La comunicación, qué problema (cuatro casos)

EL cine y la literatura han percibido las estructuras de comunicación asociadas a los gobiernos y partidos como centros de inteligencia para el control de la opinión pública y nidos de operaciones de las luchas de poder. En esta visión crítica los equipos y técnicas de comunicación son presentados como amenazas para la democracia. En realidad, se trata de exageraciones provocadas por el desconocimiento o temores atávicos a la información de masas. Es una cuestión de escala: si las personas tienen acceso a publicar una carta al director, hablar por radio y televisión o emitir sus mensajes en las redes sociales con su opinión particular, las instituciones y organizaciones hacen lo mismo, pero con mayor intensidad y frecuencia, sistemáticamente. Que nadie busque la igualdad comunicativa, porque ni internet permite igualar lo que es, por concepto, desigual.

La comunicación es solo un instrumento y, como cualquier otro ingenio humano, puede ser utilizado con rigor democrático o con vileza. En todo caso, del uso de la comunicación se deriva una actitud concreta hacia el entorno y escenifica la calidad de la relación con la ciudadanía, que puede ser alguna de estas cuatro: abierta, huidiza, sobria y propagandística. Pongámosle nombre: Obama, Rajoy, Urrutia y López.

Obama, el equilibrio

La ventaja del presidente americano es que cree en la comunicación como valor y como riesgo. Como valor le sirve para propagar su gestión y abrir canales de interrelación con los electores. Y como riesgo asume su disposición a aceptar la reprobación y la crítica, a costa incluso de comprometer su reelección. El binomio clásico en la dirección comunicativa era difundir las bondades de la acción de gobierno y minimizar los efectos de los errores; pero hay un nuevo paradigma: el eje de comunicación lo constituye el factor emocional, por la eficacia de su conexión. El desafecto de los ciudadanos hacia el poder no se resuelve cartesianamente. Los sentimientos son un río navegable y a través de este torrente se puede desembocar en la convicción. Se acabó el comunicador-actor que dice y hace lo que determina el guión elaborado por los asesores. Lo que importa es que el líder crea y sienta cuanto dice y hace y para eso no hay portavoz más persuasivo que el corazón.

La fortaleza de Obama es el equilibrio entre su labor presidencial y la estrategia de comunicación que le acompaña. Es ponderado en forma y fondo y se esfuerza en conectar con la esperanza colectiva. De hecho, esta es su principal baza emocional. Se muestra veraz en la sencillez y evita ser un títere cuyos hilos se mueven desde el ala oeste de la Casa Blanca. No se esconde, es proactivo en su presencia pública, procura ser cordial y no le teme a la comunicación. Es un modelo a seguir.

Rajoy, a la defensiva

La virtud de Mariano Rajoy -actuar tal como es, sin artificios- tiene la desventaja de su vacío, solo es una buena actitud de partida. No es un líder para una crisis, contra la que, además de franqueza, se requiere capacidad de arrastre para que la sociedad le siga en un proyecto épico de resistencia y salvación. Rajoy es débil para esta empresa. Y así lo demuestra con su política de comunicación, insegura, trémula y a la defensiva.

El más difícil y contradictorio de los problemas públicos es gestionar la mentira. Rajoy ha engañado a sus electores: su política es opuesta a los compromisos programáticos. Y ante el fraude responde sin convicción con la insuficiente honra del mensaje «no hay otro remedio» o apelando al tópico de la herencia recibida. Se ha atrincherado en el fatalismo, una resignación que transmite a los españoles con la inexcusable obligación del sacrificio. Y además, es plano emocionalmente, lo que puede interpretarse como frialdad hierática y despiadada ante la pobreza causada. Rajoy ha decidido inmolarse en su infortunio y cumplir su ingrato papel. Por eso, calla y recorta. Y cuanto menos dice, más deshace. Es difícil hacerlo peor, porque también ha renunciado a administrar con dignidad su fracaso.

