sociedad española también, aceptando como travesuras perdonables los devaneos del campechano… y sus ascendientes.
«»Fueron cuatro horas, con poco más del millón de espectadores, que apenas dieron para quince minutos sustanciales»». Lo que demuestra que mas de un millón de espectadores encontraron lo que se busca en ese canal, no a todo el mundo le interesan los documentales de La2. Respetemos la diversidad.
El sr. Anasagasti, con tal de contar sus batallitas, va a donde sea.
me has decepcionado, ESTAS COMPRADO. ERES MENTIRA
voy a difundiir lo que los hijo putas municipales me han hecho en Billbao, no en venezuela. Pero estas comprado. CERDO¡¡
No voy a insistir en reptirle don veces lo mismo
su preputación sencillamente no existe
No puedo aceptar acusaciones del calibre que haces, amigo. Puede tener implicaciones penales. Y es orden de mi abogado no dar paso a semejante mensaje.
No publique nada mío No volveré moslestarle.