En su “Discurso sobre la servidumbre voluntaria o Contra el Uno” Étienne de La Boétie se preguntaba extrañado cómo pudo ser que la mayoría se plegara a la voluntad de Uno, anticipando con ello los modernos derroteros de la Soberanía popular tantas veces aplazada. La rabiosa actualidad de dicha cuestión crece por momentos en los ámbitos del suministro de bienes de primera necesidad, distribución de mercancías, sitios de abastecimiento de la población, política de precios…ahora que entre todos hemos alimentado a las monstruosas Grandes Superficies que amenazan monopolizar cualquier resquicio de lo que antaño fuera el refugio de la pequeña burguesía, auténtica garante de las libertades democráticas, a cuya categoría podía adscribirse cualquier comerciante, tendero, profesional, y cuya supervivencia empieza a ser del todo imposible ante la indecente competencia desleal a la que les somete dichas aglomeraciones y sobre todo nuestra docilidad voluntaria a cederle todo negocio a Uno, antes de repartirlo entre muchos.
La actual situación de servidumbre voluntaria ante el dictado de las Grandes Superficies, la desaparición del pequeño comercio y por ende, de la clase media, tuvo su origen en un mal entendido pequeño beneficio inmediato sin llegar a ver el colosal perjuicio directo que en menos de una generación iban a padecer ellos mismos, sus hijos, y toda la sociedad. Cuando el zapatero creía comprar la carne más barata en el Errorski, el frutero opinaba que los zapatos le salían a mejor precio en el Macarrefur; lo mismo sucedía entre fruteros, pescaderos, libreros, carniceros, y cualquier propietario de pequeño comercio. Todos dieron de comer a Uno, sin darse cuenta que al final les engulliría a todos siendo hoy el día en que ellos y sus familias han de trabajar para ese mismo Uno. Es como si de la noche a la mañana, hubiéramos decidido dejar de ir a los bares del barrio, y solo fuéramos a un Macrobar a las afueras, para tomar chiquitos solo en su interior, comer pinchos solo en su barra, e ir a tomar copas solo allí, porque todo nos saliera un céntimo más barato. Más barato hasta que cerraran todos los bares del barrio y tuviéramos que acudir allí por no quedar más remedio…
Pero la situación no es irreversible. Puede costarnos un poco al principio, mas la recompensa es enorme comparada con la inversión. Derrumbar a esos gigantes monstruosos es más sencillo de lo que parece, nos basta con dejar de ir de repente a sus palacios a rendirles tributo y empezar a comprar al lado de nuestras casas para que las calles donde vivimos no mueran de pena. Tan pronto como comencemos a hacerlo veremos aparecer sus efectos pues todo el caudal de beneficio que ahora entregamos solo a Uno, se verá repartido entre muchos, entre los cuales, difícilmente no se hallará alguno de nuestros familiares o amigos directos, entrelazamiento afectivo comercial que contribuirá a hacer más resistente el tejido social del que dependen nuestras históricas conquistas cívicas y morales.