Exhibición del fracaso

Cuando las cadenas de televisión lanzan sus novedades para la siguiente temporada están anunciando sus próximos fracasos. Apenas un 10% de los productos de estreno alcanzarán el éxito y no porque la gente sea reacia a la variación, sino por todo lo contrario: su innovación es engañosa. Cuesta encontrar un sector más conservador que la tele, quizás la política. La programación es un campo de experimentos sociales y otros maquiavélicos ensayos. Vale que no cambien los anuncios de la vuelta al cole, ni las campañas de fascículos y las de enseñanza de inglés. Todo lo demás debería ser diferente. 

¿Qué promete Telecinco? El regreso de Gran Hermano, icono de la intimidad degradada, ausente durante siete años por la agresión sexual a una concursante. En vez de cancelarlo para siempre admiten su indecente continuidad. Han reinventado a Carlos Latre y sus imitaciones con Babylon Show, que huele a desastre. Y no jubilarán a la plagiaria Ana Rosa Quintana. Antena 3 siente que todo debe seguir igual con Vicente Vallés en su púlpito de ultraderecha, Sonsoles Ónega en su frivolidad y Pablo Motos en su Hormiguero de alacranes.

¿Y las públicas? TVE se la juega con David Broncano, muy por encima del canon de ingenio de un público ávido de simplezas. De la televisión vasca esperamos más atrevimiento y menos cocina, al estilo de productos como Generación Porno y Necesito Ayuda, fenómenos que explican la complejidad social. Y más información cualitativa y profunda, porque ahí la democracia se la está jugando. ¡Si hasta tenemos un satélite vasco en el espacio! ¿Las series nos salvarán del tedio? Quizás con la última entrega de la joya italiana La amiga estupenda, frenada en seco por la pandemia, y el regreso a fin de año de la surcoreana El juego del calamar. Poca cosa.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Tiranía en las fiestas

¿Hay una ideología de las fiestas? La hay y muy marcada. Es todo lo que las inspira, define y controla bajo un férreo modelo sectario. Su precepto dominante es lo popular (¡fiestas populares!), bandera demagógica que envuelve un tinglado extremo financiado, a su pesar, por las instituciones y que actúa al margen de estas. Llevamos décadas con una tiranía que hace que no sean las fiestas de todos. Y aunque muchos quieran negarlo, hay una dicotomía o esquizofrenia entre los dos ámbitos festivos que coexisten: los recintos de txoznas y comparsas, con sus diferentes tribus ideológicas más o menos radicales; y la plural periferia, con un denso programa de actividades repartidos por la ciudad y de amparo público.

Este verano ETB y los canales locales (¡imprescindibles!) han reflejado la bulla y procurado penetrar en su realidad sin cuestionar el dualismo de la celebración. Más que televisión es un espectáculo social. Lo que les faltaba a las txoznas como espacios de impunidad era coronarse como paraísos fiscales, pues se niegan a pagar impuestos por venta de bebidas, comidas y actuaciones, de los que solo estarían exentas entidades sin ánimo de lucro, unas pocas.

Junto a la ideología festiva está su sociología: usos, costumbres, cultura y arraigo comunitario de la feria. El punto de convergencia, simbólico, es llevar el pañuelo al cuello, azul, rojo, de cuadros o verde, atado al sentimiento de identidad del pueblo. Está también la tolerancia al ruido, la suciedad y otros excesos insostenibles en distinta circunstancia. Y la aceptación crítica de las corridas de toros, atrocidad que se compensa con teatro, fuegos, conciertos, concursos, barracas, juegos infantiles y demás ceremonias felices. En fin, no diga fiestas populares; pida, mejor, fiestas democráticas.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

¿Judicial o perjudicial?

En el Estado español se compite por ser lo más negativo para la gente, si partidos, sindicatos o Iglesia. Destaca la administración de justicia como el servicio público peor valorado: lenta, kafkiana, desigual y controlada por una minoría que se reparte puñetas y prebendas. ¿De verdad importó que el Consejo General del Poder Judicial estuviera caducado cinco años si nadie lo notaba? Pero no todos los jueces participan de este deterioro democrático, aunque son mayoría los conservadores, disfraz semántico de los neofranquistas. Comparemos a unos con otros y hagámoslo como espectadores de la información.

A un lado, tenemos al juez José Castro, ya jubilado, aquel andaluz de andares torpes, de “voz cazallera y rota”, “más de volar bajito y proclive a la vulgaridad” (según su autodescripción, recogida en su libro Barrotes retorcidos) que llevó a prisión a Iñaki Urdangarin, yerno del rey de España, y sentó en el banquillo a Cristina de Borbón en un proceso contra la monarquía corrupta. Se enfrentó al sistema, al poder mediático, a propios y ajenos. Venció y convenció dejando en evidencia la podredumbre de la corona y su impunidad. Castro se fue por la puerta grande como un servidor leal, justo y sencillo, tal como le recuerda una sociedad agradecida.

