Esta es una historia de hace un siglo, cuando las niñas y niños vascos no tenían móviles ni redes sociales, “pero había una cosa que sí tenían: paredes”. Es el preámbulo de Las Pelotaris 1926, serie de inminente estreno aquí, un relato vasco mexicano esmeradamente producido por Mediapro sobre las primeras pelotaris (al otro lado llamadas raquetistas) que constituyeron un fenómeno social en una época marginal para las mujeres. Itziar, Idoia y Chelo jugaban en frontones con una especie de raqueta de tenis, a 30 tantos, bajo apuestas y contratadas por el empresario de la cancha. Ganaban dinero, pero mucho menos que los hombres y eran famosas y admiradas.
La epopeya transcurrió de los años 20 a los 80 a ambos lados del Atlántico y su lucha fue poder jugar como profesionales. Ya en la primera secuencia queda estigmatizada con la mancha de sangre menstrual en la falda de una de las pelotaris. Tiempo atrás contaron sus hazañas Olatz G. Abrisketa en su libro Raquetistas, gloria y olvido de las pelotaris profesionales, y Victoria Cid en su vídeo Apostando por ellas. La serie adquiere una desafortunada perspectiva machista que atestigua cínicamente un personaje: “Los hombres pagan por ver a mujeres corriendo detrás de una pelota, con faldita corta y sudando”. Y añade: “Ustedes, las pelotaris, no son deportistas, son una fantasía”.
Y así el motor de la narración es forzadamente emocional. Apenas hay diálogos de enjundia y la abundancia de escenas de sexo desplazan la serie a la categoría de culebrón, al gusto latino. Hay crímenes, lujo y pobreza, matrimonios convenidos, mafia y violencia de género. Para la nostalgia están los escenarios vintage de Donostia, Pasaia y Goizueta. ¿Quién decidió hacer una telenovela en vez de una aventura heroica? Lástima, pero en Euskadi gustará porque la mayoría de las pelotaris eran vascas.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