El Tipo

 

No me he sentado en esa mesa porque había un cartelito metálico en el que ponía «Reservado». Pero El Individuo – lo llamaré así por comodidad- ha venido con sus dos amigos  y se ha sentado ostentoreamente ( pronto se verá lo adecuado de este adverbio imposible tomando de Jesús Gil-  el de Marbella) en una de las sillas . Ante las protestas de los colegas ha dicho literalmente «Yo estos cartelitos me los paso por el culo» ( ignorando acaso, y por cierto, el riesgo de tal operación. Todos ya sentados, uno de ellos , de aspecto contraído y mirada perdida  se ha levantado y ha vuelto con tres cervezas.  El Individuo le ha dado una colleja – «¡Queríamos Heineken, tontolaba!- , a continuación ha cogido su teléfono móvil y ha puesto   a reproducir una canción que  de tan estridente que era ha recibido una mirada censuradora de  un señor que estaba leyendo el periódico en la mesa de al lado. «Si te molesta, te piras, puto viejo de mierda» ha soltado  mientras le hacía una higa. Al poco  ha parado  la música y ha comenzado a poner » unos vídeos de puta madre».

Bebidas las cervezas, los tres se han  levantado  montando un buen ruido de sillas. El Individuo se ha ajustado unas bermudas de color indefinido y se ha estirado una camiseta negra de tirantes en la que ponía «Soy la hostia, fóllame».

Por fin se han  ido, pero desde un coche que pasaba por delante he podido oir el último anuncio del sorteo de la ONCE. Y decía algo así: «Seguro que te molan esas super-casas de los malos-malísismos de las pelis…Ahora tú tambien vas  a poder tener una…»

El señor del periódico se ha vuelto hacia mi. ¿Tu eres profe, no? (en el barrio uno está muy pillado.He asentido. Esa gente  ¿habrá ido alguna vez a la escuela? ¿Habrá terminado la ESO?

He cabeceado sin afirmar ni negar nada, y me he pedido otro txakoli. Ciertamente, en vez de  El Individuo le podría haber llamado El Tipo.

 

«No has entendido nada»

 

María ha tenido que acogerse a una última y definitiva prórroga para la presentación de su tesis, y a pesar de que me jura que esta vez la va a terminar, yo no me lo creo.

Y no tanto porque no me mire de frente cuando habla- dice que lo hace así para no echarme el humo de su cigarrillo a la cara – sino porque recuerdo un espléndido email que me envió hace  ya casi una año y que no logro que ella recuerde a pesar de los cinco chardonnay que se ha ehado al coleto. Y me queda poco tiempo porque la terraza del Periflú está a punto de cerrar.

Se levanta brúscamente y se tambalea. Antiguo que soy, le ofrezco mi brazo de chevalier servant, pero lo rechaza: quiere desaparecer cuanto antes por la boca del metro.

Se escapa pero tengo tiempo de meterle en el bolso una copia en papel de su  famoso mensaje.Luego desaparece. ( ¿Le enviaré  dentro de un rato un whatsapp para ver si ha llegado bien a casa?).

He aquí lo que me pasó hace un año: «Los planes se hacen sobre un tiempo abstracto, suponiendo que la intención y el interés se van a mantener, al modo de causa eficiente, o atribuyéndoles un sentido previo que, como causa final, nos lleve hasta su consecución.

Desde este punto de vista, resulta tiempo abstracto tanto la planificación de una hipoteca como la de una novela, una tesis doctoral o una campaña publicitaria.

La planificación, no obstante, parece, en ocasiones, entorpecer el decurso temporal, anulando la disponibilidad frente a lo imprevisto y obturando  su fuente. En este sentido, la planificación supondría una predisposición del porvenir.

Y la necesidad de  predisposición del porvenir no parece ser sino la consecuencia de la necesidad de  seguridad, de que todo advendrá según lo previsto.

La raíz mítica  de esta manifestación, por mucho que hoy se vista de cálculos y logaritmos,  no puede dejar de entreverse y, en la mayoría de los casos, más allá de comprenderse, permanece  viva y punzante. Resulta así preferible que todo se  repita tal cual, aunque resulte aburrido en su repetición.»