Urrutia, poquedad

Josu Urrutia es una persona sobria y poco dada al escaparate, todo muy vizcaino. Y es así, por carácter, en lo bueno y lo malo. Pero resulta que desde hace más de un año es presidente del Athletic, cargo que le obliga a modificar su disposición pública para adaptarse a las responsabilidades institucionales en materia informativa. No dudo de su buena voluntad y valía directiva ni cuestiono a su equipo de prensa; sin embargo, creo que no ha hecho el esfuerzo preciso para establecer un criterio comunicativo acorde con una entidad tan relevante. Su escasez explicativa, enredada de prudencia, es clamorosa y no encuentro justificación a su reiterada omisión de liderazgo. Es imposible un líder silencioso.

Es verdad que, al contrario de los presidentes gárrulos a los que estábamos habituados, Urrutia es austero e incluso optó por quedarse en segundo plano en la celebración de los éxitos de la pasada temporada. Siendo plausible esta discreción, no es útil para los instantes de crisis. Y el Athletic tiene graves males, ante cuya percepción la masa social y los seguidores reclaman respuestas con cierta antelación a los desastres. En esa parquedad presidencial se adivina una imperdonable negligencia de gestión. Eludir la sobreexposición pública no es igual que ausentarse o prorrogar las comparecencias. La poquedad comunicativa de Urrutia es un problema añadido que se resuelve anticipándose a lo inevitable, fijando los mensajes, estableciendo su cadencia y manteniendo abiertos los canales informativos, con los riesgos de desgaste que toda estrategia honesta conlleva frente a la ansiedad mediática. Tanto como a la prensa, hay que respetar a la gente.

López, acomplejado

Mucho peor que un perfil comunicativo bajo es dotarse de una imagen irreal como remedio del mal gobierno o la incompetencia. El resultado suele ser la caricatura. Este ha sido el recurso de López; pero su equipo de asesores ignora que una personalidad pública artificial se desenmascara enseguida. La propaganda tiene sus limitaciones, nadie hace milagros. Y no es solo que López fuera un líder sin formación básica y carente de experiencia gestora: esto podría tener algún remedio. Lo insalvable era la tara social y psicológica con la que llegó a la Lehendakaritza, impulsado por partidos y poderes contrarios a la mayoría social contra la que se alzó un agresivo frente antinacionalista. Consecuentemente, López ha sido un lehendakari acomplejado por el peso de su ilegitimidad y toda su comunicación ha consistido en un intento desesperado de autentificarse como regidor de los vascos, propósito fallido.

El resto es una costosa historia de propaganda y un dejarse patrocinar por la radiotelevisión pública y los grupos mediáticos Vocento, Prisa y El Mundo. En la prórroga de su mandato, López se ha investido de oportunista defensor del autogobierno y valedor del modelo Euskadi, concepto incoherente con la trayectoria del socialismo y de un lehendakari vergonzantemente elegido con los votos del PP. En esencia, el problema de comunicación de la clase dirigente tiene dos caras: una, de nula autenticidad y la otra, de paranoia.

 

Paz en la guerra (del fútbol)

http://www.youtube.com/watch?v=4zw43soEVi0

¿No pensará usted que con el acuerdo in extremis entre Sogecable y Mediapro ha terminado la “guerra del fútbol”? Es un armisticio. ¿Entiende este conflicto? A ver si se lo explico. Para empezar debería llamarse la “guerra de la tele” y es la lucha total por la retransmisión del fútbol y el campo de experimentación para los delirantes fichajes deportivos. Es un balón gigante, inflado de demencia e ideología, que se disputan tres contendientes arruinados. De una parte están los operadores Mediapro (La Sexta) y Sogecable (Digital+), a palos por la pasta y la bandera socialista. Y de otra, la Liga de Fútbol Profesional, algo así como el camarote de los hermanos Marx, donde los clubes tratan de salvar la contradicción entre sacar un provecho desmesurado a Mediapro -mal pagador- y a la vez firmar la exclusiva de los derechos de explotación con Digital+, no menos insolvente. Nadie quiere enfrentarse al monstruo: la inmensa burbuja creada en comandita por el balompié español con sus megalomanías y las televisiones con su huida hacia adelante. Entre el fútbol y la tele hay la misma relación destructiva que entre el ladrillo y los bancos. Síntoma de esta corrupción es el partido en la madrugada de los lunes.

