El viejo colega y espléndido aforista Ramón Eder afirma en uno de sus escritos que » el carácter se forja los domingos por la tarde». Otro viejo amigo repite de viva voz en numerosas ocasiones que los domingos son como meses de agosto en miniatura y , lógicamente, que el mes de agosto viene a ser como una sucesión de domingos ( es de la Ribera, y es comprensible el talante de sus metáforas). Pero no he oído nada a nadie acerca de los domingos que además son uno de enero, es decir día de Año Nuevo.
Viene todo lo anterior a que ayer, fiel a mis ritos, salí a dar mi paseo cotidiano, y elegí la Gran Vía y sus aledaños para mi ir y venir. No sé si llegué a encontrarme con una decena de personas. Los bares estabán cerrados, las terrazas clausuradas, los comercios con la persianas a media asta y tan sólo las tétricas luces azules que ( no sé si por ahorrar) ha colocado en los tilos el Ayuntamiento ( ¡Pero no habíamos quedado en que el azul era un color frío!) competían en protagonismo con las estrellas semovientes de esos grandes almacenes cuyo nombre, por conocido, no merece la pena mentarse. La única agrupación humana reseñable ( disolvible, a pesar de su escaso número, en tiempos de Manuel Fraga o Martín Villa) era la que entraba y salía de la Farmacia Non-Stop, recurso de última instancia para excesos y casi decesos. Parecía como si tras el orgasmo múltiple y colectivo de la nochevieja, todos los amantes se hubieran dispersado antes de que la luz del día permitiera reconocer sus rostros y sus miradas.
A la altura de la Plaza Elíptica me encontré con X ( no pongo su nombre por lo que a continuación se verá) demacrado, despeinado, maloliente y sucio. Se trata de un padre de familia supuestamente equilibrado y responsable, antiguo compañero de trabajo, y ,antes de que yo le dirigiera la palabra, me soltó en voz baja y pausada: » No sabes las ganas que tengo de que volvamos a la normalidad». No le contesté nada porque a la vista del aspecto que tenía cualquier comentario hubiera sido inmoral. Me despedí de él tras darle unas palmaditas en el hombro que él agradeció como si fuera un perrito.
Ya en la calle Rekalde recobré el ánimo y pensé, como ahora pienso- y lo cuento-, que los fastos existen porque hay nefastos, pero que tanto unos como otros pueden resultar muy cansinos , sobre todo, si para celebrar los fastos hay que atender, casi minuto a minuto , a todo el protocolo comercial con que nos bombardean ( los anuncios televisivos de colonias de este año han aparecido en cadena, como abducidos unos de otros.
Pero, en fin, el único consuelo es que tras el uno de enero, vendrá en dos de febrero…¡Y ya queda menos para San Fermín!