Todas las guerras, cualquiera que sea su género y circunstancias, tienen finales parecidos. Primero es la venganza disfrazada de justicia, después viene el homenaje a caídos y héroes, a continuación toca cobrarse el botín de guerra, le sigue la reconstrucción y, por último, lentamente, llega el olvido, porque el futuro pesa más que el pasado en el alma superviviente de los seres humanos. Suponiendo que en Euskadi haya existido un conflicto bélico -“la guerra del Norte” la llamaron la derecha española e historiadores oficiales como García de Cortázar-, estaríamos ahora en la tercera fase, en la rapiña de la victoria. Esto explica el furor del PP, que se cree genuino vencedor de la contienda, por conseguir que se conceda derecho de voto en Euskadi, mediante un doble y virtual empadronamiento, a aquellas personas -unas 200.000, según sus arbitrarios cálculos- que escaparon por la amenaza de ETA o, añaden los populares, por “la presión nacionalista” en referencia ignominiosa al PNV.
Conviene subrayar que, al mismo tiempo que el PP emprende una desenfrenada búsqueda de votos extra entrando arteramente en el lodazal -tan cierto en lo cualitativo, como incierto en lo cuantitativo- del exilio provocado por ETA, estamos ante una táctica del equipo de Basagoiti para ocultar su estancamiento electoral, que no se corresponde con la arrolladora fuerza de Rajoy en España. Y como en la escombrera de la historia siempre hay argumentos para redimir las frustraciones del presente, los conservadores vascos han encontrado en este dolor indeterminable y disperso un tesoro para la justificación de sus limitaciones y la oportunidad victimista de adjudicarse un botín que creen les compensa de la violencia que ETA situó específicamente sobre ellos. Muertos por votos, este es el trasiego en el que anda metido el PP y que podría derivar, si se sustanciara en una reforma ad hoc de la Ley de Régimen Electoral General, en el más colosal pucherazo desde la ilegalización de la izquierda abertzale.
¿Doscientos mil?
Los promotores del tramposo “voto del exilio” cifran en 200.000 los ciudadanos vascos huidos, especialmente en la década de los ochenta. ¿Y cómo han llegado a ese cálculo? Básicamente, han analizado las variables de nuestra población durante los últimos treinta años, cuyo saldo es negativo en una cifra similar a la antes indicada. Y como el propósito, con carácter previo, era establecer una cantidad escandalosa de ausentes, atribuible genéricamente a la causa terrorista y al nacionalismo, no les ha importado sumar en esta magnitud a las personas que, por muy diversos motivos, dejaron Euskadi por entonces: inmigrantes jubilados que volvían con sus familias a sus tierras de origen, profesionales que buscaban suerte en diferentes pueblos del Estado por la crisis industrial, jóvenes cualificados que preferían labrar sus futuro fuera de Euskadi, funcionarios estatales que mudaban de destino, etc.
Si aplicáramos el mismo método para evaluar los descensos dramáticos del padrón, podríamos concluir que Asturias, que sufrió un deterioro del censo más grave que el nuestro también por la incidencia de la reconversión industrial, fue víctima preferente de las amenazas de ETA y que por ello podría legitimar la solicitud del voto virtual para cuantos asturianos buscaron refugio en otros lugares. Debo decir, con carácter personal, que me hierve la sangre cuando constato que estos calculadores del miedo incluyen en su miserable lista a mi propia hija, que optó por situar voluntariamente su carrera profesional en el extranjero. Es oprobioso que se aproveche la insalvable complejidad del asunto para catalogar como desterrados a todos los que se desplazaron fuera de Euskadi y, en esa confusión entre lo real y lo irreal, convertir en víctimas y votos cualquier peripecia particular. Es una táctica repulsiva, heredera de la tradicional estrategia del PP de politizar a las víctimas por neto interés electoral. Todos los esfuerzos para el reconocimiento público de los damnificados del terrorismo están lastrados, todavía hoy, por la tramposa apropiación partidista del sufrimiento.
No pongo en duda el hecho histórico de que muchas personas se fueron de aquí por el agobio de la violencia de ETA. Pero, ¿cómo se cuantifica verazmente el suceso? ¿Cómo se mide el padecimiento que incita al abandono y se discrimina de otras motivaciones concurrentes? ¿En qué comisaría o delegación de Gobierno se expedían los pasaportes de destierro? ¿Cómo se determina la certeza de un exilio insuperable? Y en todo caso, ¿cabe reconocer como mérito la flaqueza de los huidos frente a la fortaleza de los resistentes, que también sintieron la amenaza y no escaparon? ¿Y cómo comprender a los huidos sin recompensar la cobardía? A medida que el llamado relato vasco va configurándose conviene que quienes intentan agrandar o rebajar los sucesos abandonen la esperanza de cobrarse los despojos del conflicto -votos de oportunidad y prestigio por deserción- y pasen a las siguientes etapas del proceso, la reconstrucción y el olvido.
Sea demagogo: pida lo improbable
El proyecto del PP de establecer un empadronamiento virtual para un colectivo disperso por España y otorgarle un doble derecho de voto por causas de difícil acreditación, solo se sostiene por su impulso demagógico. Con una apariencia de justicia democrática nos plantea un complicado procedimiento de catalogación de sufrimientos causales que, en la práctica legal y por no ser objetivables, devienen en improbables. Y digo improbables en el sentido de lo que no es susceptible de ser probado, de lo indemostrable.
Fíjense en que lo que ha enfatizado el líder del PP no son las eventuales necesidades personales, familiares o profesionales de los que considera expatriados, sino que estos puedan tener la opción de votar en Euskadi, a ser posible al Partido Popular. ¿Le conmueve realmente la faceta humana del caso? En la deshumanización de las víctimas y su exclusiva validación como electores privilegiados se constata el perfil miserable de esta iniciativa partidaria, una más de las que vendrán a entorpecer o desacelerar la reconciliación social y la normalización tras el cese definitivo de ETA.
La cuestión de fondo es el conocimiento de la verdad histórica para su reconocimiento público. Una forma de malversarla es su exageración: una verdad inflada termina por percibirse como el mayor de los embustes. Otra manera de arruinar la verdad es constituirse en su intérprete único. En esta doble quiebra de la verdad ha incurrido el PP con el escandaloso concepto del exilio provocado por la crudeza y persistencia del terrorismo. Y así no sabremos nunca cuál fue la dimensión real de la tragedia de quienes se vieron forzados sin remedio a escapar de Euskadi y no podremos definir algún criterio de compensación moral e institucional. La política vasca no ha madurado: estamos lejos de la reconstrucción y mucho más todavía del olvido, ese punto sin retorno y de serenidad en que el pasado es indoloro.



