Sabino Arana y los símbolos de la nación vasca

sabino 2 La construcción de una nación es un proyecto largo, complejo y hasta cierto punto inacabable, porque la evolución histórica somete a los pueblos diferenciados a fuertes tensiones en su relación con los demás países y en su cohesión y conveniencia interna. Un pueblo nace y se hace. Tiene un origen y unas raíces, pero constituirse como nación propia implica, entre otros esfuerzos, dotarse de elementos esenciales que la hagan reconocible hacia dentro y hacia fuera, una conceptualización política, cultural, económica y social que se plasma en instituciones y elementos simbólicos que visualizan su existencia y devenir. Así como las personas poseemos identidad (nombre, rostro, carácter, huellas…) también las sociedades precisan de una identidad comunitaria. Y tiene una enorme importancia, por mucho que se frivolice el valor de los símbolos comunes.

 Euskadi es una nación tardía y todavía en construcción. Es gracias a la visión -muy avanzada en términos históricos- de Sabino Arana a lo largo de su trayectoria política que hoy los vascos tenemos un potente sentimiento nacional que actúa como criterio positivo frente a la sangría del provincialismo y la dispersión en España. Contra esa desestructuración de los territorios y la disgregación de la identidad vasca, Sabino va construyendo la idea de una nación que, aún reuniendo todos los factores que definen un pueblo diferenciado (lengua, cultura, territorio, historia, mitos e incluso ciertos factores étnicos), no disponía de los elementos simbólicos elementales. A esa tarea consagrará buena parte de su joven vida y no se puede decir que fracasara, pues hoy la nación vasca dispone del nombre, la bandera y el himno creados por él, junto a una mayor conciencia por la pervivencia del euskera.

 Sabino no solo fundó el Partido Nacionalista Vasco, sino que puso los cimientos de la nación vasca moderna, un proyecto que con el tiempo trascendería de los límites partidistas para ser asimilado por otras corrientes políticas, incluso, en parte, por quienes niegan la existencia de la nación vasca. La esencia de la aportación sabiniana al propósito nacional es la unificación frente a la dispersión de lo vasco y su preocupación por fijar la identidad del país, más allá de lo cultural, dotándole en primer lugar de nombre. ¿Qué clase de país puede construirse sin una denominación común? Sabino tuvo que aventurarse con propuestas que algunos discuten hoy sacándolas de su contexto histórico. No se puede dejar pasar que la dotación simbólica de un pueblo no solo es una necesidad de pura operatividad política, un instrumento, sino que también responde a un impulso emocional, pues emocional es también la idea de nación.

 El activismo propagandístico de Sabino

Arana fue empujado a la política por tres grandes motivos: su propia circunstancia familiar tras la derrota carlista, la realidad histórica que le tocó vivir (la abolición foral) y su particular sensibilidad hacia la cultura vasca y el euskera. Sabino fue carlista per accidens hasta los 17 años Sin embargo, el sentimiento de derrota, lejos de ahogarse en la frustración, le llevó a un gran activismo propagandístico como método de movilización del espíritu de la sociedad de su tiempo para definir para el pueblo vasco un proyecto similar al de otras naciones europeas, surgidas a lo  largo del siglo XIX.

 El activismo sabiniano para sacar del desencanto a sus coetáneos se concretó en un enorme esfuerzo como editor y articulista. El periódico Bizkaitarra fue su primera herramienta de lucha en prensa, desde junio 1893 hasta su suspensión gubernativa en 1895. Le siguió el semanario dominical Baserritarra, en 1897. Ya en 1989 se bregó en El Correo Vasco, primer diario nacionalista; y posteriormente, en 1901, en la revista Euzkadi y ese mismo año en el semanario La Patria. Hay que subrayar que el intenso trabajo editorial y propagandístico de Sabino supuso no solo un gran sacrificio personal y familiar, sino que también le ocasionó varios procesamientos judiciales y su ingreso en prisión. La tenacidad de Sabino le llevó, más allá de los excesos verbales, tan corrientes en su tiempo, a ser un incansable publicista y un polemista nato.