¿Qué va a ocurrir? Imaginemos esta situación: revienta la burbuja, La Sexta y Digital+ quiebran y como consecuencia trece o catorce equipos incumplen los pagos a sus jugadores y pierden su ficha en la “mejor liga del mundo”. El fútbol se desploma y con él la única referencia existencial española. Como tal suceso sería para Rajoy más peligroso que verse rescatado por Europa, las cosas transcurrirán así: Antena 3 recibirá la herencia de los derechos de emisión de La Sexta, mientras que Telecinco tomará el mando en Digital+, donde ya posee un 25%. Se repartirán el pastel y reducirán los precios que hoy cobra la Liga. El fútbol sufrirá drásticos recortes, pero no se derrumbará como los sectores inmobiliario y financiero. ¿El precio? La consagración del duopolio Telecinco-Antena 3: las deudas también nos cuestan libertad.

 

Matar a Kennedy again

Ni se sabe las veces que han matado a JFK en la tele, más que a Billy el Niño. La última, el miércoles, en Telecinco, con el estreno en abierto de la serie Los Kennedy. Si fuera un buen producto, capaz de rendir en calidad y audiencia, no lo emitirían fuera de temporada, con sus cuatro premios Emmy y sus muchas nominaciones. Esos galardones, no se engañe usted, se venden y compran entre bambalinas por intereses de mercado. ¿Y por qué regresa ahora la leyenda de John F. Kennedy? En principio, porque pronto se cumplirán cincuenta años de su asesinato en Dallas y hay que aprovechar ese tirón; pero la clave es que las producciones de base histórica son una moda muy rentable y una alternativa a la falta de ingenio, como las novelas históricas en la literatura actual. Si no se te ocurre nada, busca en el archivo del pasado.

Más que la certeza biográfica, la obsesión de la serie es lograr el máximo parecido físico de los actores con los personajes representados. Es una falsa prueba de fidelidad, porque lo esencial son los hechos, no la mejor o peor caracterización mediante la habilidad del maquillaje y el vestuario. ¿Nos aclararán quién mató a Kennedy y la verdad de los complots que urdieron el magnicidio? Para nada y en su lugar tendremos anécdotas, frivolidad y bajezas. Al fin y al cabo, mucha gente solo recuerda a JFK como el amante furtivo de Marylin Monroe y no como el gran presidente de los derechos civiles en los agitados años 60.

La serie retrata al jefe del clan como un monstruo y a sus hijos varones como objetos de sus ambiciones de poder por encima de toda noble creencia. Con estos ingredientes la pluma de Shakespeare hubiera creado una tragedia portentosa, como El rey Lear; pero los guionistas de la tele, que no tienen por qué poseer la gracia divina de los elegidos, han optado por un folletín ramplón. Este es el drama de JFK: ser asesinado una y otra vez por una conjura de balas y mediocres. Merecería estar entre los grandes de la historia. Lo que no ha hecho la historia, que lo repare el cine o las letras.

 

Cuando las barbas catalanas veas pelar…

A los ciudadanos vascos nos conviene aprender las lecciones catalanas. Por sus propios méritos Cataluña camina siempre un paso por delante de Euskadi y le saca un largo trecho al resto de pueblos del Estado español en casi todo. Compartimos con aquel admirable país mediterráneo la vivencia de la precaria convivencia entre los sectores nacionalistas y unionistas y las contradicciones democráticas que esta disputa genera. Y nos iguala la circunstancia de ser percibidos como enemigos del Estado por nuestros respectivos afanes de autogobierno. Ahora nos toca compartir las enseñanzas de la funesta experiencia del tripartito (PSC+ERC+ICV), que dirigió la Generalitat desde 2003 a 2010, para su aplicación en la CAV en la hora cercana del relevo del bipartito antinacionalista (PSE+PP), último ensayo político español en el laboratorio vasco.

