Hoy se celebra «El Día de la Memoria» en estos lares y,como ya es habitual, las interpretaciones sobre lo que hay que recordar y lo que hay que olvidar han resultado ser los aspectos más relevantes.
Decía el listísimo Manuel Vázquez Montalbán que en los años finales del franquismo, la literatura sirvió para prepararnos ante los trampatojos que se escondían tras una situación política que parecía meridianamente clara: el Régimen se descomponía tanto como su Caudillo y se preveía la Democracia. Hoy en día la situación política resulta confusa por impredecible. En USA acaba de obtener la presidencia Donald Trump y por aquí ya no se sabe si estamos ante el fin del bipartidismo o ante el comienzo de un nuevo Régimen monopartidista por defecto. Entre tanta confusión la literatura, comercializada y vampirizada, asimilada a las series de la televisión que se ven en todo el planeta, ha vuelto a ser más entretenimiento que otra cosa y ha redescubierto lo que se suele descubrir en todas las épocas de crisis y transición , que debe centrarse en lo criminal, sea en New York, Estocolmo o en el Baztán.
Mañana tendré el gusto de presentar la última novela del escritor venezolano Edgar Borges, titulada El olvido de Bruno, que retoma el fondo de algunas de las aparentes nuevas disputas, y entre ellas ese circuito profundo que une la memoria, el olvido, la identidad y la responsabilidad. Una novela sobre la que escribí en su momento las siguientes lineas:
BELLEZA Y CRUELDAD DE LA MEMORIA (Sobre El olvido de Bruno, de Edgar Borges)
Dice Fredric Jameson en su obra “El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado” que toda la panoplia post-estructuralista, desplegada desde Roland Barthes hasta Michel Foucault pasando por Jacques Derrida, no ha sido sino la respuesta ideológica del capitalismo avanzado a la ideología marxista. Así, el anti-humanismo de que hacían gala todos aquellos pensadores y que disolvía al “hombre” en prácticas lingüísticas y micro-poderes varios, disolvía, de paso, cualquier identidad colectiva activa, o, al menos, lo suficientemente activa como para poner en peligro el statu quo capitalista.
El diagnóstico puede ser acertado en el contexto del ensayo filosófico o, incluso científico (social) pues en tal ámbito se plantean problemas y se proponen soluciones. Pero, ¿qué ocurre cuando, por ejemplo, se disuelve deliberadamente a un ser humano concreto desde un punto de vista descriptivo? ¿Cuándo se da cuenta tan sólo de las manifestaciones de esta disolución sin proponer una interpretación, o, mejor, dejando abierta la interpretación en manos de un hipotético lector? Ocurre, ni más ni menos, que ya nos estamos moviendo en el ámbito de la narrativa de ficción, un género que suele plantear problemas, pero no tanto soluciones.
Y esto es exactamente lo que ha hecho Edgar Borges en su última novela, “El olvido de Bruno” (Ediciones Carena, 2016). Pues en ella, su protagonista, amparado en el diagnóstico de una supuesta enfermedad mental, se disuelve mostrando toda la belleza y la crueldad que supone despojarse de la condición de sujeto y sumirse en una individuación tan anónima como cautiva. Bruno, en efecto, un viejo librero, lleva ya un tiempo teniendo grandes lagunas de memoria que son puenteadas por su mujer Eliana, una escritora empeñada en enseñarle a unir retazos de narraciones para que su nombre, “Bruno”, tenga para él algún significado. Pero, de pronto, Eliana desaparece sin saber si ha muerto o, simplemente, le ha abandonado, y Bruno se inventa una niña que, al parecer, le acompaña en su ensueño Todo se desarrolla con la lógica siempre coherente del delirio hasta que una niña aparece muerta y algunas miradas reconocen en Bruno a un asesino. ¿Qué ha olvidado Bruno? Y ¿Por qué? ¿Ha sido un olvido selectivo, interesado? ¿Como el que se manifiesta particularmente en algunos dietarios y autobiografías?
La mirada, en este momento, se vuelve hacia nosotros, lectoras y lectores, hacia nuestros olvidos y nuestros recuerdos, hacia los yoes que ellos articulan y que se manifiestan en nuestros nombres de pila. Sin ser diagnosticados, ¿acaso estamos enfermos? ¿Acaso nuestra vida no consiste sino en evitar constantemente esa disolución cercenando todo lo inconveniente y hasta inventando lo conveniente, mientras aspiramos, por otro lado, a algo así como una disolución superior? ¿A aquella disolución de la que hablaban (y aún hablan) los místicos y las visionarias y que tan sólo alcanzamos brevemente entre las revueltas de los sueños?
Una reflexión literaria sobre la belleza y la crueldad del olvido y la memoria, sí, es lo que, una vez más con gran maestría, nos ofrece Edgar Borges en su nueva novela.
N.B. Patxi, Mikel, Laura, Marta, Koldo…¡Os quiero en primera fila!