 A lo largo de sus numerosos escritos va quedando constancia de la necesidad de unificar política e institucionalmente el vasquismo, que abarcaba tanto a aquellos que se sentían motivados por la supervivencia de los rasgos de identidad cultural, como a quienes (los fueristas) se pertrechaban  en la defensa de las antiguas leyes como residuo de la soberanía original de los vascos. Desde su obsesión por la grafía, toponimia y gramática euskericas a la “implantación del patriotismo” -presente en el Discurso de Larrazabal- fue dando paso sucesivamente a sus aportaciones simbólicas para vertebrar el proyecto nacional, inicialmente vizcaíno.

 Euskadi, no solo un nombre

             Los símbolos (lingüísticos, icónicos y sonoros) no crecen los árboles, ni se extraen como el mineral de las minas, ni tampoco provienen del cielo o del cosmos finito. Son construcciones humanas, generalmente derivadas de otras precedentes o combinaciones de distintos orígenes y evoluciones. Los símbolos son esencialmente artificiales, con mayor o menor carga de arbitrariedad. En este sentido, resulta bastante ridículo que, por purismo académico o afán partidista, se trate de menoscabar las aportaciones simbólicas de Sabino. No existen los símbolos puros, como tampoco las ideas y las biografías humanas. Todo es creación  o recreación. ¿Se entiende el mundo y su mosaico de naciones sin los mitos, esas invenciones o manipulaciones de lo acontecido?

              ¿Es el nombre de la nación vasca, Euzkadi, un neologismo? ¿Y qué importancia tiene eso, más allá del debate filológico o de las aviesas intenciones ideológicas con que se examinan las creaciones simbólicas del nacionalismo vasco? Para unos, Euzkadi es una construcción lingüística original de Arana a partir de la raíz “euzk” con el añadido de sufijo “di”, que significaría abundancia de algo, con lo que Euzkadi equivaldría a ser “lugar de los vascos”, mejor o peor elaborada al aplicar dicho sufijo a un grupo humano. Para otros, Euzkadi tiene su precedente en las palabras “Euskari” o “Euskaria”, o al término “Euzkadia” aparecida en una poesía de 1862, incluso como deformación de la palabra “Vizcaya”.

             Comprendo la preocupación etimológica de unos y los ardores antinacionalistas de otros; pero a efectos de la construcción nacional efectiva y del valor simbólico de los elementos que la identifican el debate sobre la palabra Euzkadi carece de relevancia. Insisto en el ridículo intelectual del purismo, algo que también podría aplicarse a quienes no aceptan que finalmente se haya impuesto la grafía Euskadi, con s. Los símbolos no son estáticos y están a merced del desgaste y evolución en su uso. Lo de menos es que la nación vasca se denomine Euskadi o, como también se pretende por ciertos sectores, Euskalherria, que Sabino rechazaba porque solo se podría aplicar a las zonas vascófonas. La aportación cualitativa de Arana es haber dotado a este pueblo de una denominación fija y con ella un enorme caudal de confianza en sí misma para su configuración como país diferenciado e independiente. «Euskotarren Aberria Euzkadi da», Euzkadi es la Patria de los vascos, es sobre todo una declaración de autoestima.

 La obsesión por el euskera

Escribía Sabino: «El euskara es, pues, elemento esencial de la nación euskalduna; sin él las instituciones de esta son imposibles. La desaparición del euskara causaría irremisiblemente la ruina de aquella nación, que moriría como muere la hoja en otoño al ser privada por la naturaleza de la savia nutritiva…». La preocupación casi obsesiva de Arana por el euskera fue una de las constantes de su vida, consciente del valor de la lengua como elemento identificador de un país. Se podrán discutir algunos de sus enfoques lingüísticos, pero es innegable que su labor de proyección del euskera fueron determinantes para que la sociedad vasca tomara conciencia sobre la preservación de su lengua. Sus numerosos trabajos en torno a las etimologías, los nombres, la toponimia y la ortografía euskerica dan prueban de que su interés era más práctico que teórico.

 En su actitud hacia el euskera, Sabino Arana es la contrafigura de su coetáneo y paisano Miguel de Unamuno, quien previera y aceptase la muerte del euskera como un hecho inevitable. Sabino no solo creyó que tal desaparición era remediable, sino que ese hecho se llevaría consigo a todo un pueblo. El fatalismo nacional de Unamuno, como la de otras personalidades de su tiempo, motivó a Sabino a redoblar sus esfuerzos por ofrecer un proyecto moderno de nación, que conservara sus señas de identidad tradicionales y asumiera otras, renovadas.