Y, digo yo,mientras vuelvo a casa con paso lento…¿No hay ahí una tesis? Desde lo alto de la calle, se abre una ventana y escucho una frase de alguna película que en este momento están poniendo en la tele: «No has entendido nada».

 

Al vent, la cara al vent

 

De Santander a Valencia en uno de esos viajes rápidos , casi de ida y vuelta, aprovechando que  el mes de julio es hábil para la presentación de las tesis doctorales que ya han agotado todas las prórrogas.

Estoy sentado en la plaza de la Almoina y he quedado con Roser, a la que no veo desde hace muchos años. Desde que uno de mis viajes en barco como single me permitió conocerla en un velero de diez metros.

La plaza ha cambiado mucho y a los edificios que la conformaron, el palacio arzobispal, la Catedral, la fachada trasera de la Basílica de la Virgen de los Desamparados, se ha sumado una gran cristalera que protege un extenso recinto arqueológico. Así, esta plaza, de la que dicen que tiene más de dos mil años, ofrece en su extremo un a modo de brillante y gran laguna como presentó en su momento montañas de haces de leña o carromatos y puestos de frutas: la posmodernidad lo limpia todo otorgando siempre el protagonismo a un espacio vacío que recuerda mucho a los paisajes virtuales de los juegos digitales (infantiles).

Llega Roser. No ha cambiado mucho. Ha engordado y ha aguapado en un proceso que me recuerda al de otras amigas. Me da dos pulcros besos –ella, que era tan apasionada marinera– y se pide una cerveza sin alcohol. Está indignada por todo lo que ha pasado en el PP .Intento que hablemos de Compromís,  pero como sé que es una pepera abjurada («Pido Perdón por votar al PP»), me contengo. Siempre me ha gustado tener amistades en la derecha, quizá por aquello de reafirmarme en un izquierdismo más ético que político. En algún momento hasta pensé en presentarle a Josep-Vicent Marqués, adalid del alternativismo-ecologismo valencianista, pero dejé las cosas estar para no liar la manta.

El calor aprieta. «Para que guardes un buen recuerdo de esta visita te llevaré a comer un arroz de conejo a Los Tres Mares». Me río. Roser me tiene pillado. Muy pillado. Le aviso, no obstante, de que beberé poco, muy poco, porque mañana he de ejercer en un tribunal con Michel Foucault de por medio. «¡Ah, pero todavía se hacen tesis sobre Foucault!», exclama descarada. Le doy una colleja amistosa y me retiene la mano para llevársela a los labios: «Si no fuera porque estoy casada…». Y yo le respondo con una frase que me prestó en su día un camarada trotskista: «Pero qué buenas estáis las burguesas». Nos tomamos delicadamente de la cintura y vamos abandonando esta plaza tan vacía. Yo tarareo deliberadamente aquello de «Al vent,la cara al vent»  y Roser cabecea dando a entender que no tengo solución ( que no la tengo).

 

 

Sant Ander

 

 

Continuando  mi periplo veraniego, hoy estoy en Santander para participar  ( una vez más) en un curso sobre  literatura autobiográfica.

Y como soy un clásico de mí mismo he quedado con Marisa en el Café de Pombo en la Plaza de Pombo.

A esta Marisa la conocí primero de refilón y luego la reconocí sorpresivamente. Me explico. Yo tenía hace ya muchos años una novia madrileña. Dicha novia me presentó una tarde a una antigua profesora suya, monja teresiana, que me cayó muy bien por lo vivaracha que era. Sin embargo, desde el primer momento, me di cuenta de que la susodicha (por entonces, madre Marisa) continuaba enamorada de mi entonces novia, y de aquí surgió una complicidad de amores paralelos que duró lo que me duró la novia (no mucho, pues luego me sustituyó por un arquitecto “guapísimo”). Un par de décadas después, en un curso sobre filosofía que daba Fernando Savater en la UIMP, reconocí a Marisa en la segunda fila de un aula abarrotada y me acerqué a saludarla. Ya no era teresiana, estaba dando clases de Humanística en un centro de Formación Profesional de la capital cántabra, y se definió como una “teóloga feminista”. Hicimos buenas migas y, desde entonces, solemos hablar por teléfono de vez en cuando. Así que, en viniendo a Santander, la he llamado para ir a comer juntos.