El tripartito fue un proyecto intensamente anti-CiU, disfrazado de pacto de progreso, que se vendió a la sociedad catalana como una alternativa histórica al largo período de liderazgo de Jordi Pujol, que gobernó desde 1980 a 2010. ¿Cansancio del pujolismo? No, aquello fue la historia de la conquista del poder por una izquierda dispar y sin base programática homogénea con la esperanza de cambio como excusa. Lo democrático no siempre es lo mejor, máxime si las decisiones rompen los equilibrios básicos y alteran agresivamente el orden de las prelaciones colectivas. Fue una estrategia frentista que dejó enormes frustraciones y una ruina económica sin precedentes que ahora el President Artur Mas tiene que afrontar con un coste político inmerecido. Aquel arrebatado sueño de poder derivó en una pesadilla para todos.

La deuda, ese placer socialista

El endeudamiento público es una herramienta peligrosa en manos de políticos cuya ambición supera la responsabilidad y amor al país. Dejar a los socialistas la máquina del crédito es tanto como regalar a un pirómano un bidón de gasolina. Al gustazo de traspasar a las generaciones venideras las compras e inversiones de hoy se lanzó Pascual Maragall y después Montilla triplicando la financiación catalana, de los 11.000 millones que les dejó Pujol en 2003 a los 35.000 millones a la llegada de Mas, que necesita unos 7.000 millones de euros hasta fin de año. La situación financiera de Cataluña es trágica, tanto que ha recurrido al rescate por el Estado y no puede pagar los servicios sociales, todo ello como consecuencia de la política de tierra quemada de la disparatada gestión de la izquierda reunida.

¿La bancarrota catalana heredada del tripartito es un anticipo de la quiebra que nos espera en Euskadi después de López? Las cifras que conocemos son muy preocupantes. El bipartito constitucionalista ha elevado la deuda vasca de los 642 millones de euros que dejó Ibarretxe en abril de 2009 a los 6.798 millones de hoy, más de un 10,2 del PIB. La incertidumbre se acrecienta por la nula transparencia de Lakua y el entretenimiento propagandístico al que nos somete el lehendakari y su consejero de economía, Carlos Aguirre, émulos de Zapatero en el arte de sustituir la verdad económica con los más pretenciosos espejismos.

Como a Cataluña tras la desventura del tripartito, el socialismo y su adicción al préstamo traspasarán a Euskadi un legado ruinoso que lastrará durante décadas la recuperación económica y la creación de empleo. Liquidar la descomunal factura generada por López implicará, de entrada, que el próximo Gobierno vasco disponga de 800 millones de euros menos a principios de 2013 por la obligación de atender las amortizaciones derivadas de su desdichada gestión, con una deuda per cápita vasca de más de 3.100 euros, lo que convierte al pacto PSE+PP en la mayor catástrofe sufrida en Euskalherria desde las inundaciones del 83. Pero si estas fueron el resultado del infortunio, la quiebra pública es consecuencia de un voluntario empeño manirroto.

 ¿Pacto de izquierdas?

La cruel lección catalana es más que la evidencia de la voracidad deudora del socialismo. Es la genuina expresión del desastre del frentismo ideológico. No hay frentismo bueno, porque siempre proviene del fracaso en las urnas e implica una fractura social contraproducente. Catalunya se ha vacunado contra la aventura frentista y pienso que Euskadi, después del fiasco del bipartito y su punto de ilegitimidad, también rechaza la fórmula de toda unión excluyente. El aire fresco en la política solo puede venir de la transversalidad, el acuerdo realmente plural y abierto, realizado sobre bases constructivas y con madurez democrática.

A pesar de la palmaria enseñanza catalana, hay quien se muestra partidario de un acuerdo de gobierno entre la izquierda abertzale y el PSE, que podrían conformar una mayoría alternativa al PNV por mucho que los jeltzales ganasen con holgura los comicios autonómicos. Así se ha manifestado en DEIA Patxi Zabaleta, coordinador general de Aralar: «No descarto un pacto EH Bildu-PSE». En esta misma página de opinión José Luis Uriz escribió hace poco: “Quizás las próximas elecciones en Euskadi deberían dar un gobierno transversal en el que las izquierdas, la estatal y la abertzale renuncien a su incomunicación ancestral y demuestren su altura de miras y su apuesta por la reconciliación”. Querencias parecidas han expresado Iñaki Gabilondo, Gorka Landaburu y otros tribunos. Ninguno parece haber aprendido del irresponsable experimento catalán que, entre otras calamidades, ha dejado al socialismo roto en mil pedazos y a las arcas públicas en suspensión de pagos.

