La encina clandestina

Han plantado una encina
en el jardín oscuro
del lugar donde ocurrió
todo, a la sombra de la casa del sufrimiento
de los niños pobres.
Han transcurrido décadas como siglos
y muchas, ¿cuántas vidas?
Junto al árbol nuevo han puesto
una placa de piedra y hierro
con palabras de recuerdo culpable
y tardío sentimiento.
Y advierto que, como al olmo seco,
“algunas hojas nuevas le han salido”
de aquellas primaveras prohibidas.
Si todas las lágrimas de angustia
de los niños llovieran sobre sus ramas
y raíces se alzaría tan alta y fuerte
la encina hasta alcanzar el cielo
en el que descansan extraviados
los inocentes, en cuyos ojos tristes
me reflejo uno por uno en su memoria.
Dejo bajo esa tierra el dolor y la ira,
ahí quedan por fin los desgarros todos
de una vida recortada.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

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