 Una nación, una bandera y un himno

             Probablemente, la ikurriña es el símbolo nacional vasco -creada por Arana junto a su hermano Luis- que mayor solidez mantiene en la Euskadi actual. La bandera se izó por primera vez en el “Euskeldun Batzoki” el 14 de julio de 1894. Mucho antes, Sabino ya había manifestado su preocupación heráldica al defender en su etapa de la Diputación de Bizkaia el mantenimiento de la cruz en su escudo. ¿Y por qué creyó que la nación vasca necesitaba una enseña? Porque la de Bizkaia era prácticamente inexistente y porque ante un proyecto de independencia era fundamental otorgarle un signo con mayor carga significativa.

             Como las banderas no nacen por generación espontánea, sino que son diseñadas por alguien en un momento dado a partir de elementos simbólicos previos, también la ikurriña fue el resultado de una combinación de elementos: el fondo rojo el del escudo de Bizkaia, la cruz blanca simboliza a Dios y la cruz verde es la de San Andrés, con lo que se visualiza el árbol de Gernika y se hace real el lema “Jaungoikoa eta Lege Zarra”, Dios y las leyes viejas. Sabino consigue así concretar lo que anteriormente no se había conseguido, en la “Gamazada” o las tentativas de “Irurac bat” (las tres en una), estrictamente vascongada, o “Laurac bat” (las cuatro en una) de 1859.

En una obra de teatro, “La bandera fenicia”, Sabino dice por medio de uno de sus personajes: “No todas las naciones han tenido bandera hasta los tiempos modernos. Todas si tuvieron escudos desde los tiempos de la Edad Media. Casi todos ellos lo han sido primitivamente de individuos particulares, de señores feudales. El de Bizkaya, en cambio, no es el escudo de sus Señores: es el de la República Bizkaina. No hay en él más que los dos lobos que representan a los Señores, y de ellos haremos caso omiso los nacionalistas cuando nos parezca oportuno, porque no somos partidarios de la forma señorial, la cual se puede abolir porque es accidental en las instituciones bizkainas, y se debe abolir porque es perjudicial para la nación”.

 

El himno nacional fue otra de las aportaciones simbólicas de Arana. La música de “Eusko Abendaren Ereserkia”, himno de la patria vasca», ya existía y se trataba de una melodía popular y anónima que antiguamente sonaba como saludo a la bandera y al comienzo de los bailes. Sabino compuso una letra en la que se resaltaba la identificación religiosa de Euskadi. Hoy este himno es el oficial de la CAV, pero sin letra en razón de la aconfesionalidad de las instituciones democráticas. Este símbolo musical, originalmente del PNV, representa la intensa emoción de la patria vasca y queda como legado de Sabino Arana al proyecto de nación al que dotó de razón y de símbolos.

 

Por mucho que la sociedad actual parezca diluirse en una cierta iconoclastia, no hay duda de que la fortaleza de los símbolos comunes (nombre, bandera, himnos y el euskera) son un valor reconocido por la mayoría de los ciudadanos vascos y contribuyen con su sentido emocional a la consolidación de Euskadi como nación.

Ya estan aquí… las navidades

http://www.youtube.com/watch?v=Iwk8-wDcaEc

Asi-es-el-anuncio-de-este-ano-_54394027213_53699622600_601_341En el universo de la tele la Navidad empieza en noviembre, incluso antes porque los anuncios de perfumes lanzan en octubre sus campañas para el posicionamiento de las marcas e ir penetrando lenta e implacablemente en la permeable memoria de los consumidores. Tres son los hitos de este tiempo preparatorio: el catálogo de juguetes de El Corte Inglés, las burbujas de Freixenet y el anuncio de la Lotería y los tres buscan el mismo efecto de enganche emocional, la creación de instantes mágicos, a los que la gente está predispuesta en un acto colectivo de mutación irracional, muy necesarios para salvarse de la realidad y sus limitaciones. Si no fuera por la magia, hija de los sueños, ya habríamos fallecido asesinados por la soledad y el miedo.

