Se habla mal en un sofá

De todos los asientos posibles para el diálogo Risto Mejide eligió el sofá, el menos adecuado para que hablen dos. Puestos en línea, si quieren mirarse de frente han de girar el cuello u oblicuar el cuerpo. Es tan incómodo que los interlocutores se muestran de perfil y retorcidos. Es la tara de Viajando con Chester, ya en su décima edición y con buenos registros de audiencia. Risto despliega aquí su pasión de entrevistador, que ejerce con solvencia, muy por encima de juez sombrío en Got Talent y de presentador del soporífero Todo es mentira.

Risto no es periodista, es personaje y necesita vida paralela que le convierta en pasto de polémica con sus cuitas y parejas. Como escritor ha transitado de articulista, ensayista y disperso aforista a penoso narrador, con una reciente novela de más de 500 páginas, Dieciséis notas, sobre J. S. Bach, en quien se inspira como el genio que se casó con una mujer mucho menor que él, para relativizar (¿por qué?) su propia boda con una chica a la que doblaba en edad. Los ultrajes que infringe al músico de Leipzig y otros artistas clásicos, amparado en la ficción, dan para una condena en el tribunal de la decencia.

En sus ojos y tono verbal se percibe un estado de aflicción, con lo que sus invitados son terapia para su amargura. De Marina Castaño, en el papel de viuda oscura, le interesaba la diferencia de edad con Camilo José Cela. Del ampuloso Ken Follet, su ardua inspiración. Del narcisista Revilla, su lento olvido. De Bigote Arrocet, su desigual amor con Teresa Campos. Y así con todos, a fuego lento. Hay gente interesante a la que podríamos escuchar, pero desconfían del lado fatal de Risto. Gonzo, en La Sexta, es más sugestivo, porque Salvados prefiere contar historias reales a sentar -malamente- a marchitos famosos.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Luminosa amnistía

La política no es teatro, como dicen sus enemigos; pero es escenificación pública desde que existen los medios audiovisuales. Hace muchos años, según Foucault, la política era “la guerra continuada por otros medios” y ahora es una contienda “por los medios”, pues son canales globales y multiplicados hasta el infinito. Mientras las palabras sustituyan a los disparos, vamos bien. Lo malo es que ultraderecha y la derecha han pasado a los hechos y en algunos casos a la kale borroka y el asedio a sedes de partidos. ¡Cuánto sabemos en Euskadi de este sufrimiento!

Las dos jornadas de la investidura, seguida en vivo por no menos de cuatro millones de espectadores, han sido previsibles en su formato. Y lo que son las cosas, la mitad ha visto una historia con final feliz y la otra mitad un suceso amargo. El bueno de unos es el malo del bando rival, y al revés. No, la política no es teatro, donde los sentimientos son comunes. Cada cual llegaba con su relato, escrito de antemano. Acaso podría tener algo de drama shakesperiano en la lucha por el poder, los odios, las envidias, las traiciones, incluso alguna sorpresa, como la mujer que desde el palco llama hijo de puta a uno de los actores y luego lo niega, bellacamente.

El protagonista era humano, pero no de carne y hueso, la radiante amnistía, que, enmendando la represión liberticida, honra a los catalanes que llegaron a atravesar los límites de un Estado surgido del detritus de la dictadura. La amnistía sublima la memoria del 1 de octubre de 2017. Paradojas de la vida, el día en que Feijóo y Sánchez se zurraban sin piedad, la Lotería presentaba su anuncio de Navidad con el lema de “No hay mayor suerte que la de tenernos”. Hombre, no parece que uno y otro se tengan mucho, salvo rabia y rencor. En fin, es España.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

No es vergüenza, es complejo

“La vergüenza de ser español”, reconocida por Pablo Motos en El Hormiguero, no es vergüenza, es peor: es complejo. La vergüenza es una emoción de apocamiento más o menos intensa, mientras que el complejo es una patología. La que sufre Motos la padecen miles de ciudadanos incapaces de aceptar y gestionar las contradicciones inherentes a una democracia en la que creen lo justo, por aquello (tan español) de embestir a quien piensa diferente. Si un acomplejado es persona inestable, imaginen una multitud con igual complejo de inferioridad. Su tendencia autodestructiva, mala educación y falta de respeto, junto a una penosa historia, enferman a un país entero.

