Cuando no había radio y televisión, mucho menos equipos de música, bares y cafés eran lugares propicios para la agradable conversación y la tertulia, con permiso de la lectura del periódico y las partidas de cartas, ajedrez y dominó. Los hosteleros fueron incorporando sucesivamente las distintas mejoras técnicas para ofrecer más opciones a su variada clientela que por supuesto aplaudió su incorporación en un momento en que la mayoría de la población no podía permitirse gozar de su presencia en el hogar, aunque no sin cierto grado de adaptación, pues la presencia constante de un locutor hablando por radio en voz alta o la proyección de una película, obligaba bien a aumentar el tono de voz de cuantos deseaban hablar entre si, bien a permanecer callados y aceptar su nueva condición en el local como la de un rumiante urbanita consumidor habitual de distintas sustancias embriagadoras y excitantes sin otro quehacer.
Como buen animal de costumbres que somos, nos acostumbramos a la presencia de ruido constante en restaurantes, bares y cafeterías, siendo capaces de mantener conversaciones profundas mientras retransmitían un partido del Real Madrid, prefiriendo no obstante la música en inglés a la cantada en castellano, y a cualquier melodía antes que un debate que nos hiciera la competencia, por distraer el intelecto de nuestra propia conversación. Con todo, aquello era soportable, siempre y cuando, su uso fuera moderado en decibelios y coherente en el sentido de que no chocase contra la lógica de los hechos, cosa que por desgracia ha dejado de ocurrir como paso a exponer.
He observado que, en aquellos establecimientos vacíos que elijo por su tranquilidad, en cuanto me siento a tomar el café y a charlar con la compañía que ha entrado conmigo, resulta que, de golpe aumenta el volumen de la música o suben la voz de la televisión; Como no puede ser casualidad que esto me ocurra a mi no una, ni dos, ni tres veces al año sino que muy a menudo, he buscado una causa que lo explique. El primer motivo que me viene a la cabeza es que, la persona que atiende el bar cree hacernos un favor, pero ello supondría que esta persona no es muy observadora pues se supone que, si los clientes estamos hablando, lo que menos deseamos es tener al lado una banda de rock o el orfeón donostiarra. Así pues, lo segundo que pienso es que, así como nosotros no deseamos que la música turbe nuestra conversación, la persona de la barra tampoco quiere que nuestra conversación turbe sus pensamientos; Pero, dado que cuando nosotros entramos la música estaba baja no es muy inteligente de su parte sumar su presencia a nuestra conversación para no interferir en su paz espiritual tras la barra. Una tercera posibilidad es que, se esté poniendo en práctica la estratagema que tienen las tiendas de ropa y grandes almacenes para acelerarnos el pulse y la acción que estemos llevando a cabo para que consumamos cuanto antes y nos marchemos de allí rápidamente, cosa que entendería de estar el local abarrotado, pero estando vacío no parece haber motivo. Por ello concluyo que, seguramente todo obedezca a la moda de contaminar acústicamente el ambiente público allí donde haya un ciudadano, para evitar que piense -por ejemplo en el precio del café- e impedir que se relacione con otros ciudadanos, para de este modo, no afloren los problemas comunes y mucho menos las soluciones.
A lo anterior hemos de añadir que, de un tiempo a esta parte, he constatado una práctica mucho más aberrante que hace trizas, no ya la conversación entre amigos, sino la reflexión propia, pues por mucha que sea la capacidad de concentración que uno tenga y por muy adaptado que esté a estas alturas a la suciedad acústica que todo lo inunda en los locales públicos, lo que es difícil de soportar para la conciencia bien formada y educada, son los hechos incomprensibles provocados a voluntad, dado que distraen la mente que les busca enfermizamente una explicación. Me estoy refiriendo a la estupidez supina de tener encendidos en un mismo espacio la tele y la radio o cadena musical.
Aunque la clientela estuviera acostumbrada a que el establecimiento interfiriera en la conversación y pensamientos por medio de sus aparatos de difusión pública gravados por la SGAE, y comprendiésemos que lo que en ocasiones nos molesta en otros momentos pudiera agradarnos a nosotros mismos o a otros por ser su ruido coherente, lo que ya llevamos mal, es que los distintos aparatos del bar se hagan la competencia entre si, pues es dudoso que de su confluencia saque alguien algún provecho, de no tener una mente privilegiada capaz de disociar en las ondas el acoplamiento de sus mensajes. Por ello, algunos hosteleros en su afán de ofrecer todos los servicios de que disponen, sin despilfarrar que está forzado a pagar a la SGAE –posible explicación última de tan imbécil fenómeno-, han optado por el absurdo de mantener encendida la gran pantalla de televisión sin voz, mientras la radio emite canciones a todo volumen, y aunque ello en ocasiones pueda generar brillantes coincidencias apareciendo Zapatero y Rajoy en el congreso mientras Pimpinela hace de las suyas, por lo general, no son pocos los clientes que se preguntan, para qué este despropósito.
La situación en hostelería roza el paroxismo, cuando ya es práctica habitual proyectar en la pantalla videos musicales sin sonido mientras en la radio se escucha una melodía que no tiene nada que ver con el video que se está proyectando. De seguir esto así, el próximo paso ya no lo dará la hostelería, sino la clientela más joven que educada en esta estupidez colectiva acudirá a las discotecas con sus auriculares y mp3.
No estoy de acuerdo con tu crítica a separar imagen y sonido. Me parece completamente normal que ambas estén separadas, de hecho casi lo agradezco, si ponen la televisión y el audio de ésta parece una retransmisión a la que todos los clientes «deben» prestar atención. Sin embargo ambas por separado me molestan menos, de hecho si quiero puedo prestar atención a una y a otra no, así que no lo veo como una «estupidez supina», tal vez sea porque no me interesa nada de lo que se dice en la tele aunque sí me guste ver a quién están dando protagonismo. Sí coincido en lo del volumen y tu conclusión del complot para no pensar me ha sido graciosa.