Viene Marisa, con pinta de Santa Tomasa de Aquino por lo garbosa y decidida. Me trae un paquetito de sobaos de la confitería Máximo Gómez que sabe que me gustan a rabiar y se sienta dejándose caer. “Pareces el mismísimo Marqués de Casa Pombo”, dice mientras se pide un té rojo. Recapitulo mentalmente, pero no me veo como tal: reconozco más al industrial harinero y al alcalde innovador que se inventó El Sardinero que al marqués de título reciente (1872, Amadeo de Saboya regens). Por otro lado, la antigua denominación de Plaza de la Libertad me parece más propicia. “Ya, ya”, se ríe Marisa, “eso es porque no sabes que la estatua del Caudillo la quitaron de esta ciudad hace cuatro días”.

Hablamos, luego, de nuestras derivas intelectuales. Ella, cada vez más feminista y menos teóloga. Yo, cada vez más teólogo, a pesar de mi agnosticismo con tendencias místicas. Acordamos quedarnos quietos-parados en el siglo I de nuestra era (cristiana, por supuesto), cuando los dioses habían callado y el Dios único y verdadero todavía no había llegado. Nuestras palabras se las llevan los gritos de los niños que corretean entre el quiosco y dos tiovivos que dan vueltas a pleno rendimiento

“Te tengo preparado un buen plan. Aunque casi todos los restaurantes y tascas de la zona son excelentes, te voy a llevar al Mesón Goya, en la calle Daóiz y Velarde. Tienen un cocido montañés para chuparse los dedos. Y luego un paseo hasta la librería Estvdio, que es de lo poco bueno que hay por aquí”.

Accedo sin rechistar y recuerdo al amigo Occam, ahora tan de nuestra cuerda: “Entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem” (la traducción, en Google).

18 de julio de 1936, Plaza de San Francisco.

 

Hoy hace ochenta años era dieciocho de julio de mil novecientos treinta y seis. Muy de mañana, los carlistas hicieron algunas sacas entre comunistas y republicanos. Por la tarde, en la Plaza de San Francisco, fue asesinado José Rodríguez-Medel Briones, Comandante-Jefe de la Guardia Civil de Navarra, tras negarse a pactar con el general Emilio Mola. Muchos no sabían en qué iba a parar todo aquello, pero algunos acontecimientos anunciarían pronto tempestades de acero. Así, la muerte en accidente del  propio  Mola ,y la fusión de todos los partidos de derechas en una Falange Española Tradicionalista y de las J.O.N.S  en la que , en realidad , no cabía nadie que no fuera el generalísismo Francisco Franco Bahamonde.

Lo que vino después es  de  casi todos conocido (  bueno, un alumno , el otro día ,identificó a Franco como » un rey español») pero por casi  nadie recordado, ya que la Transición consiguió , entre otros objetivos, que la memoria de quienes habían vivido el franquismo se redujera a dos o tres anécdotas personales, dejando a los historiadores y a los medios de comunicación la tarea de modelar una  referencia memorística global: la Historia de los historiadores ha cubierto  con una gruesa capa hidratante la irritada piel de la Memoria Colectiva.Y así, como mucho, a la hora de recordar estos días aciagos  en los que comenzó lo que luego se prolongó durante cuarenta años, tan sólo se habla de los contendientes como si pertenecieran a campos equilibrados y legítimamente constituidos cuando  lo evidente, lo que no deja lugar a dudas , es que fue un levantamiento ilegal e ilegítimo del ejército y la derechona contra el Gobierno legal y legítimo de la II República Española.

Y quizás una de las imágenes más claras de esta evidencia  fue el asesinato del Comandante-Jefe de la Guardia Civil de Navarra, leal a la República y una de las primeras víctimas del Glorioso Alzamiento Nacional.

 

Pelí dans le métro

 

 

Voy en el metro camino de Plentzia, de visita familiar. Es sábado y mediodía. Por la ventana entra una luz radiante que contrasta con la bulla que se oye dentro del vagón.

