ETB, 2009-2012: un balance justo

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Supongo que, entrados en vísperas electorales, es hora de hacer balance. ¿Y qué decir de lo ocurrido estos tres años largos en nuestra radiotelevisión pública? Alberto Surio y Patxi López pueden echarle la culpa de sus males a la crisis, pero precisamente la cruda realidad económica ha permitido que su insensata gestión en ETB quede fuera de la campaña aún siendo el símbolo perfecto del fracaso del pacto PSE+PP. Su cuenta de resultados es estremecedora: de junio de 2009 a hoy, ETB2 ha perdido el 33% de sus espectadores (del 14,7% al 9,8%), mientras que ETB1 se ha quedado sin la mitad de la audiencia (del 3,6% al 1,8%). Su identidad fue desfigurada mediante un calculado proceso de desnaturalización y durante este tiempo ETB ha sido el laboratorio de ensayos para la humillación de la mayoría abertzale. Cada día se ha pervertido la verdad, la historia y el lenguaje y se ha comisariado la información en cumplimiento del acuerdo antinacionalista firmado por Basagoiti y López.

Ambos se repartieron ETB como la túnica del crucificado: para mí la dirección general, para ti la gestión de la tele, para mí Radio Euskadi, para ti la jefatura de informativos… La distribución de cargos coincide en lo político, de derecha a izquierda, con la colonización ejercida por Vocento y Prisa. Pero como Surio y López no vendieron el alma al diablo a cambio del éxito, ninguno de sus productos ha funcionado y todo lo que hoy tiene aceptación en ETB ya existía: el cine de Linares, las aventuras de El Conquistador, la sátira de Vaya Semanita, Goenkale, Mihiluze… Los fichajes de Urrosolo, Landaburu y Gabilondo nos costaron millones de euros y un empacho de sectarismo. ¿Y por qué no recordar también la patriótica alteración del mapa del tiempo como expresión de su proyecto identitario? Es difícil no hacer algo bien, pero López y Surio se marchan sin haber hecho nada digno.

Y todo este desastre por la siniestra revancha de quienes hace más de tres años creyeron que podían cambiar la realidad de Euskadi desde la tele. Franco pensaba lo mismo.

«Euskadi pregunta», diálogo fallido

Las buenas intenciones no garantizan el éxito de nada, tampoco en televisión donde hay que transgredir y romper barreras. Ser bondadoso no es creativo. Y por eso, por su espíritu pusilánime y falto de osadía, el espacio “Euskadi pregunta”, estrenado el viernes en ETB2 al amparo de la cita con las urnas del próximo 21-O, malogró el diálogo pretendido entre Laura Mintegi, candidata de EH Bildu, y un reducido grupo de ciudadanos. De hecho no hubo diálogo: fue una clase que impartió la profesora a una pluralidad de alumnos, una clase aburrida aunque amable, de la que apenas pudo extraerse alguna enseñanza. Demasiado fácil se lo puso el formato, rígido y sobrio, del programa a la aspirante abertzale. ¿Acaso era posible el diálogo entre quien se situó en un plano de superioridad escénica, fortificada en su púlpito, y treinta personas abrumadas por las cámaras e inexpertas en retórica? La consecuencia natural de esta desigualdad fue un ramillete de frágiles preguntas (el trascendental asunto del museo de Artziniega, sin ir más lejos) que permitieron a la candidata salir airosa de un trance que no imaginó le fuera a resultar tan favorable. Es un fraude de comunicación que en el actual momento de desencanto y crisis la indignación popular quede reducida a un gentil y vano encuentro.

