He quedado con Patxi en el Parque de Doña Casilda para comentar, mientras caminamos, el guión que me pasó hace un par de meses. No es fácil charlar de cine con Patxi: es mejor dejarle hablar, que se explaye.
Porque siempre le ha gustado el humor del Woody Allen de Manhattan y la contundencia social del Ken Loach de Lloviendo piedras, y , aunque, según suele decir, a él lo que más le hubiera gustado es haber sido el Rohmer de La genou de Claire, en el fondo aspira a ser como el Spielberg de Indiana Jones. Así que sus guiones son de difícil, digamos, evaluación…Por eso, antes de volver a darle un bocado a la herencia familiar ( «donde no hay venta ha de haber renta» que decía Pierre Bourdieu hablando de los artistas), los pasa tímidamente a los más amigos.
Llega el colega y comenzamos nuestra andadura entre magnolios irisados.»Bueno, ¿qué tal?» Le tomo del brazo, cabeceo…»¡Venga! ¡Suéltalo ya!».»No sé, no lo veo muy cinematográfico» digo yo como quien no quiere decir nada. «¿Y eso?» «Mucho diálogo, demasiado, y muy estático, parece una obra de teatro o un guión más para ser leído que para ser filmado». Se suelta de mi brazo y tuerce el morro. «Además eso de que el protagonista se enamora de una lesbiana que ya está emparejada y que , no se sabe cómo, va a tener un hijo…» «Ya, ya» me corta. » …Y que al final van a montar un trío…Bueno un cuarteto…» Patxi no puede contener la risa y yo tampoco. «Lo mejor, el título», le digo todavía entre arcadas, » eso de la La Santísima Trinidad o el Origen de la familia , bueno, muy bueno…»
Nos sentamos en un banco frente al estanque de los patos y, en silencio, nos dejamos llevar por el fino cantar del agua de la fuente. Patxi me coge del hombro sin mirarme. Cualquiera que hubiera pasado en este momento por delante nos hubiera tomado por una vieja pareja salida hace bien poco del armario.