Al tradicional tono de voz alto tan hispano ( los vasco-iberistas deberían  también investigar esta cuestión), se suma ahora el cruze estereofónico de las conversaciones de los teléfonos móviles. Parece ser que de tan pequeños que se han hecho y en no teniendo ya cable umbilical alguno, a muchas gentes les sale una duda desde su arqueocerebro:la duda de si  acaso no serán bien oídos ( escuchados sería mucho decir). Y por ello hablan a gritos, y como los demás también gritan, entonces gritan más.

Así me he podido enterar de lo siguiente: de dos operaciones de próstata (una ha salido bien , la otra, no); de la nota de corte para acceder a los estudios de: Medicina, Ingeniería Industrial, Educación Infantil y Trabajo  Social; de un desastre amoroso ( en este caso , al alternarse los gritos con los sollozos no me he aclarado mucho); de las ventajas de los aceites esenciales; de lo bueno que está un actor que, probablemente debido a  mi edad, no conozco; de que hay una campaña mediática contra los sanfermines…y todo esto en menos de una hora.

Anda el personal muy preocupado por las grabaciones aleatorias e indiscretas  de las cámaras de seguridad o por la información que se transmite por las redes sociales…O porque Google acumule tantos datos y luego los venda o los entregue sub iudice...Pero yo  creo  que con un par de viajes  en metro al día, bien planificados y con objetivos muy claros, un «secreta» de los de antes ya tendría ganado su sueldo.

Pamplona also rises

 

 

De camino hacia Bilbao, he quedado con Koldo en la terraza del Café Iruña. A estas horas primeras  del día la ciudad yace muerta tras la convulsión sanferminera. El suelo todavía está pegajoso y de todos los rincones llegan efluvios de orines y vomitonas, a pesar de los esfuerzos de varios equipos de limpieza que, disfrazados de verde, dan vueltas sin fin a la plaza del Castillo.

Koldo –un Koldo de los de siempre que nunca se llamó Luis– es historiador y ha hecho lo que él llama una “arqueología de los sanfermines” porque siempre le extrañó que bajo un régimen tan autoritario como el franquista –“¡el Régimen”!– se permitiera tamaña juerga colectiva . Koldo dice que la clave de todo está en la Cruz Laureada de San Fernando que le fue otorgada a Navarra “por su contribución al Alzamiento Nacional de 1936”.

«Esta Cruz»- continúa Koldo-  «sirvió a la derecha navarra para hacer de su capa un sayo y, poco a poco, gentes como  Joaquín Ilundain , José María Pérez Salazar o el mismo Maestro Bravo, fueron diseñando toda una parafernalia festiva que incluía canciones como el Uno de enero, el uniforme blanco con el pañuelo rojo o la ceremonia del chupinazo hoy tan conocida. Incluso la retención popular del  riau-riau a la corporación municipal cuando el día 6  iba a la Iglesia de San Lorenzo, fue un invento del carlista Ignacio Baleztena para impedir la entrada de los  munícipes ateos  de 1914 en el templo -¡ Y muchos pensarán que fue un invento de abertzales e izquierdistas! La derecha impuso a lo largo de los años su modelo sanferminero hasta el punto de que hoy parece el de toda la vida, y cuando el modelo se torció políticamente, como en 1978, no dudó en sacar de nuevo las armas a la calle, desalojando a tiros la plaza de toros. Ahora, mundializada y globalizada, la fiesta ha pasado a ser sinónimo de un desmadre multiplicado y la prueba mayor han sido las espeluznantes noticias de violaciones y agresiones sexuales».

Yo escucho a Koldo atentamente porque veo que se ha ido enfadando mientras me participaba sus hallazgos. Todo su relato ha tenido algo de trágico, sobre todo por lo inevitable. Pedimos otro café solo mientras por la calle de la Chapitela suben los  que no han perdonado la última gau-pasa y han corrido delante del primer autobús urbano que ha enfilado la cuesta de Santo Domingo,en lo que se conoce como » el encierro de la villavesa». Esperemos que no haya habido heridos ( no se crean, los suele haber aunque los morlacos, en este caso, son los agentes de la policía municipal).

