Erdogan, tirano de Turquía, quiere entrar en la Unión Europea sin respetar los derechos humanos. De momento, está penetrando en el continente a través de la cabeza y el corazón. En lo primero, por su competitiva industria de implantes capilares, a mitad de precio que en España. Casi 50.000 calvos viajan allí a remediar su complejo. Y en lo segundo, por sus exitosos culebrones que conmueven a millones de espectadores con historias de amor y familia. En este nuevo Lepanto, Antena 3 y Telecinco han apostado por los seriales otomanos y pugnan a cuchillo por la audiencia. Gana por goleada el canal de Atresmedia. Mujer (en turco, Kadin), sobre un relato japonés, se lleva de lunes a miércoles al 18% de los televidentes. Está por ver si aguantan sus más de 80 capítulos. Y los domingos, Mi hija (en turco, Kizim), basado en una novela coreana, triunfa con el 17% y va para 32 episodios. Siguiendo el hilo de descendencia, la próxima serie debería ser La nieta (en turco, Torun) con libreto malayo.
Dolido por la derrota, Vasile ha respondido con otro producto turquesco, que ha titulado Love is in the air, traducción inapropiada del original, Tocas en mi puerta (en turco, Sen Çal Kapimi). Apenas alcanza el 8% de seguimiento. Esta confrontación llevará a Antena 3 a ser líder de audiencia en enero después de más de dos años. Es una guerra de modelos de programación: Antena 3 es una cadena informativa, de entretenimiento y concursos, mientras que Telecinco se surte de cotilleo abrumador y realities. Lo blanco frente a lo sucio.
No nos engañemos: llamamos series a las telenovelas o culebrones de toda la vida. Ahora se producen con más recursos, pero conservan la raíz melodramática en sus narraciones. Así eran Dallas, Dinastía y Falcon Crest y también nuestra Goenkale. No han inventado nada y continúan desgarrando impunemente el romanticismo. Así nos quiere Turquía y así lo aceptamos: que no haya calvos, pero que vivamos idiotizados con sus historias cursis.
No deja de asombrarme – y no sé si divertirme o asustarme – esta manía que les ha entrado a los turcos por imitar las series estadounidenses. Si las copias sudamericanas eran infumables, lo de las turcas es otro nivel. Supongo que tienen complejo de país atrasado y machista y en sus culebrones igual aparece un gay con mucha pluma que rubias – ¿nacionalizadas o teñidas? – en minifalda.
Qué malos son los complejos. Como pasa con esas series y películas alemanas donde sacan los germanos más morenos y donde hay parejas inerraciales o interculturales; todavía arrastran la culpa por el nazismo, pobrecitos.
Al menos hay que reconocer que los estadounidenses suelen hacer mejores productos y, sobre todo, están encantadísimos de ser como son.
Totalmente de acuerdo. La necedad es contagiosa y en el mundo globalizado, aún más.
Pero de eso se trata, ¿no? de atontar a la población y que ésta se limite a consumir productos, servicios o series homogéneos para todo el planeta. Capitalismo, sin más.