Cuando un líder de la televisión informativa se jubila se convierte en noticia, en última noticia. Ningún rostro del espectáculo tiene mayor exposición pública que el presentador/a de telediario y por eso su despedida causa estrépito. Al reciente retiro de Pedro Piqueras de Telecinco se suma ahora el de Ana Blanco de TVE y entre ambos acumulan siete décadas de información: toda una época de la tele se va con ellos. Los tiempos cambian y los cronistas también, no siempre a mejor.
Ana Blanco era un modelo de contar noticias. Sobria, discreta, imparcial más allá de las circunstancias políticas, creíble. Su mirada mansa y alejada del aspaviento y de la retórica de la imagen la ayudaron a escapar del protagonismo, a sabiendas de que la fiabilidad de la información es incompatible con el ruido personal de sus emisores. La bilbaína nunca quiso ser estrella y, aunque tuvo la oportunidad de serlo, no puso su nombre y su tarea por encima de la responsabilidad periodística en el crítico medio audiovisual. Con mesura natural y simpatía contenida, su encanto radicaba en la seriedad y la serenidad por respeto a una sociedad que se toma en serio recibir malas noticias y hechos dramáticos, pues esa es, generalmente, la carga de un informativo.
Ana fue el contrapunto de Alfredo Urdaci, el tipo crispado y panfletario de la televisión estatal que le hizo la putada de suplantarla por Letizia Ortiz, más tarde consorte real. ¡Qué diferencia la suya con la miseria del telediario sobornado por unas siglas con el que triunfa Vicente Vallés en una España de trincheras! Y nada que ver con el activismo viejuno de Ferreras. Empezó en los 40 principales, cuya sintonía me acompañó cinco años de carrera, y ha concluido, más de 30 años después, en la señora de las noticias sin miedo.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