¿Qué le ocurre a Pablo Motos que lleva meses crispado y grosero con la izquierda y los “satélites de Sánchez” (entre los que incluye a la mayoría vasca) y apuesta por envenenar la convivencia y la exageración de las cosas? ¿Es una disparatada táctica para defender su liderazgo? ¿O se trata de una apuesta por la derecha y la ultraderecha, inducida por colaboradores como el escritor Juan del Val, la rica Falcó y Cristina Pardo? Hasta ahora El Hormiguero era un formato de entretenimiento con presencia de actores, escritores y cantantes con sus novedades. De repente, ha adoptado el tono trumpiano de la bronca. Y para proclamarlo Motos declara sentir vergüenza de ser español, que equivale a menoscabarse con el fin de humillar a los demás.

España es un terco conflicto entre una ciudadanía valiosa y otra gente desmesurada e irracional que lo quiere todo y tiene medios para agitar la nostalgia de una época autoritaria. Pablo Motos y su equipo, con la tolerancia de Atresmedia, se ha pasado a la orilla de las bajezas y la turbulencia ultra, desde donde también se incendian las calles. Sí, debería darle vergüenza. 

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

¡Qué dolor, Leonor!

Igual que la televisión franquista, aquella oprobiosa TVE que glorificaba al dictador en blanco y negro. Así se han revelado las cadenas españolas, de derecha a izquierda, públicas y privadas, con Leonor, la hija mayor del rey que, si la pura democracia no lo remedia, será la reina de un país que aceptó sumisamente la monarquía legada por el tirano. Hasta el ¡Hola! suele ser menos cursi con la aristocracia que estos días las televisiones con la heredera. Incluso LaSexta, tan republicana, ha aceptado esa chorrada melindrosa de la leonormanía, prefabricada por la Zarzuela para la alucinación popular y el servilismo mediático.

La operación empalago de Leonor ha tenido varias fases. Comenzó con su ingreso en la academia militar, donde la vistieron de coronel tapioca y distribuyeron imágenes de su formación como caricatura de la teniente O’neil. Una ridícula pantomima que culminó con la jura de bandera y su espectáculo de opereta. El chaquetero Savater se unía al éxtasis invocando “la imagen casi mítica de la joven princesa, hermosa y seria”. Después fue el desfile del 12 de octubre y la recepción oficial, lo más parecido a una rancia puesta de largo de señoritas de la alta burguesía. Cumpliendo su rol de lacayos, Sonsoles y Ana Rosa lanzaban flores a su paso.

La secuencia de la ñoñería nos condujo a los premios Princesa de Asturias, una excusa de celebridades para engalanar la caducidad de la corona. Y por fin, en vísperas de halloween y su carnaval, la jura de la Constitución. ¡Cómo no iba a firmar la niña la garantía de sus privilegios e impunidad! La ausencia -por vergüenza- del abuelo caco fue la afirmación pública de su podredumbre. La esencia de la propaganda es considerar imbécil al ciudadano y creer que la sensiblería es más poderosa que la razón.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Que el corazón olvide

Debemos a Homero y su Odisea la noción de nostalgia, el dolor de Ulises por no poder volver a casa. Su raíz algia indica que es un sufrimiento, pero del alma, al contrario que la neuralgia y la lumbalgia, dolores físicos. Milan Kundera dijo que era “el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar”. Nuestra memoria está atravesada por esta melancolía tóxica. La nostalgia vende mucho en la tele, más que su reverso, la imaginación. La serie de TVE Cuéntame es un producto nostálgico con pretensiones de historia social de España, de 1968 a 2001, a través de la familia Alcántara con un relato que blanquea la dictadura y la transición, justificándolas por el miedo y la ignorancia de la gente. Tras 22 años ha llegado a su fin. ¡Aleluya!

Mucho antes que los Alcántara fue La Casa de los Martínez, un bodrio franquista con polilla. Después llegó la oprobiosa Crónicas de un pueblo, obra del donostiarra Mercero que predicaba los dogmas falangistas. Le sucedió, de la mano del bilbaíno Alfredo Amestoy, La España de los Botejara, sublimación de los estragos de una época de miserias. Todo este detritus desemboca en Cuéntame, fábula costumbrista y cateta que reproduce el complejo de inferioridad español y lo compensa en el autoengaño.

Cuéntame muere porque ya era anciana hace 15 años. Las audiencias mostraban su envejecimiento y ahora apenas alcanzan el 12%. Pero quien decreta su cancelación es Hacienda al dejar al descubierto el fraude tributario de Imanol Arias y Ana Duato, que se hicieron un Juan Carlos de Borbón con el dinero ganado en la serie. Un acuerdo final salva al ermuatarra de la cárcel. Su deshonra pública ha sido letal. Para soportar la realidad hay una receta mejor que la nostalgia: que la mente recuerde y el corazón olvide. ¿O era al revés?

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