Este es un país donde la gente se queja de todo y se inhibe del remedio de sus males, lo que le conduce al atraso democrático y la resignación. ¿Y de qué se queja? Más que nada de la política y la televisión. Las críticas por el regreso del Emérito no se compadecen con las cuatro décadas en las que el heredero de Franco tuvo el favor de la mayoría española y el silencio cómplice de los medios ante los delitos del Borbón. La absoluta impunidad de entonces es la tardía indignación de hoy. Los lamentos por los contenidos de la tele no son coherentes con que millones de espectadores sigan con fervor los realitys y otros espacios degradantes. ¿De qué se quejan?
Si es tan cutre la programación, ¿cómo es que la media diaria de consumo televisivo es de cuatro horas per cápita y de hasta ocho horas entre las personas mayores? Cada vez que escucho despotricar contra la tele y la política, desenfundo. Miremos de frente la realidad, maldita sea: Euskadi tiene a Telecinco como cadena líder, incluso ahora que ya no es la más vista en el conjunto del Estado. Al mismo tiempo, la ultraderecha -negadora de derechos y libertades- es cada vez más fuerte, incluso entre los pobres. ¿De qué se queja el ciudadano?
Supervivientes es un formato casposo y de falso heroísmo que triunfa con un espectáculo de bajezas y los personajes más superficiales. Más de 2 millones gozan con ellos los domingos, miércoles y jueves. Sálvame atrae cada tarde a unos 1,5 millones de adictos al asalto de la intimidad. ¿De qué se queja, amigo? El pasado miércoles la cadena de Berlusconi hizo Sálvame Fashion Week y escarneció hasta la saña la moda patria. Fue preciso que María Patiño, una de las ministras del estercolero, teatralizara sin rubor el destape voluntario de su pecho desnudo para que se dispararan los audímetros. ¿Pero de qué nos quejamos?