De excursión por el Empordá.

 

Paisaje horizontal del Empordá. Se suceden los campos de maíz, las tomateras, los manzanos, y, allá donde es posible, los arrozales.  A lo largo de  la  carretera secundaria por la que circulamos, próxima al mar, se recrece sin pausa el cañaveral. Las grandes masías, de altas torres  se yerguen  como  cortafuegos disfrazados aquí y allá.

Hemos quedado con unos colegas  de Girona y, en medio de una impresionante tormenta con gran aparato de rayos y truenos, hemos subido hasta el santuario de Mare de Déu del Mont. El lugar, situado a casi 1150 metros de altura, ofrecía , cuando se ha despejado , una vista amplísima del Empordá, la Garrotxa , la Albera y el Roselló. Un verdadero nido de águilas. Al parecer, aquí compuso mosén Jacinto Verdaguer parte de su obra – hay un amago de habitación /celda ad hoc- pero ahora se ha convertido en un albergue-restaurante de cierto tronío manteniendo adosada una pequeña y oscura iglesia un tanto tenebrosa.

La comida ha sido animada: hemos degustado un menú muy montañero, jugoso y fuerte, compuesto por caracoles y arroz con setas y butifarra , que precisaba de más vino del que he bebido. De la mano de Joan me he enterado de  que el camino emprendido hacia la independencia » no tiene marcha atrás». En el café, Joan, que continuaba llevando la voz cantante, ha comentado que el catalá se ha convertido en la lingua franca de los inmigrantes y no he podido evitar hacer una comparación con la situación del País Vasco, donde ,como muy bien ha apuntado Mertxe, el equivalente es el castellano y no el euskera. Claro que hablamos de un porcentaje de inmigración de más del veinte por ciento ( Olot) y  de un cinco o seis por ciento ( en Bilbao, por ejemplo). Y de dos lenguas muy diferentes.

Ya de bajada, hemos hecho una parada en las ruinas del monasterio de Sant Llorenç de Sous y las hemos recorrido entre un intenso y embriagante olor a hierba mojada. Este monasterio me ha gustado más que el de Sant Pere de Rodes. Supongo que las ruinas deben ser ruinas y que la grandeza de las reconstrucciones  en realidad empequeñece lo reconstruido. En esto puedo tener un punto de vista algo romántico pero lo prefiero al realismo de cartón piedra.

Mientras volvíamos hacia el hotel he recordado este  párrafo de  Josep Pla encontrado esta mañana en su libro sobre Cadaqués: “En el clos d´una cultura, hi ha una missió obscura però indispensable: continuar. Aquest llibre no és mès que la continuació del que s´ha fet abans a l´objecte que els que vinguin puguin treballar» .Exactas palabras sobre el (nuestro) trabajo intelectual que lo ubican sin pretensiones, pero con el orgullo de una  conciencia histórica tímida (como debería ser siempre) y algo risueña. Conciencia-puente de saberse precedido y suponerse sucedido, sin las alharacas del presentismo absolutista y desafiante.

Esta tarde volvemos al Basque Country.

 

 

Viatge en autobús

 

Aprovechando la estancia en tierras catalanas, he cogido un autobús ( que me perdonen los centro-sur-americanos) para acercarme a la Fundació Pla de Palafrugell.

Mientras el autobús ronronea, aprovecho para leer  el sugerente libro Josep Pla. Biografia del solitari de Cristina Badosa. Por lo que voy leyendo, se concluye claramente que , a la vista del plan editorial firmado en 1965 con Josep Verges, de la Editorial Destino, Pla retomó un manuscrito, probablemente escrito cuando tenía veintitantos años, y lo remodeló cuarenta y cinco años después, convirtiéndolo en El Quadern Gris.

El carácter directo y espontáneo de este famoso dietario, modelo de cuantos luego han sido en nuestros lares  , queda, por lo tanto, en entredicho, y , una vez más, salta por los aires el tan traído y llevado pacto autobiográfico de Philippe Lejeune: El Quadern gris no es sino una narración que adopta la forma de diario, o quizá , como apunta Cristina Badosa, la novela que Pla siempre deseó escribir.

