Una sesión ( cinematográfica) en el infierno

 

Acabo de salir del cine. De la película  no voy a hablar pues, aunque recomendada, me ha parecido un bodrio  más de esos que circulan entre lo que antes se consideraba engagé y una sensiblería tan de moda como infantil. En esta cuestión, como en tantas, no he podido traspasar la barrera de los años setenta- ¡ Ya quisiera alguien hacer algo parecido a Tarde de perros , de Sidney Lumet!.

No, voy a hablar de la sesión en cuanto que tal. Para ello, y en primer lugar, he de describir mi situación: sentado en el extremo de la fila 5 asiento 11, en una sala sin pasillo central, tenía por delante un grupo de veinteañeros que formaba , ya en la oscuridad, una barrera multicolor mientras tecleaban con ardor sus teléfonos móviles; por detrás, una cincuentona se abanicaba a ritmo de tendido de sol aunque yo más bien me había arropado ante el frío glacial habitual en estos recintos ; y a mi derecha , un señor bastante entrado en carnes deglutía sin cesar ( y ostentoreamente que hubiera dicho Don Jesús Gil y Gil ) más y más palomitas que sacaba sin descanso de una bolsa big-size.

Pues bien, pasados diez minutos de la proyección y teniendo en cuenta que era una pelicula en 3D, yo no alcanzaba a ver sino un 2D desvaído por lo que se me han ocurrido tres hipótesis: a) que mi nervio óptico se había dañado repentinamente; b) que las gafas que me habían dado ad hoc ( previo pago de 1 euro) no eran las adecuadas ; y c) que había algún  problema en la cabina. Descartadas las dos primeras hipótesis tras las oportunas averiguaciones, he decidido levantarme, y  ante la conmoción general y sucesiva, atravesar doce asientos para llegar al pasillo y alcanzar la salida.

Ya fuera, me he encontrado con un acomodador somnoliento al que le he contado mis cuitas. Se ha encogido de hombros, ha dado media vuelta y ha desaparecido tras una puertecilla en la que ponía «PRIVADO». Al cabo de unos minutos ha salido y ha dicho » Ya está».

He vuelto a la sala y a mi asiento.  Me he colocado las gafas y he comprobado que veía perfectamente. Por delante y por detrás , y a mi derecha  todo seguía igual. Y entonces he pensado…¿Toda esta gente hubiera sido capaz de tragarse  toda la película en ese 2D desvaído? Y he recordado a tantos dirigentes ( de familias, municipios y sindicatos) que con un gesto de  sufrida humildad suelen decir: «Esto es lo que hay».  Y me he dormido.

En tierra baldía

 

 

» He said, Marie, Marie, hold on tigh…»

Recuerdo estos versos de The Waste Land de T. S. Eliot, mientras camino por el paseo exterior de los Jardines de la Media Luna, contemplando el lento transcurrir del río Arga como si lo hiciera en la ronda de guardia de una alta fortaleza. «Él dijo, María, María, sujétate fuerte»

Y los recuerdo porque acabo de desayunar en el Niza con un amiga que me ha contado una historia que pone los pelos de punta. Al parecer, en el colegio ( o ikastola, o escuela, no me he aclarado muy bien) al que lleva  a su hija pequeña, varios niños de siete años han sido sancionados por » jugar  a ir a pegar a las chicas»…

Hubo un tiempo en el que algunos hombres (todavía no se les llamaba varones) llegaron a pensar que podrían construir un futuro diferente con algunas mujeres. Un futuro en el que el trabajo doméstico estaría  bien repartido y mejor acordado, en el  que  los permisos de maternidad se alternarían con los de paternidad, en el que que  las relaciones sexuales   se volverían un verdadero juego y dejarían de ser violaciones disfrazadas o bendecidas, en el que las sensibilidades no se diferenciarían  sino por las personas. En el que, en fin, junto a la reflexión de género  feminista, podría  haber otra realizada en paralelo por los hombres hasta donde se pudiera llegar… De entre las mujeres , se conocen  muchos y grandes nombres, desde Simone de Beauvoir hasta Lidia Falcón, pasando por Gretel Ammann , pero de entre los hombres, convertidos ya en varones,   todo lo más se cita a  Josep-Vicent  Marqués que  murió hace ya algunos años, dejando unas propuestas tan insólitas  como probablemente intempestivas.

