Son varios los filósofos que como Hume reconocen socarronamente que la Razón es lo mejor repartido entre los hombres, porque todos creen tener la suficiente. Pero para quien cree tenerla toda, suficiente, es demasiado poca como para compartirla con los demás, de modo que, la gente discute no por tener razón, sino por tener toda la razón. Pues bien, en cierta ocasión, cuando tenía veinticuatro primaveras, recibí una dolorosa lección en la escuela de la vida, para la que no me había preparado la carrera de Filosofía, cuál es, que uno puede equivocarse incluso teniendo toda la Razón del mundo; Ocurrió que, rompí con una chica de la que estaba terriblemente enamorado, por haberme dejado plantado sin darme una explicación satisfactoria tras un exhaustivo interrogatorio. El caso es que, por mucho que revisé lo sucedido, el resultado lógico siempre era el mismo ¡Yo tenía razón! Si fuera por coherencia, aún hoy volvería a hacer lo mismo; Pero si algo aprendí de aquella amarga experiencia, es que la posesión de la razón puede llevarnos a cometer las mayores barbaridades, como le sucediera a la Iglesia por mantener la ortodoxia, a las Revoluciones por extender la libertad, o a los Estados por garantizar la paz internacional;
Precisamente esto es lo que ha sucedido en la encantadora Sicilia; Dos médicos durante un parto se pusieron a discutir sobre la necesidad de practicar una cesárea, disputa del todo inoportuna cuando la misma les llevó más de una hora poniendo en grave riesgo la salud del bebé y de su madre, que no sería la primera vez que el exceso de reflexión matara a la acción, como bien saben las democracias liberales cuando se enfrentan a Estados dictatoriales. Por eso, aun cuando la Democracia esté colmada de Razones históricas, metodológicas, numéricas, morales, utilitaristas…todas ellas reunidas, no bastan para que quirófanos, orquestas sinfónicas o parques de bomberos se rijan por ella.
Paz, justicia, libertad, democracia, bien, belleza, verdad, dios, razón y tantas otras palabras que remiten a ideas complejas confeccionadas de experiencias humanas simples propias y aprendidas cuya singularidad las hace necesariamente falibles, no pueden convertirse en creencias tales que en vez de ser ideas que la mente forme, sean ideas que formen a la mente, como se advierte en la película Origen, por lo que el escepticismo crónico y el respeto universal deberían ser las dos primeras cualidades que se deberían transmitir a los futuros ciudadanos, para evitar en lo posible el peligro que aquí subrayo.