 Será por la crisis, que también es una crisis creativa; pero el anuncio del sorteo navideño, realizado por el bilbaíno Pablo Berger, director de la muda y poética Blancanieves, es el peor de los últimos veinte años, vulgar, casposo y reflejo de la austeridad ética y estética de los poderes que gobiernan el Estado y la economía. Ya lo han visto: es una reunión nocturna en la plaza de un pueblo, donde un grupo de vecinos acuden con velas y el alma gozosa para que unos cantantes frikis y viejas glorias -Raphael, Bustamante, Marta Sánchez, Niña Pastori y Montserrat Caballé- entonen una melodía estúpida que más que emocionar enoja y más que llamar a la ilusión nos restriega por la cara el profundo fracaso de la existencia. ¿Dónde está el toque mágico y el aliento del calvo, aquel que representaba el ángel de la suerte?

¿Y qué es la magia? Algo tan sencillo como hacer grandes las pequeñas cosas de la vida, sublimar lo ordinario para transformarlo en extraordinario y creer en la grandeza humana. Aventurarse en los sueños realizables. Cargar de significado y emociones la rutina. Tener imaginación, ser más bien fantástico. Concederse deseos y hacer regalos que no cuesten más que el instante en que se piensa en su destinatario. ¿Usted no cree en la magia? Sufrirá en Navidad. Apague la tele.

LA PROMESA. ACTO PRIMERO: RAJOY PACTA CON UTECA

 

c9Esto es una obra de teatro, perteneciente al género de la comedia surrealista con un final trágico. El personaje principal es Mariano Rajoy, un oscuro y ambicioso registrador que anhela ser gobernador de una península al sur de Europa, en torno al cual aparece un grupo de notables integrados en una organización monopolística llamada Uteca que posee la mayor parte de las cadenas de televisión, junto a otros propietarios de medios de comunicación. Un día estos caciques ofrecen al aspirante a gobernador ejercer toda su influencia ante la plebe para elevarle al poder a cambio de la promesa de liquidar los canales autonómicos que tan dura batalla les plantean en sus diferentes territorios. Seducido, Mariano acepta el cambalache.

Para alcanzar esta vil empresa deciden llevar a cabo mancomunadamente una serie de maniobras secretas. La primera, provocar en el pueblo un gran rencor hacia las emisoras institucionales falseando su función y exagerando su coste. La campaña de descrédito se realiza de forma sistemática y cruel, ocultando su fin verdadero: la conquista absoluta del mercado. Tras la devastación de la opinión pública y el acceso triunfante del gobernador, éste intenta desalojar a los trabajadores de los canales regionales mediante arbitrarios EREs, a sabiendas de que sus tribunales de justicia los impugnarían por burdos. Este calculado rechazo sería la señal e indispensable excusa para proceder al cierre, aduciendo la imposibilidad de otra salida. La farsa es perfecta para que la gente, previamente adoctrinada, acepte la clausura de sus canales por miedo y advertencia a perder escuelas y hospitales. La sabia Grecia había fijado el precedente.

Y así sucede en un lugar llamado Valencia la primera de las victorias de Uteca y el servil gobernador, que seguido se dirigen a Madrid, residencia de la Corte, donde se prepara el inminente derribo de su emisora local. Otras siete plazas (La Mancha, Extremadura, Asturias, Aragón, Murcia, Baleares y Canarias) esperan igual o parecida suerte. Fin del primer acto. Continuará.

¿Por qué es imposible el pacto PNV-EH Bildu?

81356-777-550            ¿Qué clase de maldición pesa sobre los grandes sueños que los hace irrealizables? Los sondeos de opinión -una aproximación a la realidad en un momento dado- apuntan a que una mayoría social vasca preferiría que el PNV y EH Bildu llegaran a acuerdos de gobierno, mucho más que entre jeltzales y socialistas. ¿Y por qué es imposible un entendimiento estratégico entre las dos fuerzas abertzales? ¿Qué impide un trabajo conjunto en la consecución del derecho a decidir y compartir una alianza para la independencia y otros objetivos básicos? ¿Por qué resultan más fáciles los consensos con el PSE y el PP, siendo estos antinacionalistas? No hay mayor frustración que asistir al enfrentamiento de aquellos que quieres ver unidos, sabiendo que el valor de sus diferencias se mide por su misma mezquindad.