El mal original del modelo fue confundir la democracia con la demagogia: dar la apariencia de que la ciudadanía vasca tenía la palabra, cuando en realidad a solo treinta personas, más otras cinco vía internet, se les concedía el privilegio limitado de interrogar a una señora que ambiciona gobernar Euskadi. ¿Desde cuándo la soberanía reside en un plató? Para un objetivo tan falaz hubiese sido mejor enfrentarla a líderes de opinión y dirigentes de organizaciones sociales. De hecho, lo mejor de esta noche perdida ocurrió después, con el debate de los siete directores de periódicos y la alta densidad de sus análisis. Con los otros tres candidatos ocurrirá lo mismo, tres cómodos paseos por la alfombra de la tele pública. Magnífico programa inane.

 

De obligado incumplimiento

La democracia es un sistema imperfecto, una poliarquía abierta sin más alternativa que su reforma continua hacia el ideal de libertad y cuyos peores enemigos están en el interior de sí misma: los sumos sacerdotes que la fosilizan en instituciones intocables, la despótica tutela. Un régimen estancado en sus viejas reglas y dominado por el superpoder económico y el control de la información nos conduce a la frustración del sueño de la justicia y la igualdad y de ahí a la apatía social y la tentación totalitaria. La indignación popular que hoy se manifiesta tiene que ver, más que con la búsqueda de culpables de la crisis y la miseria resultante, con la demanda de una democracia verdadera, reconstruida sobre las prioridades humanas y fiel a la ética y la autenticidad como signos de liderazgo. La gente quiere mandar y no sabe cómo porque la han forzado a odiar la política y sus estrechos cauces participativos. Estamos ante el impacto de movimientos de ansiedad democrática, tan cargados de razón como de ira. Cuidado.

La expresión más clara del fracaso del modelo democrático es el descuido de las leyes, cuando estas dejan de observarse, tanto por los gobernantes como por los ciudadanos. La calidad política se mide con arreglo a dos criterios bien sencillos: el grado de respeto a las normas y el nivel de ejemplaridad de los dirigentes públicos. Lo uno tiene que ver con lo otro: no se le pida adhesión al vecino cuando la autoridad se extravía en su conducta. España y Euskadi son dos ejemplos de sistemas deteriorados en los que, por diferentes motivaciones, se practica el obligado incumplimiento de la ley.

Definamos el concepto en sus dos niveles. En España el incumplimiento se refiere a la negligencia calculada en la aplicación de las leyes por invocación de la razón de Estado, de forma que la suspensión del Derecho adquiere el valor de perversa victoria frente a quienes son percibidos como enemigos de la patria. Y en Euskadi es el síntoma de la insostenibilidad de algunos preceptos respecto de la realidad social y no tanto un arbitrario desacato, con lo que cierta insubordinación evita más problemas de los que produciría el estricto respeto de las reglas. Hay una gran diferencia entre violar la esencia ética de las leyes y rechazar normas sobrepasadas por una comunidad cabal.

España no cumple

La democracia española nació de mala madre, la dictadura autotransformada e impune. Y de este origen ilegítimo devienen casi todos sus males, algunos corregidos sobre la marcha y otros, los más graves, pendientes de reparación. La insuficiente autocrítica del sistema y su autocomplacencia impiden que el relevo generacional lleve a cabo una honrosa renovación y revoque las incoherencias heredadas. España presenta brutales excepciones en el respeto de sus propios principios. Y no me voy a remitir al terrorismo de Estado, visualizado en los GAL, la violencia policial tolerada y los numerosos casos de tortura. Me refiero a  la actitud levantisca contra los derechos que amparan al preso Josu Uribetxebarria de la que han hecho gala autoridades y estamentos judiciales. El espectáculo ha sido bochornoso. Por un lado, un Gobierno acomplejado y torpe ante un deber inexcusable, frente al que no ha dudado en contraponer la repugnancia por los delitos cometidos por el ex militante de ETA para retrasar la excarcelación del enfermo. ¿Desde cuándo la ley democrática tiene que humillarse a la irracionalidad de las organizaciones de víctimas y los poderes mediáticos que amparan sus arrebatos? Y por otro, una administración judicial que ha proyectado en sus discordantes decisiones la pugna entre la legalidad y los más innobles sentimientos de venganza y rencor. ¿Y quién sale vencedor de estas miserias? Naturalmente, el victimismo oportunista de la izquierda abertzale y esa mayoría española en la que aún no ha penetrado el civismo y la disciplina moral.

