Por un desfile civil

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Por el respeto que me merecen quienes tienen al ejército en la misma estima en la que yo tengo a la Iglesia Católica, como que, a modo de tregua navideña, he creído oportuno no pronunciarme respecto a lo que me parece el desfile al que estamos acostumbrados el Día de la Hispanidad. Pero pasada la fecha, creo conveniente reflexionar en alto, para que en próximas ediciones busquemos una fórmula más acorde con los mimbres cívicos, con los cuales, se supone, confeccionamos pacientemente nuestra convivencia.

No es malo que una comunidad dada, dedique un día a la exaltación de su pasado común, exhibiendo al mundo entero lo mejor de su realidad presente, en sincera ofrenda a la conciencia colectiva que ya Rousseau conminara a cuidar para abundar en los aciertos y evitar los desafueros de los que no está libre la historia de cada pueblo. Lo que me preocupa, es que una tierra que cuenta en su haber con centenares de proezas y de personas del ámbito laboral, científico, cultural o deportivo, de los que sentirse orgullosa y a los que honrar tanto del pasado como de rabiosa actualidad, decida que, el mejor modo de reivindicarse como comunidad, sea recreando anacrónicamente el modo decimonónico de hacer desfilar al ejército, como hacen otras naciones que a falta de mayor logro, muestran sus arsenales, como los matones de barrio sacan sus navajas en medio de una fiesta para mondar manzanas.
Cuando a comienzos de los Noventa se nos decía aquello de que teníamos que prepararnos para competir con Corea, nunca sospeché que se tratara de medirnos en desfiles militares con los realizados por Kim Jong Il. Porque ¿ Qué quieren que les diga? Es lo que me viene a la cabeza, cada vez que veo marchar al unísono como autómatas a los soldados del ejército español por el asfalto de Madrid.
Cuánto mejor no sería, reconvertir el desfile militar realizado a paso marcial junto a tanques, misiles, metralleta en mano, en un despliegue civil en el que participarían, por supuesto, representantes del ejército y del CNI si lo desean, pero también del ámbito universitario, deportivo, laboral, jurídico, sanitario, eclesial, agrario, docente, comercial, científico, asociativo, artístico, musical…Porque, si el día de la Hispanidad desea perdurar como acto que aglutine al conjunto de la sociedad, deberá afrontar esta necesaria adaptación para evitar deslizarse en un camuflado 20-N, refugio de esa España chusca tan genialmente retratada por Galdós que expele un tufo a refrito caciquil golpista de ñoños señoritingos salvapatrias convalecientes crónicos de melancolía neofranquista, añorantes de golpes de Estado y pronunciamientos castrenses, que no arruinaron más España, porque los Borbones ya se ocupaban de ello con mayor eficacia, que precisamente es lo que lamentablemente está sucediendo año tras año, cuando únicamente se retrotrae a la conquista de otros pueblos, mientras Gibraltar sigue en las garras de la pérfida Albión, y no a su evangelización, la transmisión de la cultura, la cooperación de sus gentes, el mestizaje, o la hermandad que en América han hallado nuestros emigrados siempre que se ha precisado huir aquí precisamente de la guerra, el hambre y la miseria, provocados por esta institución y la otra que la jefaturiza.

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