Aprovechando la estancia en tierras catalanas, he cogido un autobús ( que me perdonen los centro-sur-americanos) para acercarme a la Fundació Pla de Palafrugell.
Mientras el autobús ronronea, aprovecho para leer el sugerente libro Josep Pla. Biografia del solitari de Cristina Badosa. Por lo que voy leyendo, se concluye claramente que , a la vista del plan editorial firmado en 1965 con Josep Verges, de la Editorial Destino, Pla retomó un manuscrito, probablemente escrito cuando tenía veintitantos años, y lo remodeló cuarenta y cinco años después, convirtiéndolo en El Quadern Gris.
El carácter directo y espontáneo de este famoso dietario, modelo de cuantos luego han sido en nuestros lares , queda, por lo tanto, en entredicho, y , una vez más, salta por los aires el tan traído y llevado pacto autobiográfico de Philippe Lejeune: El Quadern gris no es sino una narración que adopta la forma de diario, o quizá , como apunta Cristina Badosa, la novela que Pla siempre deseó escribir.
Pero la conclusión última de todo esto- que ya se adivinaba de Pla por algunos comentarios propios, pero que se sabe con certeza de otros dietaristas ( como, por ejemplo, de Andrés Trapiello)- es que, al cabo, el diario o el dietario no son sino otras tantas formas literarias, tan sinceras y tan cargadas de merchandising como el realismo de Baroja o , luego, el vanguardismo de Juan Benet.
La jugada de Pla y de otros pequeños Plas, como la jugada del Baroja memorialista y de otro pequeños barojas memorialistas, está hecha, desde luego, en el confín de lo literario, allá donde las letras cultas se rozan con la crónica de sucesos o el diario íntimo adolescente, y por ello es tan efectiva y , casi se podría decir, tan efectista. ( De todo esto da también buena cuenta Xavier Pla en su obra Josep Pla: ficció autobiogràfica i veritat literària)
La astucia del diseño formal, consciente o inconsciente, de estas jugadas se puede explicar desde cualquier manual de retórica literaria, como el famoso de Heinrich Lausberg , pero, aunque el artificio sea deducible , no se puede dudar de que, leyendo El Quadern Gris, más allá de disfrutar de sus excelentes páginas, podemos llegar a desear unos salmonetes a la brasa, condimentados con ajo y perejil, preparados en una taberna junto al mar. Y esta invitación a un deseo tan puro y primitivo no es en modo alguno despreciable. ( Y es lo que espero poder hacer en Palafrugell antes de volver a «tomar» el autobús, de vuelta a Girona)