
Me ha parecido muy oportuna la frase de Carlos Garaikoetxea dirigida al nuevo Lehendakari Pradales -» ¡“Imanol, suerte, ánimo y al toro!” – pues así se borran muchos años de sombras intergeneracionales y políticas , reconociendo la labor del primer lehendakari de la democracia, que asumió la difícil gestión de las terribles inundaciones de 1983 y llevó a cabo el desarrollo del Estatuto de Gernika, el Concierto Económico, la Ley de Normalización del euskera así como la puesta en marcha de Osakidetza, la Ertzaintza y EITB.
Pero aquel Gobierno Vasco dirigido por Garaikoetxea tuvo también sus sombras intestinas y una de ellas se proyectó sobre mí de manera insospechada.
Pues, tras el servicio militar, había iniciado mi andadura universitaria en la Facultad de Derecho de San Sebastián de la mano de Goyo Monreal con la intención de crear un Instituto Vasco de Historia del Derecho. Para ello ,y como primer paso, había presentado en octubre de 1980 mi tesina de grado bajo la dirección de Koldo Mitxelena y había solicitado, por consejo de ambos, una de las primeras becas predoctorales bianuales que por entonces otorgaba la Consejería encabezada por Pedro Miguel Etxenike.
Conseguida la beca, durante el curso 80-81, inicié mi investigación- que por cierto versaba sobre Arturo Campión y la Asociación Euskara de Navarra- así como los pertinentes estudios de doctorado.
Pero, sorprendentemente, al finalizar el primer plazo de la beca recibí una comunicación denegándome su prolongación. Intenté por todos los medios abrir un diálogo con los responsables de la Consejería, e incluso con el mismo Etxenike, pero todo fue en vano.
Al cabo de unos meses, cuando ya había retomado mi trabajo en otro centro universitario, Koldo Mitxelena me confió que la denegación había partido directamente de la Consejería y que tenía su origen en alguna disputa de fondo que no alcanzaba a comprender. También Goyo Monreal , siendo ya rector de la Universidad del País Vasco, aludió a discrepancias internas sin mayores profundidades.
Posteriormente, años después, alguien me señaló como responsable de todo aquello a Ramón Labayen, a la sazón consejero de Cultura, y miembro manifiesto del Opus Dei, organización con la que yo había tenido mis más y mis menos durante mis estudios en la Universidad de Navarra. Pero todo quedó diluido en un mero comentario.
Han pasado ya cuatro décadas y hoy en día, ya setentón, tan solo queda la sombra de la sombra de aquel chandrío, como decimos en Navarra, que me cerró sin mayores explicaciones una puerta, aunque me abrió otras no menos interesantes que han articulado mi vida académica hasta la jubilación.
Pero un chandrío es un chandrío y todavía nadie ha dado cuenta y razón por aquella arbitraria actuación…
( Y sí, ya sé que esta es una historia menor, pero me apetecía contarla)
(c) by Vicente Huici Urmeneta