Escapada a Cannes

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A Patxi le ha dejado su mujer por un tipo con pendientes y moto y para olvidarse de ella se ha venido (y me ha traído) al Festival. Patxi es de hecho director de cine (realizador dice él) y ya fue protagonista de una de estas  crónicas a propósito del visionado (ahora se dice así) de “8 Apellidos vascos-La película”, una crónica en la que intenté transmitir sus exabruptos de una manera concisa a pesar de las copas de ginebra que se había tomado (por cierto que luego me hizo firmar un papel comprometiéndome a no ir a ver “8 apellidos catalanes- La película”.
Hoy hemos estado viendo “Café Society” de Woody Allen. Deliciosa. Allen siempre será un genio por mucho que últimamente le haya dado por hacer un a modo de documentales sobre las ciudades de las que se ha ido enamorando. A Patxi también le gusta mucho el neoyorkino y de hecho ha intentado copiarle en tono menor, pero todo se ha quedado en ese tono porque más allá de buscar y encontrar producción y de realizar hasta tres películas, ninguna se ha estrenado pasando a mejor vida en soporte electrónico.
Mientras nos tomamos una Stella Artois le confieso una vez más a Patxi lo complicado que me parece el mundo del cine. Hay que contar con mucha gente y con mucha pasta. Y en mi mundo, basta con un boli y unos folios. “Pero el personal es igual de narciso…” me espeta el colega. “Ya lo decía el amigo Freud en un texto magnífico sobre el alma de los artistas” le respondo en jugada de mus. Nos reímos.
Y en riéndonos aparecen Ada y Vanesa, dos actrices también de tono menor que vienen tan peripuestas que habría que preguntarles si pertenecen a la imaginación o a la realidad. Los besos me indican que forman parte de “cabe mi realidad” que diría Heidegger, y se sientan. Al poco me doy cuenta de que son del tipo guapas-listas que tanto le gustan a Patxi (y a mí, of course), pero lo cierto es que podríamos ser su papis.
Pretenden que vayamos con ellas a un fiestón de esos que pululan en cada esquina. Mi primera reacción es negativa y sonrío con el labio leporino a lo Humphrey Bogart, pero veo que a Patxi se le abren los ojos como a San Pablo y accedo. He venido bien pertrechado de todo tipo de pastillas (de las azules ni hay ni se las espera) y espero poder superar la prueba comportándome como un buen Villalonga.
Con un espléndido cruce de piernas, Ada me pregunta que a qué me dedico, pero en ese momento me llaman las chicas desde la ciudad originaria ( que es muy originaria. “Soy… bombero” respondo sin pensarlo dos veces mientras descuelgo el teléfono.

Un paseo por Saint-Jean-de-Luz /Donibane Lohitzune

Jeanne es rubia, como no podía ser de otra manera, bastante alta, y parece sacada de una comedia de François Truffaut. Ex-compañera de un colega de larga duración –en realidad un monógamo sucesivo–, nos ha recibido en su casa con los besos franceses de rigor y nos ha llevado a dar una vuelta por el Promenade des Rochers.Una brisa fresca nos corteja mientras vamos caminando y oímos el mar lento que se recrece y se abandona a nuestra vera. A la altura de la calle Garat, Jeanne propone que vayamos a comer algo a L´Acanthe.
Pedimos una gran ensalada (mediterráneos que somos en un recodo atlántico) y un par de raciones de jambom de Bayonne cortado a mano. En el recodo  en que nos hemos sentado estamos rodeados de viejas fotos. En una de ellas aparece un grupo de vendedoras de pescado con sus cestas sobre la cabeza. “Son las kaskarot”, dice Jeanne, “las pescateras, vamos, mujeres, se decía, de vida alegre y lengua despalabrada. Todavía se utiliza por aquí, para señalar a las mujeres poco convencionales”. Mertxe asiente, también en su colegio de la infancia “pescatera” se usaba de un modo peyorativo. Tras un café noisette, muy fuerte, volvemos a la calle.
Hay mucha gente paseando y tan sólo son las tres de la tarde. Al cabo, gabachos. Parece como si todo el mundo hubiera salido a caminar. La rue Gambetta, rebautizada como Kale Handia, está a rebosar. Visitamos varias tiendas y boutiques. Maite dice que tiene hambre –será cosa de las hormonas– y Jeanne nos acerca hasta la Maison Francis Miot, especialista en cacaos diversos. Bien pertrechados de chocolate continuamos ascendiendo por la rue Gambetta. La teobromina, ese a modo de cafeína divina envuelta en magnesio, va haciendo su efecto y, al poco, nuestro paso se vuelve más alegre y pizpireto. Está bien poder mantener la amistad con las ex de nuestros amigos.