Spain is different: mejor un monopolio que un duopolio

Con la que está cayendo, tópico de moda en la calle y la tele, la Comisión Nacional (sic) de la Competencia ha impuesto a Antena 3 tan rigurosas obligaciones para autorizar su absorción de La Sexta que provocará que su rival, el grupo Mediaset, pueda ejercer a su antojo la dictadura audiovisual. Y puesto que entre las dos corporaciones, la de Telecinco y la resultante de la fusión abortada, dispondrían de más de la mitad de la audiencia y el 85% de la tarta publicitaria, la CNC opina que es mejor un monopolio que un duopolio, horizonte hacia el que irremisiblemente caminaba el mercado televisivo español después de que, primero, Zapatero regalase la publicidad de TVE a las emisoras privadas y, segundo, Rajoy se disponga a cerrar o privatizar casi todas las cadenas autonómicas y prohibir los anuncios en los canales regionales que sobrevivan a la devastación. ¡Alégrate, pueblo espectador, pues tendrás un único tirano!

Para el ciudadano escarmentado la decisión de la CNC, que no es un canal de televisión pero que actúa como tal, apesta a pucherazo empresarial y vendetta política. El órgano regulador no se limita a destrozar los planes estratégicos de Antena 3, a la que discrimina respecto de las condiciones, más favorables, exigidas en su día a Telecinco para asimilar a Cuatro, sino que además remata a la productora Mediapro al tomar partido por Prisa (El País), actual accionista del grupo Telecinco y enemigo mortal de La Sexta en la larga guerra del fútbol y la batalla del purismo socialista. Un escándalo que, en medio de problemas mucho más graves para la gente, quiere pasar desapercibido, como un saqueador de tiendas en medio de la catástrofe y el caos.

La obscena jugada de la CNC se parece mucho a un partido de fútbol de la liga italiana, tan proclive a los apaños fraudulentos, entre los equipos De Agostini-Antena 3 y Berlusconi-Telecinco, donde el árbitro decide hacer trampas a favor del gran putero. La distancia entre competencia e incompetencia es un prefijo, la misma que entre honestidad y bellaquería.

 

Ares y sus errores: el caso Iñigo Cabacas

Para un político profesional, más que para cualquier otro ciudadano, existen dos clases de errores: los perdonables y los imperdonables. Dicho de otra manera, los involuntarios o propiciados por flaquezas e insuficiencias -la mayoría de los extravíos humanos- y aquellos que en algún momento pudieron evitarse y empecinadamente se mantuvieron activos. Hablemos de estos últimos, los errores perfectos. Una equivocación inexcusable se mide tanto por la gravedad de los hechos y sus dolorosas consecuencias, como por la actitud del autor y la prolongación del desatino.

El menos aceptable es el error duradero. Por definición, los fallos imperdonables son aquellos por los que no se piden disculpas o cuyo perdón se implora tarde y mal, es decir, sin convicción y con retardo. Así lo entiende la moral de nuestra sociedad, sensible a la dispensa de los arrepentidos pero implacable con quienes no admiten su responsabilidad y manifiestan jactancia en la propia conducta, los que se justifican. Al final, son las percepciones públicas, mejor o peor informadas, las que determinan la calificación de los hechos: ellas son los jueces y casi nunca se equivocan.

 Errores trágicos

En el caso de la muerte del joven Iñigo Cabacas, producida por el impacto de una pelota de goma lanzada por la Ertzaintza en el centro de Bilbao el pasado 5 de abril después de un partido de fútbol del Athletic, un homicidio absurdo y negligente, aparecen ante los ojos de la gente dos realidades opuestas: una familia dolorida que exige, con todo derecho, el esclarecimiento de la verdad y una justicia consecuente, y la figura del consejero de Interior, Rodolfo Ares, que mueve los hilos de una humillación prolongada por medio de silencios, ocultaciones, demoras, maniobras de distracción y huida de responsabilidades, el contrapunto de cuanto reclaman los padres, los amigos y la mayoría social. Los desatinos de Ares son tantos, tan constantes y tan graves que es difícil encontrar un precedente en la historia de las bajezas políticas.