Somos un país adicto a la desunión, pequeño, disperso y agresivo. Solo por estos antecedentes el anhelo de la independencia es imposible. Llama la atención el contraste entre el espíritu cooperativista vasco, tan profundo, con la vasta experiencia de los desencuentros pretéritos y presentes de este pueblo. Somos ejemplo de solidaridad, formamos coros, entidades sociales y culturales, amamos las regatas de traineras y otras formas de unidad y trabajo en equipo; pero somos incapaces de tratados esenciales. Es como si el país tuviera dos almas irreconciliables y estas pretendieran anularse para hacer fracasar todas las conquistas que únicamente pueden materializarse mediante una colaboración consciente y responsable. La unidad nacional es tan deseable y necesaria para Euskadi como cualquiera de sus altos objetivos éticos, económicos, tecnológicos y educativos. Llega el momento en que un país con autoestima debe aspirar a la grandeza, superando el cúmulo de prejuicios, temores y agravios que la empequeñecen cada día.

Prejuicios

            Nada más poderoso que los prejuicios para impedir que una mente o una sociedad avancen. La lista de recelos del PNV hacia la izquierda nacionalista y de ésta sobre la formación jeltzale es interminable, que no pasarían de anécdota si esas activas suspicacias no fuesen un parapeto omnipresente en la política cotidiana para hacer inviables pactos elementales, incluso para ahondar en sus diferencias. Ninguna de las dos fuerzas reconoce a su oponente más allá de la mera tolerancia. Quiero decir que una considera a la otra como una desviación histórica del nacionalismo original, fruto de la intoxicación del pensamiento revolucionario; mientras que ésta se autoafirma como la expresión genuina y actualizada del proyecto abertzale frente a los que han asumido, deslealmente, las reglas del juego institucional del Estado.

Es probable que sin la existencia de ETA y su larga carrera criminal, que también puso en su diana al PNV, los prejuicios entre nacionalistas no tendrían espacio o al menos no serían tan intensos. Quizás por eso los jeltzales tienden con frecuencia a calificar de no democrática a la izquierda abertzale o advenedizos del sistema de libertades. La apelación es inútil y destructiva. La negación de la identidad democrática de EH Bildu y Sortu es uno de los muros que debe caer de inmediato, por mucho que perduren en algunos sectores la tendencia a la algarada tras el fin de la violencia. No solo hay que reconocerse políticamente, sino hacerlo en un plano de igualdad.

Otro prejuicio que sobrevuela los intentos de acercamiento es la mala experiencia de acuerdos anteriores, específicamente el pacto de Lizarra. En el PNV se acepta como maldición el hecho de que los consensos generales y locales con la izquierda abertzale empiezan bien, duran poco y acaban mal, lo cual no deja de contener cierta excusa para cargarse de razones con las que huir de una futura unidad que, sobre todo, se teme por su difícil gestión y posterior digestión.  

Temores

            El miedo entre los miedos que condicionan las relaciones entre nacionalistas es el de la fagocitación: unos y otros temen ser asimilados. Hay una leyenda sobre el PNV según la cual todo partido que llega a pactos con los jeltzales queda desdibujado y termina por perder apoyo electoral; porque, según esta fábula, el PNV tiene una especial habilidad para atribuirse todos los méritos y ninguno de los deméritos. Es la conclusión irracional que manejan en el PSE y en EA. Respecto de la izquierda nacionalista, hay un temor real en el PNV a ser fagocitado, razón por la cual se prefiere tenerla en campo contrario que competir juntos en el mismo equipo. En el fondo, el PNV tiene la creencia legendaria de que los electores de la izquierda patriótica volverán poco a poco al redil del nacionalismo auténtico, al tiempo que Sortu está convencido de que el sentimiento abertzale tiende a la expansión a diestra y siniestra, como el universo.

            A estos miedos hay que añadir la amarga experiencia del PNV en sus acuerdos con la izquierda abertzale, incumplidos o utilizados como táctica dilatoria, un desengaño producido estos últimos años en Gipuzkoa. Hay un pánico real a que las alianzas pongan en evidencia las contradicciones de cada cual, como si fuese posible alguna concordancia con otros sin inconveniencias internas. Pero el más denso de los miedos a la unión abertzale es la economía: existe la firme convicción de que la concepción  antiempresarial de los dirigentes de Sortu cierra toda posibilidad de armonía entre ambos sectores, partiendo del hecho de que lo más importante es la estabilidad económica y el equilibrio social. Por su parte, la izquierda abertzale etiqueta al PNV como partido conservador, rendido a los altos poderes económicos de España. Sin algún tipo de convergencia socioeconómica entre nacionalistas es imposible el pacto nacional y su conducción a la independencia. En la hora de la economía real, la pasión emocional tiene la misma fuerza que el suspiro frente al huracán.

