
Si ayer se podía rememorar la ilusión de un gran cambio pol´ítico que se generó con la Revolución de los claveles portuguesa de 1974, hoy no puede evitarse el recuerdo del bombardeo de Gernika de 1937.
Además , y sin entrar en las raices de una guerra que más bien parece un conflicto entre USA y la Federación Rusa en suelo de una Europa impotente, las imágenes de la destrucción de algunas ciudades ucranias hogaño evocan excesivamente las de antaño de la villa foral.
Y si bien es cierto que en aquella guerra civil que siguió a aquel alzamiento incivil, hubo muchos bombardeos letales – basta recordar los 144 que se llevaron a cabo en Tarragona entre de mayo de 1937 y enero del 39 – el de Gernika se ha convertido acaso en un símbolo de todos ellos y de su crueldad.
Crueldad f´ísica y moral por la devastación generada y el elevado número de víctimas civiles. Crueldad institucional por la hipersignificación que histórica y tradicionalmente tuvo y ha tenido la villa foral y su árbol , tan universalizado por el bardo Iparraguirre. Crueldad emblemática, desde que Pablo Picasso pintó en los meses siguientes al bombardeo ese gran cuadro que, hoy residente en el Museo Reina Sofía de Madrid, se ha convertido en una referencia mundial.
Según el historiador Paul Preston, el conspirador y capitán carlista Jaime del Burgo- que ocupó con sus tropas los alrededores de la Casa de Juntas- preguntó a un oficial del Estado Mayor del General Mola: «¿Era necesario hacer esto?» y el oficial le contestó: «Esto hay que hacer con toda Vizcaya y con toda Cataluña».
Ya lo advirtió T. S. Eliot en 1922, al comienzo de su The Waste Land…»April is the cruellest month…»