Todo ésto ocurrió no hace mucho tiempo,pero   a la mayor parte de los veinteañeros de hoy,  a esos que constituyen el grueso de mis estudiantes,  les suena -como se decía antes-a música celestial. Lo cual no es de extrañar a la vista de la anécdota tan brutal y sexista que he comentado. ¿Estaremos sembrando, acaso, en una tierra baldía?

 

Ómnibus

 

 

Mi tía-abuela Teresa decía «voy a coger el ómnibus» para referirse al autobús La Veloz Sanguesina que unía Pamplona con la localidad navarra consiguiente. Hoy ya no se utiliza esta expresión, algo todavía «autobús», pero mayormente se suele  decir «bus», pensando muchos que es palabra anglosajona. Pero lo cierto es que » bus» es el fruto de sucesivas contracciones del original automóvil (que se mueve por sí mismo) – ómnibus (para todos), o sea un transporte colectivo ( y «el colectivo» le siguen llamando en algunos lugares de Centroamérica y Suramérica).

Yo tengo la costumbre , cuando tengo algún rato de asueto, de coger el primer autobús urbano que pasa por delante y dejar que me lleve hasta la última parada para, después , volver tranquilamente andando ( fuera de todo espíritu sportif) , contemplando el paisaje y el paisanaje. Es una forma práctica y aleatoria de conocer los barrios de cualquier ciudad ( ¡ y qué de  cosas se pueden descubrir  a poco que se levante la vista en cualquier calle!).

Hoy he cogido el 48, que iba hasta los topes, y han ocurrido dos situaciones muy curiosas, por no decir penosas. Sentados en medio del autobús iban dos adolescentes vestidos con ropa deportiva de cuyas camisetas podía deducirse que pertenecían al equipo de un colegio concertado de orientación religiosa. Apenas si levantaban la vista, enfrascados , como estaban, tecleando en sus smartfones. Pues bien, a mitad del viaje  ha subido una pareja de viejecitos, él con bastón y ella con un tic nervioso muy evidente. Nadie se ha levantado para ofrecerles su asiento. Y cuando un cincuentón que viajaba conmigo de pie les ha llamado la atención a los dos chavales, se han sobresaltado y , sin  hacer amago alguno de moverse, uno de ellos le ha respondido con una higa.

Otro sí, poco antes de la última parada, el autobús se ha detenido, el conductor  ha bajado cerrando todas las puertas y hemos estado un par de minutos encerrados hasta que ha aparecido el colega que le relevaba y que, por lo visto, llegaba tarde. Ha habido alguna que otra leve protesta y yo he recordado que ante  un epsiodio semejante hace ya un par de años presenté una queja ante el Ayuntamiento que se remitió a la empresa concesionaria que me remitió un escrito interesando vivamente por mis datos personales  y negando de plano el incidente.

Si todo esto puede ocurrir dentro de un autobús, es para ponerse a pensar qué puede estar pasando fuera ( en parte ya lo sabemos, a la vista de los resultados electorales).

En fin, que mi paseo de retorno  se ha visto hoy salpicado de emergencias cívicas incontrolables …¡ Qué le vamos a hacer!

Mi Fontana de Oro

 

 

Tan sólo suelo ralentizar mi paseo cotidiano cuando llego a la altura de una fuente pentagonal de doce caños situada en un extremo del Parque de Doña Casilda. No lo puedo evitar. Disminuyo el ritmo y cierro los ojos durante unos segundos para escuchar el murmullo del agua, que me parece el sonido más  puro que se puede llegar a oír.

Algo tiene el agua para que  en todas las culturas conocidas haya sido una figura tan relevante. En la nuestra, en la medida en que somos una civilización del desierto, monoteista y monotemática, el agua fue  el lugar sobre el  que se movía  el espirítu del dios único en el Génesis. Y en la medida en que somo una civilización de la pradera, ya los filósofos presocrátcos hablaron de ella como uno de los elementos fundamentales ( Tales de Mileto lo consideraba el origen de todo). Pero también en las civilizaciones del monzón, como China, el agua fue  y es una fuerza muy activa, como puede verse reflejado en los oráculos del Yi Ching.