¿Y qué decir de la inobservancia por el Gobierno central de la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo que recusaba la doctrina Parot, ferozmente aplicada a la reclusa Inés del Río y a varias decenas de presos que siguen privados de libertad? El ministerio del Interior ha optado por la desobediencia con artimañas, prolongando esta perversa línea jurisprudencial que anula los beneficios penitenciarios inherentes a todo condenado. Se trata de otro indecente episodio del obligado incumplimiento legal, como también lo es, y no menos grave, que se niegue a Euskadi la transferencia de la política de prisiones prevista en el Estatuto de Gernika. De la metódica violación de las leyes se llega a un estado de injusticia e iniquidad que contamina de desesperación a la ciudadanía.

Dos retratos más de la impunidad democrática española: El macroproyecto Eurovegas, en Madrid, donde se promete un conjunto de exenciones normativas, privilegios fiscales y privaciones de derechos laborales para facilitar su implantación. Y el hurto en supermercados y la ocupación de propiedades en Andalucía, acciones en las que han  participado algunas autoridades sin que estas reciban la debida respuesta penal y el correspondiente reproche social. España es una juerga de autodesprecio.

Y Euskadi incumple

Las instituciones vascas también participan del destrozo legal, inducidas por las abrumadoras diferencias existentes entre Euskadi y España, especialmente en el terreno de los signos, cuestión no menor. El obligado incumplimiento se produce en la llamada ley de banderas, una norma que pasa por encima de la realidad política y no considera el rechazo que provoca una enseña heredada de la dictadura, un recuerdo insuperable. La desobediencia vasca, hasta donde es posible mediante astucia, no es otra cosa que el síntoma de dos contradicciones: que, más allá de las rotundas aspiraciones soberanistas, Euskadi aún forma parte del Estado y que, por encima de las apariencias, la unidad de España es una farsa chusquera. Es penoso ver a las funcionarios rojigualdos realizando el escrutinio, pueblo a pueblo, de los balcones que no tienen colgado el estandarte y reclamando la imposición manu militari de la norma.

Como no todo es culpa de los otros, interesa subrayar la situación surrealista en la que incurren las fuerzas abertzales por simultanear el rechazo a España con la continuidad de vivir resignados bajo su dominio. Se percibe cierta indolencia a la rebeldía democrática y un activismo menor que el que correspondería con el anunciado de las aspiraciones soberanistas. Es preciso que el nacionalismo vasco tenga un mayor atrevimiento para romper con el Estado y dotarse de un marco propio. El nacionalismo no es un amago o promesa de soberanía, sino una afirmación de su viabilidad.

Quizás es que existe entre nosotros una excitante afición al Pase Foralse acata, pero no se cumple«), pero su uso es un contrasentido democrático. Esta pertinaz negligencia es un vivir en un limbo jurídico, residual y nostálgico de antiguas formas de independencia que no tienen encaje en nuestra época. Las leyes están para cumplirse o, en su defecto, ser sustituidas por un modelo alternativo. Es ridículo firmar contratos que las partes planean vulnerar. Tal proceder conduce al menoscabo del sistema de libertades y nos involucra en una cultura sociopolítica basada en la trampa y la frivolidad. Va siendo hora de que Euskadi baje del autobús donde los españoles cantan tontamente: “vamos a contar mentiras, tralará”.

