En sus interesantes memorias – tituladas Una mirada atrás –la escritora norteamericana Edith Wharton comenta en numerosas ocasiones el gran placer que le producían las largas conversaciones con sus amigos ( más) y amigas (menos), incluso con quienes se mostraban tan pesados por irrefrenables o laberínticos como Henry James. Así, llega a decir: «Una buena conversación parece penetrar en mi mente con una fuerza nutritiva gradual que a veces no descubro sino mucho tiempo después: se infiltra en mí como una energía, como una influencia, encierra mi universo en una cúpula de vidrio multicolor de la que no puedo esperar sino unos pocos fragmentos mientras se está levantando en torno a mí «.
Es este de la conversación un arte – una auténtica tekné– que en nuestros días está desapareciendo o, cuanto menos, transformándose de tal manera que se ha vuelto irreconocible.
Pues la charla entre los amigos y amigas ha solido precisar de un margen temporal y espacial que implicaba lugares y duraciones específicas. Pero ahora , por ejemplo, los bares y cafés que en su momento supusieron la democratización del recibir aristocrático, se han convertido en centros de mero consumo, en los que está mal visto – en sentido literal- la tertulia prolongada.Y, por otro lado, la inmediatez en la que se vive habitualmente conlleva un ritmo trepidante que resulta análogo al de los tweets y los whatsapps que se envían y reciben, sin que lleguen a ser, como afirma Sherry Turkle ( Reclaiming Conversation:The Power of Talk in a Digital Age ) verdaderas conversaciones, al menos como hasta ahora las habíamos entendido.
Probablemente estamos iniciando un profundo cambio en nuestras maneras de relacionarnos. La misma Edith Wharton, nacida en 1862, saludaba con mucha alegría la llegada del automóvil, aun siendo apasionada de los paseos y los caballos. Esperemos que esta nueva era digital en la que comenzamos a vivir nos depare nuevas formas de tener verdaderas conversaciones, conversaciones que impliquen hablar y escuchar sin deseo de convencer y que hagan , como decía Baltasar Gracián, «del amigo un maestro»…