Aún así ese agua ordenada que suponen las fuentes parece ser que fue traída a nuestros lares  por la cultura islámica, junto con los jardines y  sus arbolados. El éxito fue  definitivo y, más allá de su polisemia ( no hay más que pensar en la cantidad de veces que utilizamos la palabra fuente con diversos sentidos, pero todos en relación a su  etimología: manantial), ha  reververado entre  nosotros una y otra vez. Por poner  tan sólo dos ejemplos, es dificil olvidarse del baño de Anita Ekberg en la Fontana de Trevi ( La dolce vita, 1960, Federico Fellini) o,  de las intrigas que  emergen de La Fontana de Oro, primera obra de Benito Pérez Galdós en la que, por cierto, agentes liberales se infiltraban en las filas realistas para radicalizarlas  y , ante sus desmanes, presentarse como salvadores de la Patria ( ¿ te suena  a algo todo esto, querido/a lector/a?. Piensa y acertarás)

Pero en fin, escuchar el murmullo de cualquier fuente, consigue, justamente, que no divaguemos sobre nada de todo  lo anterior, sino que nos dejemos llevar hacia algún momento en el que el lenguaje  no era en modo alguno necesario para la vida.

P.D. Una curiosidad: ¿cuál es tu Fontana de Oro?

Ser y viento

 

 

Hasta donde yo sé, mi abuelo Ataúlfo Urmeneta ( padre del controvertido alcalde de Pamplona Miguel Javier Urmeneta, padre a su vez de los dibujantes Asisko y Mikel Urmeneta) fue sustituido en el periódico vasquista La Voz de Navarra por Angel María Pascual que lo convirtió en el Arriba España. Era el 18 de julio de 1936.

Mi tío Miguel Javier se fue al requeté, el dirigente carlista  Ignacio Baleztena  aseguró que mi abuelo era de misa diaria en la parroquia de San Nicolás, así que le pusieron una multa y tuvo la suerte de no ser fusilado.  Murió en 1954 después de dejar algunos escritos muy curiosos  que se han recuperado hace un par de años.Distinta suerte tuvieron algunos  de sus hermanos y primos que  se exilaron en México y Venezuela.

Todo esto se lo cuento a Mike desde el mirador de Artxanda en mi torpe inglés americano. Mike es de Chicago ( aunque de origen irlandés, como le gusta recordar) e hicimos  muy buenas migas en el pub O`Rourke´s  de la capital de Illinois  durante una estancia en la Loiola University.  Allí entre pinta va y pinta viene ( con las consiguientes visitas al excusado) le fuí dando algunas pistas sobre nuestra historia más reciente aunque sus intereses, por entonces, se inclinaban hacia las culturas indígenas autóctonas ( no en vano tenía por novia a una hermosa  india  potawatoni).

Mike me escucha en silencio y contempla el nuevo Bilbao como si fuera una revelación. Señala con  su mano el poderoso Guggenheim que se abre a nuestros pies como un enorme crustáceo metálico. Sonríe pensando, supongo, en uno cualquiera de los grandes rascacielos de su ciudad, y se vuelve hacia mí:  «So, your grandfather is not those who are out there lost in a mass grave » me dice de pronto. Y yo niego con la cabeza.

Un viento sur que, en otros tiempos limpiaba esta ría contaminada llevando los malos humos hacia la mar, agita nuestros cabellos. «Ser y viento» me digo pensando en los tristes tiempos que vivieron algunos de nuestros antepasados. Pero Mike me toma del hombro, me mira a los ojos y me dice «I would drink one of those beers that are made here, La Salve right?

(Por cierto, mi segundo nombre es Ataúlfo)

 

Tatuaje

 

 

» Carvalho recordó lo que decía Josep Pla sobre la Estética ( – aquesta cosa pesada que escriuen els professors alemanys- ), se levantó, se hizo con  el primer libro de la Estética de Hegel, sopló para quitarle el polvo y lo echó al fuego de la chimenea. Luego, arrebujándose en su asiento, sonrió pensando en que estando como estaba en el primer libro de la serie, podría quemar muchos más  tochos infectos mientras  a M.V.M. no se le saltara algún bay-pass ( el siguiente sería El crepúsculo de las ideologías de Gonzalo Fernández de la Mora).»

Este texto tan prometedor me lo acaba de pasar A., una alumna a la que le dirijo su TFG mientras subimos en el funicular de Artxanda  a tomar un txakoli.