Y agravios

Dudo que haya relaciones más hostiles, incluso más cargadas de explícito desprecio, que las que se dan a diario -en las instituciones y en la calle- entre el PNV y la izquierda abertzale, más o menos las mismas ahora que hace treinta años.  Esta negación recíproca se manifiesta de arriba abajo, de las cúpulas dirigentes a los militantes de base, también en el plano mediático, hasta llegar al máxima expresión del ultraje, que es la de sentirse incompatibles por concepto. Los agravios expresos son desiguales, porque los muros de pueblos y ciudades de Euskadi están llenos de pintadas ofensivas contra el PNV, frente a ninguna contra Sortu. La desmovilización del insulto es una condición previa para facilitar algún tipo de unidad con los jeltzales, mientras que éstos harían bien si renegaran de su complejo de superioridad. Hay agravios a gritos y menosprecios silenciosos que forman el caldo de cultivo de los desencuentros. Celebraré el día en que un abertzale no insulta a otro al grito de ¡español!

Como tenemos poca y mala experiencia en firmar acuerdos, creemos que son una debilidad frente a los otros y una traición ante los nuestros. Por individualistas y desconfiados, los vascos somos pésimos negociadores, un arte mayor que no se estudia en ninguna universidad, pero que se aprende a fuerza de ser buenos administradores de nuestra vida y mejores patriotas. Una alianza no hace desparecer las diferencias, sino que define las prioridades ineludibles. El pacto solo es una metodología, no un fin. Los partidos abertzales, miserablemente, han olvidado los dos: la herramienta y el proyecto. Y así el sueño de la independencia seguirá siendo imposible, el desencanto de cada día.

GitAna Urrutia, corresponsal en la realidad

anaurrutia_22637_11ETB tiene una nueva corresponsal. No en Washington o Bruselas, sino en el país más desconocido y distorsionado que existe, la realidad. A ese mundo ha viajado Ana Urrutia como enviada especial, a inmiscuirse entre colectivos marginales y descubrirnos lo equivocados que estamos con ciertos grupos y culturas.

El formato elegido para la inmersión no es original y está inspirado en un reporterismo que hizo fortuna en Estados Unidos en la década de los sesenta y cuyo icono fue la perturbadora película Corredor sin retorno. Aquel modelo se ha concretado actualmente en el espacio 30 Days, de la cadenaFX Networks, pirateado por Cuatro para el programa 21 días y su secuela Conexión Samanta, ambos conducidos por la intrépida Samanta Villar. A nuestra chica del tiempo, sin necesidad de recurrir a la osadía, le ha bastado su impresionante capacidad de conexión emocional para penetrar, en su primera incursión, en la vida de la etnia gitana de Euskadi y derribar sus tópicos y ratificarnos algunas de sus miserias, como la homofobia y la discriminación de la mujer. Nunca hubiésemos imaginado que entre esta gente existieran euskaldunes y simpatizantes del PNV.  

Implicada exige mucho a Ana, porque su objetivo informativo y social es riguroso, aunque sin pretensiones. A la búsqueda de pulverizar los prejuicios hacia los gitanos, Ana se vio obligada a hacer el ridículo en bailes y fiestas, participar en los ritos de una iglesia evangelista, vivir los preparativos de una boda y ser vendedora de bisutería en un mercadillo, en parte como reportera incisiva y también como paya a la que se recibe como miembro del clan. Este doble papel contradictorio y los cortes intermedios con sus comentarios dieron al programa una agilidad infrecuente en un docureality.  

Es probable que Implicada haya logrado mejorar la imagen pública de la conflictiva comunidad gitana, porque ha tenido la habilidad de mostrar sin filtros el lado humano de ese pueblo. No pudo tener mejor final que el saludo de una niña calé y su flamenco “gero y arte”. Genial.