Tras varios siglos demandando la universalización de la educación pública obligatoria gratuita de parte de las fuerzas cívico-morales que en ello veían un instrumento armonizador para rebajar las diferencias sociales, puede parecer ahora que, lo que reclaman cerca de dos mil familias en el Estado Español, cuál es, su derecho ancestral a educar a sus hijos sin necesidad de llevarlos a la escuela, como se hizo por necesidad durante milenios, sea una pretensión retrógrada, contraproducente e incompatible para con la futura adaptabilidad y capacitación social del niño.
El tema se las trae. No es sencillo pronunciarse sobre dónde poner los límites de a quién pertenece más el niño, si a sus padres o al Estado. Supongo yo que, en un País Abortista como el nuestro, lo suyo sería que los hijos sean más de los padres que se han empeñado en tenerlos, que de una institución que le da igual la evolución del embarazo. Bajo esta premisa, me inclino a pronunciarme a favor del derecho de los padres a educar a sus hijos en casa, pues la educación pública obligatoria gratuita no tiene porque circunscribirse a un edificio como la escuela decimonónica, más parecida hoy a una cárcel, manicomio o asilo que a un sitio dónde los pequeños aprenden para sus vidas como personas y futuros ciudadanos.
La verdad es que no me hacía falta la travesura argumental anterior para mostrarme partidario de esta libre opción educativa que, por supuesto, no aspira a universalizarse, pero si al menos, a tener cabida dentro de la legalidad española, como ya ocurre en casi toda Europa y los EEUU, pues desde muy joven detesto la enseñanza reglada y siempre he visto con muy buenos ojos, cualquier otra alternativa que se pudiera ofrecer, aunque yo ya no pudiera disfrutarla. En una sociedad como la nuestra, dónde impera el ritmo productivo y la entera disposición de los esclavos para el trabajo-consumo alterno-continuo, pocas son las personas libres y capaces para plantearse la mera posibilidad de educar a sus hijos en casa, sin arriesgarse a hacerlo peor que la institución docente, cosa que no debería preocupar ni a los analfabetos, dados los pésimos resultados obtenidos por esta a todos los niveles operacionales, intelectuales, expresión, comprensión, oral, escrita…
Evidentemente, la escuela ha sido un gran avance social para la clase trabajadora que no dispone de tiempo para instruir y educar a sus crías; Pero no para la clase media que disponiendo de tiempo y capacidad ha hecho plena dejación de funciones en la institución, sin reparar que dispone de tiempo, capacidad y recursos para educar a sus hijos en el hogar, para evitar que reciban una enseñanza en serie, más estandarizada que la que puede encontrarse en la moda Pret a porter. Pero qué otra cosa se puede esperar de unos padres que permiten que sus hijos vean la tele que les lava el cerebro para consumir y hablen por el móvil que les generará tumores cerebrales.
Recién salido de la facultad de Filosofía recuerdo que me sometí a un experimento mental para averiguar cuáles eran mis verdaderas ideas sobre los distintos temas que rondaban por la mente. Sin entrar en pormenores, El experimento consistía en situarme frente a un hijo imaginario al que debía educar. Así pude discernir que en mi cabeza hay varios grados, a saber: Pensamiento que comprende todo lo que soy capaz de elucubrar, fantasear, imaginar, teorizar, desear, aborrecer, argumentar, apalabrar, etc; Opinión, que aglutina mi valoración personal sobre los pensamientos que circulan por la mente a los que otorgo valor moral, lógico, real, y resto de categorías o etiquetas de verdad, falsedad, bueno, malo, correcto, incorrecto…Creencia, que es el conjunto de ideas o conceptos, más o menos elaborados, de cuya afirmación, realidad, o cualquier otra cosa, ni me planteo, y cuando me lo planteo, resiste toda prueba o falta de ella en su contra durante un tiempo más pronunciado que si se tratara meramente de ideas pensadas u opinadas. Por último, estaría la voluntad, que albergaría a los deseos, querencias, apetencias, etc. Así fue como me di cuenta de que aunque el pensamiento me dice que sin lugar a dudas Dios no existe…mi capacidad de creer en su existencia, es ilimitada. ¿Qué le debía yo transmitir a mi hipotético hijo? A muchas disyuntivas mucho más complejas y elaboradas que esta debí hacer frente y para mi sorpresa, casi todas las decisiones iban en contra de mi pensamiento. Porque pensar, es muy fácil. Lo difícil es hacerlo bien.
Les he contado todo lo anterior, porque las familias que se han decantado por educar a sus hijos en casa, están realizando una apuesta vital de primer orden que el resto hace a la ligera, pues seguramente habrán tenido que hacer frente a todas esas y muchas otras reflexiones, inmersas en un mar de dudas temerosas sobre si estarán o no haciendo lo correcto, cómo acabarán sus hijos el día de mañana, qué pasará si sale mal y un sin fin de preocupaciones académicas, programáticas, procedimentales que bien podrían eliminarse, si de una vez el Ministerio de educación acepta esta otra vía de el Aula en Casa, poniendo a disposición de los padres y de sus hijos todas las ventajas de las que gozan obligatoriamente el resto de ciudadanos en los centros vigilados, como son el derecho a examen, tutorías, y la necesaria regulación de esta otra forma de educar, por cierto, mucho más anterior, sana, eficaz y natural que la que actualmente se le suministra a la juventud, como podrán averiguar por si mismos en www.educacionlibre.org