Lo cierto es que estoy absolutamente sorprendido de que alguien que sobrepasa  moderadamente la veintena  pueda  manejar con soltura tantas referencias «antiguas»( luego me enteraré de que  en su casa del Ensanche hay unos diez mil libros), y de tener treinta años más  le tiraría los tejos ( en principio, tan sólo intelectuales).

Pero hay algo que me detiene y que me contiene: su cuerpo está lleno de tatuajes de los pies a la cabeza. Antes , los tatuajes eran algo de marineros o legionarios, proclamando respectivamente su amor a  La Madre o a La Madre Patria, pero ahora, de la mano de los nuevos Alcibíades mediáticos ( los jugadores de fútbol), podemos toparnos con ellos en cualquier esquina( no hablemos ya de la playa).

A mí, tan sólo pensar en la aguja me pone los pelos de punta, y hablando de pelos, me gustan las pieles  finas y tersas, pero no tanto como de depilación definitiva ( que en mi caso sería algo dolorosísimo). Además, en llegando a mayores, supongo que experimentaría un corte epistemológico y testosterónico si, entre las sábanas, no pudiera distinguir si lo que tengo delante dibujado es la proa de un transatlántico o la cola de un diablillo.

«Muy bueno, muy bueno…Ahí tienes una obra,  que no te pase como en el caso del chiste del escultor del San José «( ¿No lo sabes amable lector/a? Pues pregunta, pregunta…)- le digo a A. Y ella sonríe  pero en su cuello se dibuja de pronto un corazón palpitante donde  aparece y desaparece un «I love You».

Creo que será mejor que en Casa Pedro me tome un mosto y volvamos al TFG.

(Notas para una) Fenomenología del Espíritu ( deportivo)

(para M.G.)

Afirmó en su momento G. W. F. Hegel que el acceso al conocimiento es connatural al concepto por mucho que éste sea algo estólido y poco gracioso. Otro sí, que, salvo para el realismo inocente y barato, la realidad no es la verdad, sino que ésta es precisamente  el atributo del concepto, pergeñado desde  una lógica amparada en cualesquiera  de los guardaespaldas metafísicos divinos y/o humanos al uso. Mas, ¿ cómo podría el entendimiento acceder al concepto sin los datos de la sensibilidad? Surge aquí, pues, una labor previa que conocemos como fenomenología, es decir la puesta en evidencia ordenada de los fenómenos  perceptibles.

Sirva todo lo anterior para introducir una  de la cuestiones que constituye una de las tareas filosóficas pendientes en nuestros tiempos y que  no es sino la formulación de una Fenomenología del Espíritu Deportivo, sobre la que este escrito pretende recoger algunas notas previas.

Al efecto, también es preciso  decir que nuestro campo de observación no será el del deporte de élite ( sólo accesible a distancia en grandes estadios o en grandes estadías televisivas) sino el del «hombre de la calle» ( entiéndanse aquí y en adelante,  como dicen mis estudiantes, todos los géneros y transgéneros posibles) que tanto gustaba a Alfred Schutz, y que podemos observar practicando su actividad , por ejemplo, en el Paseo de Abandoibarra entre las 6 y las 9 de la mañana.

Haciendo ad hoc  un a modo de tipología weberiana simple, se podría decir que nos encontramos con las siguientes  cuatro modalidades :

1) Corredor semi-profesional: Viste camiseta y pantalones aerodinámicos, así como, mayormente, medias de compresión  y rodilleras. Por arriba la figura se cierra con gorra  de running calada y por abajo con zapatillas de alguno de los últimos modelos, todas con nombres alusivos como Nike ( de la diosa griega Niké: Victoria) o, por ejemplo,  ASICS (del latín «anima sana in corpore sano»). Por lo general lleva adminículos varios casi invisibles, como podómetro multifunción y auricular  de MPx. Puede ir en solitario o en  grupo, pero siempre sonriendo, aunque no se ha logrado detectar porqué. Gran ritmo de carrera.

2) Corredor simple: Con camiseta , pantalones y mallas emergentes. Las zapatillas no son necesariamente de marcas reconocidas/bles.La visera no es imprescindible, pero sí los auriculares que conectan con un ostentoso  teléfono móvil que lleva adosado a uno de sus brazos. Consulta constantemente su reloj como si alguien o algo le persiguiera.Ritmo regular.