En el otro lado, está el juez Juan Carlos Peinado, justiciero de la derecha instruyendo sobre imputaciones de grupos ultras y montando el circo a costa de retorcer leyes y procedimientos. ¡Que todo sea para que justicia se perciba aún más obscena! Peinado saldrá por la puerta de atrás cocido en su propia salsa de presunto prevaricador. Y sus estragos son horas de tertulia y escarnio del Derecho. Otros, como el juez Llarena, tienen en la astucia de Puigdemont su merecido escarmiento. ¡Qué espectáculo, y en directo!

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

Que manden ellas en el fútbol

Se acabó el empacho de Eurocopa y Juegos Olímpicos que han encumbrado a TVE al liderazgo y barrido a Antena3. Es un respiro democrático en un Estado donde las cadenas privadas controlan el 75% del consumo televisivo, frente al 25% de los medios públicos. Este jueves, en San Mamés, vuelve la normalidad de La Liga, el espectáculo que más espectadores, pasiones y dinero acapara entre todos los negocios deportivos y audiovisuales. Movistar+, DAZN y Orange tienen los derechos y ponen las taquillas, menos los lunes en ETB1 con los partidos de los equipos vascos. Los abogados de Javier Tebas no consiguen neutralizar la piratería, pese a las amenazas penales y la tecnología. Es como en el antiguo Atotxa, que dejaba ver el juego desde el balcón de un edificio próximo, pero en digital.

Hay novedades en el reglamento que nos afectarán. Que solo el capitán pueda protestar al árbitro ocasionará una plaga de tarjetas amarillas. ¿Quién puede callar a Vinicius y al Cholo, adictos a la queja?  El VAR es el rey del campeonato decidiendo goles, penaltis y resultados. En la era de la inteligencia artificial dos personas y una máquina tienen el fútbol en sus manos, dejando, con su arbitrariedad, descontentos a todos. La nostalgia nos lleva a tiempos en que los árbitros (Mejuto, Guruceta, Mateu) abandonaban el campo bajo una lluvia de almohadillas.

Hay otra revolución en marcha. La Federación tiene abierta una campaña para que las mujeres opten por el arbitraje profesional, un lucrativo y tenso oficio. ¡Hazte árbitra!, reza su lema. Ya hay linieres, pero aún no tienen el silbato. Cuando eso ocurra, el balompié adquirirá un valor social del que carecía. Que un deporte tan machista como el fútbol lo dirijan ellas es un gran un salto de libertad. Convenzan a sus hijas y nietas.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ

París, récord de fantasías

Las Olimpiadas podrían ser el símbolo de la utopía de la fraternidad, pero los Juegos de París son lo más blindados de la historia ante la amenaza terrorista. Podrían ser un evento de patriotismo global, pero en ningún otro acontecimiento se dan cita más banderas nacionales. Podrían ser canto de libertad, pero ahí están China, Cuba, Corea (¡y menos mal que no está Rusia!) para afirmar deportivamente sus sistemas totalitarios. Podrían ser una fiesta de concordia, pero todo es aplastar al rival o morder el polvo. Podrían ser una aventura donde lo importante fuera participar, pero el medallero proclama las diferencias. Aquí el oro y la plata cotizan lo mismo que en el mercado de metales preciosos de Londres. Podrían ser un espacio de bandera blanca, pero brillan los logos de prendas deportivas y dioses del consumo, que patrocinan esta historia. Ciertamente, son un espectáculo mundial, pero no universal. Dejémonos de poesía.

Francia se lo ha montado como gran campaña de imagen. Es lo que fue la inauguración, cuajada de intenso chauvinismo, húmeda y romántica sobre el Sena y con Céline Dion al borde del patetismo. Memorable su globo de fuego. París no es la ciudad del amor ni de la luz, ni la grandeur, ni una novela de Víctor Hugo: esos son arcaicos eslóganes. Es una ciudad seductora, pero ombliguista y con un sinfín de dramas sociales. Lo que el espectador no sabe es que las retransmisiones se hacen con un preventivo retardo de diez segundos para evitar que atentados o hechos graves lleguen a los televisores.

¿Batirá París el récord de tres mil millones de espectadores alcanzados por Tokio en 2021? Creo que sí, porque todo es más grande, aunque no mejor. Sube la dimensión, pero se reduce la esencia. Al mundo le sobran símbolos porque le faltan realidades.

JOSÉ RAMÓN BLÁZQUEZ