La siniestra historia de los bebés robados, cuya dimensión y gravedad se va destapando poco a poco, nos muestra la otra cara del franquismo, quizás aún más siniestra que su rostro social y político, más conocido, De hecho, para que se produjera el masivo robo de niños tenían que converger cuatro factores canallas:
• Una dictadura que lo controlaba todo.
• Una estructura administrativa corrupta e inmoral.
• Unos poderes coaligados, como la Iglesia y una parte de la clase médica.
• Una moral hipócrita, capaz de traficar con niños y justificarlo por la honra.
Por lo que sabemos, el robo de bebés tenía dos dimensiones:
1) La trama creada en establecimientos hospitalarios, donde algunos profesionales sanitarios engañaban a las madres (que generalmente ya tenían otros hijos y eran tiempos de alta natalidad) comunicándoles el fallecimiento de los recién nacidos durante el parto o poco después, simulando posteriormente el enterramiento y falsificando los registros civiles. Estos niños se vendían o “traspasaban” a familias que deseaban tener hijos (aunque fueran ajenos), con consentimiento de esta trama criminal y que terminaban por adoptarlos. Para llevar a cabo todos estos robos se necesitaba por lo menos la participación de un médico o una enfermera, una matrona, un funcionario del registro civil, un funcionario del cementerio y quizás los padres de adopción. Pura mafia.
2) Otra trama similar al anterior, pero vinculada a las organizaciones de caridad que atendían a “mujeres descarriadas”, que siendo solteras se habían quedado embarazadas. Aquí se necesitaba la cooperación de algún miembro de la Iglesia Católica, cura o monja. El robo podía tener una vertiente más legal pero no menos brutal, que consistía en convencer a las “madres descarriadas” de que entregaran su hijo “ilegítimo” a una familia que lo pudiera cuidar sin el oprobio de la vergüenza pública. La otra vertiente era parecida a la trama antes descrita: las mujeres solteras parían en estos centros y se les comunicaba que sus hijos habían nacido muertos o que habñian muerto prematuramente, cuando en realidad se les vendía o entregaba a familias “respetables”.
Estamos hablando de varios miles de crímenes producidos durante las década de los 50 a los 70, donde el agobiante control de la dictadura y su moral hipócrita les permitía actuar a su antojo.
Hace unos días el obispo de San Sebastián, Munilla, declaró en Radio Euskadi que no le constaba que ningún miembro de la iglesia en su diócesis hubiera tenido alguna responsabilidad en estos crímenes. ¿Cómo se puede tener tan poca caridad y tanta cara? ¿Y por qué no, en vez de ponerse la venda antes de la herida, hace una profunda y exhaustiva investigación y promete ir al fondo de la trama, caiga quien caiga? ¿Por qué no reconoce la evidencia de que muy probablemente algún miembro de la Iglesia estuvo involucrado en estas organizaciones?
Lo mismo podríamos decir de los colegios de médicos y enfermeras, y las organizaciones de matronas. ¿Por qué no hacen una declaración pública en el sentido de realizar una investigación profunda entre sus asociados? ¿Por qué todo el mundo escurre el bulto amparado por el paso del tiempo y la irresponsabilidad de los delitos prescritos? Por cierto, estas barbaridades no prescriben.
Con esta terrible historia a algunos se les habrá caído la venda de los ojos sobre las múltiples crueldades del franquismo. Ahora, la España desmemoriada y cobarde no puede eludir mirar de frente lo que fueron aquellos años, en los que no solo se asesinó, encarceló, torturó a millares de personas y se sometió bajo la bota militar a todo un estado durante cuatro largas décadas, sino que además se llegó a la ignominia de robar y traficar con recién nacidos, con la complicidad de ilustres galenos, bondadosas damas enfermeras y beatos miembros de la Iglesia y una parte de la sociedad acomodada, indiferente ante la dictadura. Quizás haya en España quienes piensen que, pasados tantos años y ante los hechos consumados, es mejor dejarlo estar y mirar para otro lado. Esto mismo decían las «buenas gentes» al final del franquismo. Con gente como esta, que son millones en España, cualquier tiranía es posible. Porque tienen alma de vasallos.
Ahí tiene España su memoria histórica. Ahí tienen el resultado de su apatía y su miedo a la libertad. Taza y media de cruel realidad.