
Si la inteligencia artificial pusiera su enorme potencial a la búsqueda de nuevos productos para la televisión, fracasaría. No es una maldición: son demasiados los factores paradójicos que hacen inviable definir formatos originales a gusto de las mayorías. Y así seguimos, con lo de siempre, con improvisados retoques para que todo siga igual; eso sí, con unos pocos admirables programas minoritarios. La tele enseña mejor que nadie a normalizar la rutina y convertirla en nuestra zona de confort. Lo único nuevo son las noticias y casi todas son malas o peores, como las que llegan desde Washington.
La temporada de invierno es desoladora, tanto que Telecinco ha reeditado Caiga quien caiga, CQC, venerable formato de reportajes de matriz argentina, con más de 30 años y más recalentado que el caldo de la abuela. ¿Qué pueden hacer a lo Reservoir dogs Santi Millán y sus colegas? Apenas confiar que un vacuo diseño y la aportación de realidades dramáticas, como la plaga del fentanilo, compensen la enésima tentativa y su seguro fracaso de público. Lo de Evole, en la Sexta, es otra historia, por su oferta para grandes minorías y sus entrevistas a personajes que tienen cosas que decir. Lo que reiteró Juan y Medio, entre bromas, tuvo bastante de injusto, pues todas las generaciones del franquismo no fueron desdichadas ni muchos hijos abusan de los abuelos. “Todas las generalizaciones son peligrosas, incluida ésta”.
Y en ETB El Conquistador, que tanto gusta al espectador vasco, repite con su temporada 21 aún con su rechazo por ese punto de telerrealidad que frivoliza un concurso de pruebas extremas; pero nada hay más arriesgado que la convivencia. El regreso de Julian Iantzi es discutible tras su imperdonable fuga madrileña. Es lo que hay, la aburrida cadena de lo mismo.
JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