Ares ha cometido dos errores trágicos en la gestión del suceso que, sumados a todos los anteriores, resultan imperdonables y definitivos. El peor es el ofrecimiento de una compensación económica a la familia, vía seguro de responsabilidad civil, con el propósito de ahogar las repercusiones públicas del caso. La tentativa, que existió, de comprar con dinero el silencio de la gente de Iñigo retrata ante la opinión pública el talante miserable y escapista de Ares y su desprecio hacia los sentimientos de los allegados de la víctima. La indignidad institucional frente al dolor

En este contexto de deshumanización, Ares construye un debate tramposo consistente en atribuir una causalidad política a la postura beligerante de la familia, al cargar contra la abogada de esta, Jone Goirizelaia, y su trayectoria como dirigente de la izquierda abertzale, con este mensaje implícito: como la letrada fue una reconocida defensora de ETA, también ahora carece de credibilidad y ética en su estrategia profesional, con lo que la razón asiste solo al consejero socialista. Negando legitimidad a la defensora de la familia, Ares propina una terrible bofetada a los padres de Iñigo -y a la memoria de este- en la cara de Goirizelaia. De paso, la maniobra del responsable de Interior es un insulto a la sociedad democrática, a la que se ha pretendido manipular mediante la politización de los sentimientos de los padres y el cuestionamiento de estos a designar sin prejuicios a su legítima representación legal.

Su segunda equivocación, no menos grave, ha sido polemizar con la familia Cabacas. El consejero debería saber que, por concepto, la víctima siempre tiene razón y que la sociedad se sitúa racional y emocionalmente del lado de los que sufren una injusticia, más aún si el mal procede de los ámbitos del poder. ¿Cabe mayor torpeza que confrontarse con unos padres cuya conducta ha sido ejemplar y paciente hasta lo indecible y que han aguantado toda suerte de evasivas y desprecios institucionales? El admirable comportamiento de los seres queridos de Iñigo ha contribuido a que la irresponsabilidad de Rodolfo Ares quedara más patente y se percibiera la enorme distancia que media entre las políticas rastreras y la moral sin dobleces de los ciudadanos.

Errores iniciales

Todo empezó mal. El consejero cometió al menos tres fallos iniciales. El primero, actuar con cobardía al esconderse de los hechos hasta que sobrevino el fatal desenlace. Cinco días de deshonroso silencio, desde los incidentes hasta la muerte (sus vacaciones de Semana Santa eran más valiosas), son la medida de su pusilanimidad, sin contar con su miedo a la soledad (el otro lado de la cobardía) por hacerse acompañar en sus tardías comparecencias públicas por su viceconsejero y el director de la Ertzaintza. Su segundo error fue negar contumazmente que la causa del fallecimiento de Iñigo fuese la carga a pelotazos y a corta distancia de una unidad de la Ertzaintza. Su negación sonó a brutal mentira.

El segundo error fue la tozuda inadmisión de su responsabilidad política. Más allá de las declaraciones retóricas en sede parlamentaria y ante los medios de comunicación, Ares jamás tuvo la intención de dimitir, ni siquiera para dejar a la Ertzaintza libre de una culpa que solo pertenecía a sus mandos institucionales. Por encima de todo la prioridad era su carrera política, siendo la muerte de Iñigo un daño colateral, fruto de la fatalidad y las circunstancias.

 Errores tácticos

Como estratega Ares es un fiasco. Solo así se entiende que cometiera otras tres faltas esenciales. La primera, fiar su protección política a la judicialización de un asunto que, lejos de eternizarse en la odiosa parsimonia de los tribunales, merecía un rápido esclarecimiento y una depuración política y penal coherente con la magnitud del daño causado. La segunda es un error de cálculo, típica entre quienes, por ansiedad, confunden la realidad con los deseos: pensar que con el transcurso del tiempo el tema se diluiría en la amnesia colectiva, como tantas otras infamias. Su conjetura ha chocado con la tenacidad de los amigos y la férrea voluntad de los padres de llegar hasta el final mediante la movilización y la agitación con el propósito de evitar que el drama de Iñigo se inscribiese en la larga lista de los casos perdidos.