Aparte de que el país no está para trincheras ni aventuras y que el próximo futuro pasa por los acuerdos múltiples, fruto de la necesidad y la lucidez, la verdadera transversalidad es la que se atreva a acometer cambios estratégicos y no meras concesiones sectoriales. La transversalidad izquierda-derecha, como la de López con Basagoiti, es mucho más sencilla y menos valiosa que la transversalidad soberanismo-unionismo, donde el desentendimiento es radical. Dada la superación tácita de la dialéctica izquierda-derecha, no es complicado que los partidos se asocien en torno a un mismo programa. Lo fundamental es que puedan pactarse variaciones en el sistema jurídico-político que favorezcan la convivencia entre los dispares proyectos nacionales, sometidos hoy al rigor castrense de la Constitución española y un Estatuto superado, lo que desemboca en el actual desequilibrio democrático. La auténtica transversalidad es la que debe proyectar mutaciones en la monolítica arquitectura del Estado y relativizar el soberanismo a ultranza, ámbitos en los que cuesta ceder, porque hay ideología, concepto y sentimiento, el núcleo de nuestras tensiones políticas.

Algún provecho habrá que extraer de la experiencia catalana y del aciago periplo del Gobierno López. Ambos nos dejan ruinas económicas, que menoscabarán el bienestar durante muchos años, y muestran los dramáticos efectos de la experimentación con la ciudadanía. La próxima vez que alguien proponga un pacto frentista de cualquier signo, por favor, que antes mire a Cataluña y Euskadi.

Ver para crecer: ultima etapa de ETB

Ver para crecer. Este era, hace veinte años, el eslogan intencional con el que ETB enfatizaba sus crecimientos de audiencia. El lema sería reutilizable hoy para destacar los niveles de aceptación de nuestra televisión pública, que ha subido más de tres puntos porcentuales en diez meses, fruto de las mejoras estratégicas introducidas en la programación por el rescatado director de Contenidos, Pello Sarasola. Los datos de julio otorgan a ETB2 un 10,2%, que en agosto podrían llegar al 11%. También el canal en euskera se ha recuperado de sus pésimos registros. Sí, creer es crecer, porque antes de que Sarasola enmendase la plana a Surio mucha gente había dejado de confiar en una desnaturalizada ETB, colonizada por Vocento y Prisa y convertida en objeto de revancha antinacionalista.

Sorprende el comportamiento de la audiencia de Euskadi en verano. Se dan dos curiosidades, al margen de que el consumo televisivo se reduzca una hora al día, de 259 minutos per cápita en invierno a 195 minutos en estío. Una es la influencia de la meteorología sobre los resultados, inversamente proporcionales al sol y la lluvia. Y la otra es que en julio y agosto las audiencias de ETB son siempre las mejores del año: la interpretación es que los seguidores habituales de nuestros canales salen menos de vacaciones que los espectadores de las demás cadenas. Un dato para la sociología.

Hasta el otoño queda por saber qué papel jugará ETB en la precampaña electoral, especialmente en espacios informativos y debates. Un gobierno desesperado es capaz de todo -ahí está la deriva sectaria del PP en TVE- y ya hemos visto cómo los teleberris se contaminan de propaganda y noticias debidamente comisariadas a favor del PSE. En su último periplo ETB tiene dos opciones: ser un gran foro de encuentro plural, capaz de recuperar la credibilidad perdida, o descender hasta lo más bajo en su indignidad y acabar transformada en cloaca de las miserias que alimentaron el desquite españolista. Sus rectores pueden elegir entre terminar con honra su mandato o salir como malhechores.