Esta mañana mis pasos me han llevado a lo largo del Paseo de Abandoibarra hasta la explanada que se extiende frente al Museo Marítimo Ría de Bilbao – al que por cierto le deseo que emprenda una mejor singladura al mando de algún capitán ( o capitana) que lo saque del dique seco en que se encuentra.
Me he sentado en un noray y estaba contemplando las aguas plateadas de la ría cuando unos graznidos me han llamado la atención. He levantado la cabeza y he visto a la Gaviota del Ensanche , que como he dicho en varias ocasiones me la tiene jurada, dando vueltas y mirándome fijamente. Pero yo le he sonreído y he recordado algunos viajes en velero que hice durante mi larga temporada de single. Pues , en efecto, durante algunos años, aprovechando esas vacaciones salteadas que tenemos los docentes, navegué en barcos de diez o doce metros en primer lugar por las Baleares, luego algo por Canarias, después por el Atlántico entre Ayamonte y el cabo de San Vicente- con aviso de maremoto incluido- y por fin, por las islas griegas. En todos los casos eran barcos pequeños, muy marineros, con no más de seis u ocho tripulantes a bordo y con mandos profesionales. De todos aquellos viajes tengo muy buenos recuerdos del paisaje y el paisanaje y también un buen montón de anécdotas. Pero la singladura que más recuerdo es la que hice en una goleta por el Mar del Norte.
Era ya un barco más grande, también muy marinero, y con una veintena de tripulantes. Y a mí , cuando me tocó el turno de cocina , se me ocurrió hacer un marmitako. Me empeñé en ello. Me hice con un atún pequeño que limpié yo mismo (¡Buff!) y tenía ya todo a punto para comenzar cuando la goleta comenzó a escorarse por babor y a dar los consiguientes saltos. El Mar del Norte es un mar tranquilo hasta que ,como todos, deja de estar tranquilo. Amarré las dos cazuelas que tenía sobre el fogón con los ganchos preparados al efecto, pero la escora fue a más y tuve que recurrir a cabos sueltos y a algunas gomas que encontré por allí. Cuando la escora llegó a su límite, bajó un colega a trompicones para decirme que dejara de cocinar, pero yo me negué: he aguantado siempre bien los oleajes y los vientos; podría decir que hasta me gustan y no he sentido nunca el menor temor.Así que, en medio de un intensidad insólita, continué con mi marmitako y , luego, cuando la goleta se rectificó, lo repartí muy orgulloso entre mis compañeros. Nos hicimos varias fotos para dejar constancia de aquella pequeña aventura y en una de ellas aparezco con el brazo por encima de D. , una francesa de ojos almendrados con la que compartí largas conversaciones en el bauprés…
Los graznidos han sonado de nuevo, esta vez muy cerca. He desviado lentamente la mirada hacia la izquierda y me he encontrado a la Gaviota del Ensanche observándome muy quieta desde el noray de al lado. ¿Habré estado hablando en voz alta?