El tercer error táctico de Ares ha sido su afán por buscarse un chivo expiatorio, personalizado en algún mando de la policía autónoma o quizás en uno o dos miembros de la brigada que realizó la carga, a quienes poder endosar las culpas y salir airoso del trance. El consejero ha arruinado él solo su carrera política. Quizás en Madrid, cuando en pocos meses se extinga el Gobierno López, tenga un lugar donde esconder su vergüenza. Aquí está acabado.

La confianza en la justicia es escasa; pero Iñigo Cabacas solo podrá descansar realmente el día que se conozca la verdad en todos sus detalles, los culpables tengan y cumplan su correspondiente castigo y existan garantías de que nunca más volverá a ocurrir una tragedia como la de aquel fatídico Jueves Santo en un bullicioso callejón vasco.

 

Aplaudid, malditos, aplaudid

Si usted acude como público a un plató de televisión estará obligado a seguir las instrucciones del regidor, que le dirá cuándo debe guardar silencio y cuándo tiene que aplaudir. Quiera o no, formará parte del decorado del programa. La situación es semejante a la que se vivió en el Congreso español el fatídico 11 de julio de 2012, que pasará a la historia universal de la infamia. Al brutal discurso de Rajoy, en el que anunció el más severo ajuste económico y social del que se tiene memoria, respondieron, puestos en pie e insultantemente felices, los diputados del PP con una atronadora ovación que se prolongó durante un minuto, obedeciendo al patético gesto del regidor del plató parlamentario, Alfonso Alonso. Incluso la diputada conservadora Andrea Fabra (de tal palo) gritó: “¡Que se jodan!”, en medio de la aclamación al presidente por la merma de prestaciones a los parados. Una imagen surrealista.

En vez de expresar la amargura del momento con un fúnebre minuto de silencio, como lo haría cualquier ciudadano decente ante la gravedad de los hechos, el coro popular optó por un largo aplauso al jefe, como si defender los recortes del Gobierno fuera, en lo moral y lo político, más importante que el respeto debido -y el decoro- a millones de personas damnificadas por la reducción de derechos. Entre el aplauso del PP y la consternación de la gente está la diferencia entre la política y la sociedad. Hoy es más creíble un reality show de la tele que los espectáculos institucionales como los del pasado miércoles.

Al golpe y la conmoción social causada le han de seguir ahora una dolorosa réplica: la rebelión y la protesta (“la gasolina en las calles”, en palabras de Cayo Lara). A las imágenes de revueltas y desórdenes públicos es a lo que de verdad teme el Gobierno, mucho más que al coste electoral. Estas escenas minarán su escaso crédito en Europa. Con la hiperactividad de las unidades antidisturbios la televisión mostrará una realidad terrible: al Gobierno solo le defiende la policía. Como en las dictaduras.

Rajoy y la fábrica de mensajes

La tele es una gran fábrica con tres áreas: entretenimiento, ficción y mensajes. De las dos primeras se ocupan, con patente no exclusiva, los canales privados que suministran diversión continua y sueños paliativos, mientras que los mensajes son cosa de la pública, púlpito de los propósitos inconfesables del Estado. TVE ha cumplido, desde el franquismo a la democracia formal, su función propagadora y hoy, en la hora trágica de la crisis, también se compromete a producir los mensajes pertinentes. Tiene nuevo presidente y ha sustituido al director de informativos, dos piezas clave para que la fábrica alcance su óptimo nivel de rendimiento. Pronto renovará las caras de los telediarios y debates. Y el catálogo de mensajes está preparado, obra de los sociólogos de La Moncloa. ¿De qué quieren convencernos?

El primer mensaje es simple y falaz: los sacrificios de hoy son el bienestar de mañana, de forma que debemos asumir este período de privaciones como una épica nacional. El segundo nos dirá que a Rajoy le concierne la sublime labor de salvar a España y evitar su expulsión del paraíso del euro, por lo que hemos de verle como un líder providencial e infalible. El tercero se refiere a la vivencia penitencial de los recortes, de los que nadie puede sentirse ajeno porque todos “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, esa fábula en la que los jefes del PP diluyen su culpabilidad. El cuarto nos hablará de que la poda de derechos es, en realidad, un gran programa de modernización del Estado y una oportunidad trascendental. Y el quinto mensaje nos contagiará del sentimiento de declive y encrucijada histórica de España, similar al 98, y que como entonces necesitamos experimentar cierta purificación patriótica.