3) Paseante deportivo. a primera vista parece un «hombre de la calle» algo despeinado- como si acabara de salir  de la cama. En ocasiones lleva pantalón corto discutible desde el punto de vista estético. El aspecto deportivo es detectable por sus zapatillas ad hoc . No suele llevar adminículos, salvo que se los hayan regalado.  Ritmo irregular pero siempre en ascenso a juzgar por la expresión angustiosa de su rostro.

4) Paseante. A veces incluso con traje y corbata. Su actitud recuerda a lo que Josep Pla llamaba «fare il signore», pues  no parece importarle el tiempo cronométrico y se le adivina disolviendose constantemente en un dolce far niente. Puede  detenerse  para contemplar un árbol o una gaviota . Ritmo no detectable, ya en el límite de lo deportivo. Fair play.

( Continuará, pero no se cuándo: la labor fenomenológica es ardua y tanto más cuanto que hay que practicar una permanente epojé  para intentar  no contaminar la descripción con mis discutibles valores)

De perros y bicicletas

 

 

Hoy, durante mi paseo cotidiano y urbano, una bicicleta ha pasado rozándome el codo izquierdo a velocidad de crucero.Por supuesto, yo iba por la acera. Ante mi protesta, firme pero no insolente ( que aconseja Lao Tsé), he recibido un cumplido  y rápido corte de mangas.

Antes el problema lo tenía con los perros. Pues , en efecto, contraviniendo toda normativa ( todos atados, con una correa de no más de 2,5 metros- y por supuesto no extensible- con bozal los peligrosos), dueños y dueñas daban rienda suelta a sus canes, para común jolgorio, algo así como padres y madres sueltan a sus lebreles en las plazas sin importarles un pito los líos que puedan montar ( ¿será por aquello de la «socialización del sufrimiento» a escala menor?). En una ocasión  un perro corpulento que venía por delante, se quedo parado , comenzó a ladrar y a continuación  se tiró sobre mi, por lo que no tuve más remedio que echarlo  a un lado con un gedan-mikasuki-geri ( consultar en la wikipedia). La dueña, que por cierto se identificó como munícipe, me dijo  entrecortada que su «cachorro» sólo quería jugar y que ya no había humanidad. Ante esta curiosa frase le indiqué que, por si no se había dado cuenta, el humano era yo y continué mi camino. Y no es que  esté en contra de los derechos de los grandes simios o de los micro-perros que ahora están tan de moda, pero siempre que se reconozcan los míos como forma de vida.

Pero últimamente, como decía, el problema son las bicis. Bicis grandes, pequeñas, de monte y urbanas,campan a su anchas por las aceras ignorando el código de circulación y las normativas municipales que indican claramente que tienen que ir por la calle o por los carriles-bici. Atontados por esa moda yanki que confunde la vida con el deporte y el deporte con la vida, algo tendrá que pasar , mas allá de la vigorexia, para que al fin alguien haga algo ( la policía municipal, según tengo comprobado empíricamente con metodología cuantitativa estadística pasa olímpicamente del tema). Algo como un atropello mortal. Y entonces se tomarán medidas contra los ciclistas energúmenos como se tomaron en su momento con los bobos animalistas  pasados de rosca cuando el primer perro se comió casi todo un niño.

Pero en fin, entre perros y bicis, yo prefiero  los perros. Por lo menos son mamíferos generalmente más empáticos que algunos homínidos que circulan en bicicleta.

55 horas en Pekín

Llevo unas horas en Pekín (me resisto a lo de Beijing) y, según lo acordado, me he encontrado con Lu en la esquina de Wang Fu Jing con la avenida Chang An.Hacía diez años que no nos veíamos y, cuando le he dicho que venía directamente de un congreso celebrado en Sanghai, ha negado con la cabeza.

Una vez encauzados en la «calle moderna» –denominación oficiosa de la Wang Fu Jing– yo pensaba que me iba a conducir hacia la izquierda a visitar de nuevo la zona de hutones repintados e higienizados para turistas (por aquello de darme un baño de color) pero, para mi sorpresa, me ha llevado a unos grandes almacenes amparados por una ciclópea tienda de Apple. La verdad es que se lo he agradecido porque en la calle hacía un calor de aúpa y dentro un nifrionicalor muy agradable. Para más recochineo –sí, recochineo– hemos subido al segundo piso de los referidos almacenes para sentarnos en un bar que se llamaba Far West, decorado con sombreros tejanos, botas de cow-boy y cuernos, muchos cuernos.

