Estar preparado para las decepciones es una prevención saludable en un mundo al que no se le puede pedir demasiado, ni un poco. Llega el momento en que las desilusiones te cuentan la verdad, que toda confianza es un autoengaño para la supervivencia y que “la esperanza es la segunda alma del desdichado” (Goethe). La política, plaza de los quehaceres colectivos, es la más desesperante de todas las empresas humanas, la que más podría hacer por cambiar el mundo y la menos dispuesta a trastocar los espurios equilibrios del sistema. La política es el arte de convertir las necesidades en deseos, los deseos en promesas y las promesas en mentiras y silencios de cuyo olvido, ignorancia u ocultación se vale para sostener el inagotable ciclo ilusión-frustración. Por alguna extraña razón -contumacia o estulticia- nuestra resistencia a la decepción es heroica. Mi última decepción se llama Aralar.
Ya es un hecho. La formación liderada por Patxi Zabaleta y Aintzane Ezenarro ha decidido compartir cartel electoral con Bildu, tanto en Araba, Bizkaia y Gipuzkoa, como en Nafarroa, bajo la marca Amaiur, lo que equivale a diluir su específica personalidad en ese conglomerado y a la voladura del gran diseño de NaBai. Con el debido respeto a una disposición soberana, ampliamente respaldada por las bases, pero persuadido del error estratégico de esta enigmática correría, expreso mi convicción de que Aralar ha calculado mal los beneficios del acuerdo y minimizado los riesgos de mezclarse con una coalición de programa indefinido en el que la antigua Batasuna ejerce una silenciosa y paciente asimilación de todo lo que pudo ser en su día HB, ampliado ahora con los descartados de partidos marginales del nacionalismo y la izquierda sin dueño. Creen que así recuperan lo que es suyo, con el premio añadido de los residuos de EA y los rebotados de EB tras el largo e inmerecido castigo de las sucesivas ilegalizaciones.
¿Fusión o confusión?
Aralar ha hecho una apuesta temeraria confiando en dos factores: el mantenimiento de su marca en la fusión electoral y la fuerza cualitativa o singularidad de su proyecto, que cree a salvo de ser fagocitado y que, en el peor de los casos, sobreviviría a futuras disensiones y maniobras acaparadoras de la izquierda abertzale clásica. Entiendo la evaluación de ambas fortalezas, pero Zabaleta no tiene en cuenta la confusión causada en su electorado por el acuerdo acumulativo con Bildu, que es la principal debilidad del mismo. La confusión es inherente a todo pacto entre adversarios.
¿Ha olvidado Aralar qué motivó su prestigio público? ¿Es consciente del peligro de dilapidarlo en esta mala jugada? Este joven partido había atesorado una alta consideración social, traspasando incluso el ámbito de sus siglas, por su rotundidad democrática, el discurso impecable de sus dirigentes, su rechazo de la violencia y su enérgico esfuerzo por la paz definitiva, sin menoscabo de su alma abertzale, de izquierda y ecologista. Todo esto se lo puede llevar el viento del 20-N si los que querrían apoyar a Aralar no reconocen un proyecto que ha perdido su identidad entre las ansiedades provocadas por los irrepetibles resultados de los comicios de mayo. Los decepcionados no suelen votar a los desleales o tardan mucho en volver a hacerlo.
Donde se desdibuja Aralar es en la mezcla, aunque sea táctica y quizás temporal, con una coalición que no ha llegado por ahora al mínimo democrático y no ha alcanzado el canon ético exigible. Bildu tiene pendientes deberes básicos con la sociedad vasca, como su plena renuncia a la tutela de la violencia, su desmarque de ETA más allá de la retórica y su homologación democrática en la convivencia pública en todos los ámbitos, de la calle a las instituciones. Aún así, Aralar se pega al destino de una nueva izquierda abertzale, quizás porque confía -¿ingenuamente?- en que los antiguos ilegalizados han cambiado para siempre y se fía de lo firmado por estos en Gernika y en sus escrupulosos estatutos. Pero los electores tienen memoria, inteligencia y sentimientos, no son expertos estrategas, y es probable que no entiendan una asociación abertzale inmadura por tantas carencias como urgencias.
Urgencias de futuro
Hagamos las preguntas pertinentes. ¿Por qué Aralar acepta la concurrencia con Bildu? ¿Es capaz de condicionar positivamente el discurso radical de la vieja Batasuna? ¿Puede una minoría selecta subsistir frente una mayoría potente y sin cultura democrática? La respuesta a la primera cuestión es clara: Aralar se aboca a una convergencia inédita porque las urnas otorgaron un veredicto favorable a Bildu y perjudicial para Aralar, con lo que este partido acude al pacto conmocionado por sus malos datos municipales y forales. Aralar teme por su futuro, lo que indica que ha realizado una lectura precipitada de las convulsas circunstancias que facilitaron el sobrevalorado éxito de Bildu. Quizás Aralar haya preferido ponerse a salvo ahora a ser más tarde un partido alternativo y de gobierno. Obnubilado por el resplandor de la victoria ajena y la derrota propia, Aralar se arroja al vacío de una coalición dudosa. Son comprensibles sus temores, pero es difícil entender que la perspicacia analítica de Zabaleta y su fiel militancia hayan caído en una trampa de tan falsa seguridad como el abrazo de quienes hasta hace muy poco les consideraban traidores absolutos.
Aralar es consciente de su aportación a Euskadi en tiempos difíciles. Tiene una fe total en su experiencia de cambio, la misma que ahora aspira a implementar en su contrato electoral para que Bildu sea una extensión de Aralar y no, como pretende su nuevo socio, que Aralar se convierta en mero apéndice de Bildu aunque solo sea por la diferencia de votos entre unos y otros. La aspiración de ser la conciencia crítica de los ex legalizados y que la contribución cualitativa de Aralar se imponga a la potencia cuantitativa de Bildu es un cálculo ingenuo y una prueba de su debilidad tras el tsunami de la última primavera. No es creíble que la izquierda abertzale que habita en Bildu haya transformado su rancia cultura intransigente: este es un recorrido que Aralar tendría que haber esperado antes de asociarse sin garantías. Ahí están los pronunciamientos ausentes contra ETA, su incapacidad para pasar de la pancarta a la responsabilidad institucional, su insolidaridad con las víctimas, su inoperancia práctica y su dificultad para articular programas concretos que vayan de las palabras a los hechos. Demasiadas mermas e incógnitas como para arriesgar una reputación política duramente trabajada.
Las elecciones, como toda cuenta de resultados, pueden ser engañosas. A veces no es tan malo perder, o no ganar, si se utiliza la calculadora del futuro. El 20-N es una cita más con los ciudadanos, pero luego habrá otras y otras. Lo importante es la singularidad del proyecto y su identificación con la gente, valores únicos que no se pueden malversar por las urgencias tácticas y la conmoción del momento. Aralar era demasiado grande para una aventura ideológica tan pequeña e incoherente como esta.
http://www.deia.com/2011/10/03/opinion/tribuna-abierta/perder-la-identidad-politica