Los cinco mandamientos de Rajoy se encuentran con el obstáculo de que TVE es ahora la tercera cadena en audiencia, tras Telecinco y Antena3, como resultado de la democracia recortada que pretende enaltecer. Pero lo ruinoso para la fábrica de mensajes es que el pensamiento-eslogan ya no funciona. Gracias, crisis.

Diez razones (más una) para el anticipo electoral

El ambiente político vasco es muy similar al que existía en España en mayo de 2010, cuando Zapatero emprendió un atroz programa de recortes. Tras su felonía, el presidente español se atrincheró en La Moncloa y no quiso escuchar el clamor de un adelanto electoral, alargando su agonía durante más de un año, lo que contribuyó a que la debacle socialista fuera aún más cruel en noviembre de 2011. Tal vez el lehendakari quiera emular a Zapatero y acabar como sinónimo de catástrofe. Desde que estallara la paz, se rompiera el pacto antinacionalista PSE+PP y la economía se viera atenazada por el terrible endeudamiento de Lakua, cuyas cuentas están en entredicho, todos los partidos, a excepción del PSE, han requerido la llamada a las urnas para no prolongar la actual anomalía. López se ha blindado en Ajuria Enea, confiando en que un poco más de tiempo le proporcione una reputación que su gestión -manirrota y frentista- y su dudosa legitimidad democrática le han negado con todo merecimiento.

No aspiro a que quien se niega oír el estruendo de la calle atienda mis argumentos para una inmediata citación electoral; pero aún así le brindo estas diez razones, y una más, a modo de reflexión e invitación a la responsabilidad:

1. FIN DE LA EXCEPCIONALIDAD. El acuerdo López-Basagoiti fue producto de un tiempo hoy superado, una respuesta crispada a una situación en que la violencia hacía irrespirable la convivencia. Acabada ETA y todas sus excusas para la negación de los anhelos democráticos, lo conveniente es que la nueva realidad se plasme en las instituciones comunes, como ya lo está en las locales y forales. Así se daría paso a la normalidad y caería el disfraz de un régimen de revancha, radicalmente antiPNV, que ha envenenado la coexistencia ideológica y ha supuesto un muro de separación que solo cederá con la disolución  de la legislatura y el final del ensayo de la estrategia de Estado en el laboratorio vasco.

2. PRESENCIA INSTITUCIONAL DE LA IZQUIERDA ABERTZALE. El vigente Gobierno está íntimamente vinculado a las maniobras de apartheid electoral, fruto del engendro de la Ley de Partidos. López es la representación de ese pasado excluyente, de modo que su continuidad supone un hecho paradójico y una contradicción radical del nuevo tiempo. La arbitraria ausencia de la izquierda abertzale en Gasteiz, ahora relegalizada bajo las siglas SORTU, nos ofrece una foto trucada de la representación popular, una imagen cercana al surrealismo político.

3. LA PRIORIDAD ECONÓMICA. Nadie duda de que la prioridad son las soluciones frente a la crisis, lo que exige un Ejecutivo fuerte y consensos amplios para transitar hacia un modelo competitivo y socialmente equilibrado. Nada de esto puede hacerlo un presidente en precario. Por el contrario, la apatía y desprestigio de Patxi López son obstáculos añadidos para la recuperación del empleo, la creación de riqueza y la consolidación de “la marca Euskadi” frente al lastre de la “marca España”. En su ineptitud y soledad, este lehendakari nos sale muy caro.

4. FIN DE LA POLITICA DE BLOQUES. El frentismo ha sido la referencia de la era López: un pacto españolista frente a la mayoría abertzale, un cortafuego del Estado. La demanda de la sociedad es que mediante el diálogo y las mutuas concesiones, según el peso de cada sentimiento de pertenencia, se establezcan acuerdos transversales que faciliten un razonable entendimiento entre vascos, superando el estrecho margen constitucional y un Estatuto periclitado. La lastimosa continuidad de la legislatura es una declaración de hostilidad y la obcecación impositiva de una minoría política.