 

Dos contra ETB2: los extremos se tocan

¿Es coincidencia o casualidad que EH Bildu y PP tengan la misma propuesta electoral para el cierre de ETB2? Ambas confluyen en un resultado idéntico. Lo primero que sugiere tan chusca circunstancia es que, una vez más, los extremos se tocan: los proyectos radicales adoptan, por caminos diversos, iguales enemigos, la libertad y la dignidad. El revolucionario y el reaccionario se necesitan y retroalimentan. En esto Basagoiti se parece a Mayor Oreja, cuando este se asociaba con Otegi en las votaciones del Parlamento vasco para derribar el Gobierno de Ibarretxe. Ni por ética ni por estética el facha y el abertzale dejaron de compartir trinchera numerosas veces. Si aquellas coincidencias escandalizaban, las casualidades de ahora provocan perplejidad. ¿Importa que las motivaciones de uno y otro sean distintas si en conclusión están de acuerdo en liquidar gran parte de la radiotelevisión pública?

Basagoiti, siguiendo la ortodoxia neoliberal, habla de privatizar -¿a favor de su hermana Carmen, que anda en el negocio audiovisual?- tres de las cuatro cadenas de EITB. Laura Mintegi se justifica en la normalización del euskera para requerir el exterminio de toda emisora pública que emita en castellano. El argumento del PP es el déficit presupuestario, mientras que el de EH Bildu es su desprecio de la situación lingüística de Euskadi y la anteposición de los deseos a la realidad. Dos desvaríos en uno. Laura y Antonio se casan, feliz enlace.

Si el desastre se produce, tanto la patronal de la televisión privada, como los insaciables grupos multimedia (Vocento, Prisa, El Mundo e Intereconomía), nombrarán a Basagoiti y Mintegi accionistas vitalicios de sus empresas por incrementar exponencialmente sus beneficios y destruir la hasta entonces imbatible competencia de ETB2, Radio Euskadi y Radio Vitoria. Gracias a sus desvelos España habrá ganado la batalla de la información y Euskadi retrocederá treinta años. EH Bildu y PP tienen ideas diferentes sobre EITB; pero si ambas van a muerte, ¿qué importa si es a espada o a pistola?

La televisión identitaria: el imperio contrataca

Identitario/a es una palabra-misil, de las muchas que el Estado español posee en su arsenal de propaganda emocional. Después de adulterar su significado, cargándola de  connotaciones excluyentes y etnicistas, bombardea con ella a los rebeldes del sistema. Bien, aceptamos identitario como animal de presa, pero a condición de que pueda aplicarse a todas las patrias. Y así no hay la menor duda de que las cadenas estatales ofrecen una programación identitaria, con series históricas cuyo objetivo primario es reforzar la identidad nacional española y en este propósito solapado justifica su rentabilidad. Antena 3 estrenó el pasado miércoles Imperium, continuación de Hispania, películas de romanos, espadas, circo y esclavos en las que aparecen nítidamente los mitos de España, con héroes rancios y ridículos atisbos de un pueblo trágico pero irredento. Todas estas producciones son secuelas de Gladiator, de cuyo lejano impacto se derivan estas versiones delirantes. Y para hoy está previsto el comienzo en TVE de Isabel, serie que gira en torno de la consorte de Fernando y la unificación de los distintos reinos medievales; sin Navarra, claro. El discurso identitario se amplía a la épica de la unidad hispánica, que es a lo que querían llegar, después de dar un rodeo por Roma y Numancia, este conjunto de sainetes de mercadillo y atrezo parroquial.

Pero faltaban los toros, no los de Guisando, sino los de TVE, donde han vuelto después de seis felices años de ausencia ética. La España de Rajoy necesitaba este signo identitario para consolar su decadencia y esconderse de la pobreza. En este contexto, el regreso de las corridas a la tele pública es la afirmación patriótica de este cruel festejo, lo que desmiente su supuesta naturaleza popular. Si al menos se evitara su presencia en horario protegido, podríamos soportar la náusea. La televisión, en efecto, retrata con fidelidad a una sociedad y por lo visto estos días, con los espectáculos del caso Bretón y la concejala onanista, hay un rasgo que prevalece: la España negra.