Pero la conclusión última de todo esto- que ya se adivinaba de Pla por algunos comentarios propios, pero que se sabe con certeza de otros dietaristas ( como, por ejemplo, de Andrés Trapiello)- es que, al cabo, el diario o el dietario no son sino otras tantas formas literarias, tan sinceras y tan cargadas de merchandising como el realismo de Baroja o , luego, el vanguardismo de Juan Benet.

La jugada de Pla y de otros pequeños Plas, como la jugada del Baroja memorialista y de otro pequeños barojas memorialistas, está hecha, desde luego, en el confín de lo literario, allá donde las letras cultas se rozan con la crónica de sucesos o el diario íntimo adolescente, y por ello es tan efectiva y , casi se podría decir, tan efectista. ( De todo esto  da también  buena cuenta Xavier Pla en su obra Josep Pla: ficció autobiogràfica i veritat literària)

La astucia del diseño formal, consciente o inconsciente, de estas jugadas se puede explicar desde cualquier manual de retórica literaria, como el famoso de Heinrich Lausberg , pero, aunque el artificio sea deducible , no se puede dudar de que, leyendo El Quadern Gris, más allá de disfrutar de sus excelentes páginas, podemos llegar a desear unos salmonetes a la brasa, condimentados con ajo y perejil, preparados en una taberna junto al mar. Y esta invitación a un deseo tan puro y primitivo no es en modo alguno despreciable. ( Y es lo que espero poder hacer en Palafrugell antes de volver a «tomar» el autobús, de vuelta a Girona)

 

Jordi, piscina, Barcelona

Para  huir un poco del olor a toro, llevamos un par de días en Barcelona. Acabamos de comer un «bacallà amb samfaina» en Els Quatre Gats que estaba para chuparse los dedos, y me he venido a la Plaça del Pi a tomar un café, mientras las chicas (madre e hija, ¡cómo se puede querer a dos mujeres a la vez!) se han ido a descansar un rato al hotel.

Por aquello de hacer patria, he pedido un Mascaró, brandy  indígena  y exquisito donde los haya que me descubrió años ha Xabier Pardo en la Gipuzkoa profunda. Al poco ha aparecido el Jordi con cara de siesta. Está más redondito (yo también, para qué negarlo) y donde antes flotaban unos pelillos a modo de profesor Franz de Holanda, ahora luce una calva brillante y dorada.

Se ha pedido un café solo doble y me ha dicho, a modo de presentación, que ya no vive en la calle del Bonsuccés sino en un chalecito de Gracia. Yo me he extrañado –y se me ha debido de notar– porque pensaba que continuaba siendo un valedor de la revitalización del Raval. Pero por toda respuesta ha hecho un aspaviento con la mano.

Continúa, eso sí, siendo fiel a Esquerra Republicana y a su novia eterna y montonera, aunque ahora, me matiza, en un tono más moderado. Me promete un pasaporte  diplomático si la cosa llega a mayores y le contesto que por ahora me basta con una visita a la piscina  que tiene su padre en Montjuic,  que hace mucha calor.

Jordi me habla luego de Josep Pla y dice que tenemos que ir a la librería Documenta o a Laie porque me quiere regalar El quadern gris antes de que me marche. Pero yo le recuerdo que soy planista avant-la-lêttre, y casi ya post-planista tras haber leído y releído al ampurdanés con boina vasca en los deliciosos tomos rojos de su obra completa editada por Destino. La verdad es que ya quisieran muchos pueblos de la piel de toro tener o haber tenido  su Pla particular más allá de que fuera un anarquista de derechas.

Pero vuelven las chicas, y tras las presentaciones y los besos de rigor, abandonamos esta plaza que parece un pequeño Montmarte, sin poder evitar que se me vaya la mirada hacia el magnífico y espectacular rosetón de la Basílica de Santa María del Pi. A esta iglesia venía yo de pequeño a oír misa con mi tío Julio Manegat cuando todavía quería ser escritor y acababa de conocer a Ana María Moix en La Formiga d’Or.