Ella se ha pedido un café americano y yo, que en realidad soy muy de café americano, un té (rojo por si acaso). Está contenta de seguir viviendo aquí. No quiere salir de China porque prefiere, dice, la ideología utópica del Partido Comunista a la utopía ideológica del capitalismo de libre mercado. Se ve mayor y que se le van los años por la escurridera (a mí me parece que está estupenda), pero ya no me pregunta si podría encontrarle algo. Le acaricio la mejilla contenidamente por mor de guardar las distancias étnicas y personales.

Tiene que volver a la Universidad –por lo visto hay mucha gente interesada en la filología hispánica–, pero antes me pasa unas fotocopias («es un ensayo de un amigo»). Bajamos, y antes de salir, me doy cuenta de que estamos siendo retransmitidos por alguna cámara y proyectados impunemente en una pantalla gigante. Como la gente, siguiendo la moda, se está haciendo unas selfies retrógradas, nos hacemos una con su smartfone a pesar de mis protestas.

Me despido de Lu con un apretón de manos convencional –lo de los dos besos lo dejaremos para otro momento y otro lugar–. Poco después veo que se pierde entre las masas que suben y bajan entre la niebla y el humo.

Mientras me encamino hacia los hutones, echo una ojeada a las fotocopias. El ensayo se titula “El pensamiento chino contemporáneo y la cuestión de la modernidad”. Tiene muy buena pinta. Me lo leeré mientras doy cuenta de unos alacranes puntiagudos y una buena cerveza (Tsingtao, of course). Mi avión sale a media noche y no sé si volveré.

Ronin

Markel es un ronin, es decir, un samurái sin señor. Por supuesto no se trata de un caballero japonés del siglo XVIII, ni lleva el pelo recogido en esa coleta ahora tan de moda, ni porta las dos espadas de rigor (aunque empuña el paraguas de una forma un tanto peculiar en esta tarde primaveral por lluviosa ).

No, Markel es un ejecutivo cincuentón que ya ha olvidado casi todo lo que aprendió en la Comercial de Deusto y que se ha bregado en varias y sucesivas empresas (casi en el sentido de Baltasar Gracián) hasta que decidió ser autónomo. Hombre de trato muy directo y con una gran capacidad para trabajar en grupo, se lamenta, mientras caminamos a buen ritmo por el Paseo de la Senda, de que “ya no hay buenos señores” (yo le añadiría “ buenas señoras” pero no sé si lo arreglaré o lo dejaré peor).

Pues, en efecto, continúa, el mundo privado, pero también  el institucional, está cada vez más colonizado por tecnócratas que no diferencian la Gestión de lo que hay de la Dirección hacia la que se puede ir. Gentes, insiste, planas, sin la menor nota de entusiasmo, magníficas réplicas del original cubito de hielo de labio leporino y bigote rancio (aquí cita al Vázquez Montalbán de La Aznaridad) que piensan que por ponerlo todo en inglés son  más elocuentes y más efectivos.

Hacemos un alto en el camino para entrar en el Museo de Bellas Artes de Alava ( no sé por qué pensaba que iríamos directamente al Museo de Armería que está  enfrente). Markel me dice que  no me puedo ir sin ver la obra de Gustavo de Maeztu. Descubro ahora una nueva dimensión de mi colega mientras le veo contemplando embelesado la obra de este pintor vitoriano  que acabó recalando en Estella; pero, al fin y al cabo, ¿no eran los samuráis quienes se reunían al modo de los bertsolaris  para, entre copa y copa de sake, componer aquellos tankas encadenados ( de los que luego surgieron los haiku) que se llamaban renga?

Cuando nos despedimos- él quiere llegar hasta las campas de Armentia- me da un fuerte apretón de manos y , poco después, le veo perderse entre la lluvia . Recuerdo por un momento la última escena de Los siete samuráis de Akira Kurosawa y siento un escalofrío.Creo que voy a tomar un té muy caliente en La Florida.