5. EVITAR UNA LARGA PRECAMPAÑA. Por mucho que López se obstine en aparentar, estamos en campaña electoral. Y el lehendakari, el primero, con su hiperpresencia  pública y sus eventos inventados. Esta situación, además de constituir un despilfarro de recursos y tiempo, puede resultar insoportable para la ciudadanía. ¡Ocho meses de precampaña es un desatino! Solo los desesperados creen en la prolongación de esta agonía que a lo más dará satisfacción a quienes, sin oficio ni beneficio, aspiran a salvaguardar sus cargos y sueldos hasta el último día.

6. FORTALECIMIENTO DE LA PAZ. Consolidar la paz es la otra prioridad. ¿Cómo va impulsar una solución irreversible quien, con sus afanes excluyentes y fuleros, ha sido parte del problema? Derrotado en las municipales y vapuleado en las generales, López es la antítesis del liderazgo. La paz y los asuntos colaterales (presos, víctimas y reconciliación) son demasiado importantes como para dejarlos por más tiempo en manos de quien carece de proyección vasca. Sin duda el futuro de López está en Madrid y su prórroga en Ajuria Enea no es más que una baza útil para su campaña de partido.

7. HACIA UN NUEVO MODELO INSTITUCIONAL. Euskadi pide a gritos cambios internos y en su vinculación con España. Una reforma serena pero profunda de la arquitectura institucional y la formulación de un nuevo status jurídico político exigen acuerdos cuyo punto de partida debe ser el mapa de las preferencias de los ciudadanos, o sea, un resultado electoral fidedigno. Además,  la polémica Ley Municipal, el pacto fiscal, la restructuración financiera, la remodelación de los servicios públicos y otros temas principales esperan mejores administradores que los actuales.

8. LA AMENAZA DE LA RECENTRALIZACION. En España suenan trompetas de derribo autonómico, que pactarán PP y PSOE contra las libertades de los vascos. Responder al delirio uniformador implica la necesidad de contar con un lehendakari que defienda el autogobierno sin vacilaciones y con absoluta fortaleza. Con el pretexto de la crisis, el resentimiento español -en una nueva melancolía noventayochista- emerge con previsiones demoledoras. ¿Qué puede hacer Euskadi contra esta violencia si su Gobierno es cómplice del proyecto regresivo? Le queda tomar la palabra y decidir.

9. CLARIFICACION DEL MAPA POLÍTICO. La provisionalidad es el signo de López. Tras las dos últimas elecciones y la legalización de SORTU, la distribución política sigue sin clarificarse. Todo indica que habrá cuatro fuerzas, dos en el lado abertzale y otras dos en el sector español. Siendo esto así, ¿a qué esperamos para verificarlo? ¿Por qué no dar la voz al pueblo para que diga qué porción de apoyo posee cada sigla y qué capacidad de acuerdo existe entre ellas? Los miedos de López, disfrazados de impostada responsabilidad, impiden que se despejen las dudas.

10. CONOCIMIENTO EXACTO DE LAS CUENTAS PÚBLICAS. No hay posibilidad de encauzar el crecimiento económico y la creación de empleo sin disponer de un diagnóstico de las cuentas públicas. Las sospechas de cuasi bancarrota financiera de Lakua aumentan en igual medida que su falta de transparencia y negación de los datos. Necesitamos saber lo que hay y lo que no hay, con un nuevo equipo que realice las pertinentes auditorías. La herencia puede ser brutal. ¿El temor a que se conozca esta verdad es otro motivo por el que López aplaza la convocatoria a las urnas?

Si todo lo expuesto no le parece suficiente al lehendakari para otorgar la palabra a la sociedad y se elija ya un nuevo Gobierno que equilibre la convivencia y responda a nuestros problemas e incertidumbres, le daré una razón más: dignidad, señor López; hágalo por dignidad.