Con la persistencia de la crisis, hasta los medios de desinformación se han hecho eco de un fenómeno bien conocido por los jóvenes que buscan empleo, bautizado como Curriculum Pauperis, consistente en bajar el perfil de su preparación para poder sobrevivir accediendo a empleos muy inferiores a la cualificación adquirida por el aspirante, pongamos por caso, para hacerse con el puesto de repartidor de supermercado, cuando sus méritos académicos bien podrían hacerle acreedor de una cátedra universitaria, pues resulta muy difícil dar órdenes a un subordinado de inteligencia superior, a no ser que, como sucede habitualmente el subordinado se haga el tonto, mientras al jefe le convenga.
Y tiene gracia que sean precisamente los pobres, hijos de aquellos otros pobres que esperaban que su descendencia escapara de la pobreza por medio de su sacrificio en aras de su formación, quienes de motu proprio asuman de nuevo la natural condición que sus progenitores deseaban dejar atrás, aceptando la traumática experiencia de que, en nuestra sociedad, la pobreza es hereditaria y resulta de mal gusto renegar de los tuyos colgando del ego pretenciosos títulos que para las clases superiores no son otra cosa que papel higiénico enmarcado, cuando se trata de preservar a su descendencia los mejores lugares de la sociedad, cuáles son, aquellos en los que el disimulo es más llevadero y puede evitar en mayor medida el trabajar con las manos, la responsabilidad directa o incluso la más mínima turbación del espíritu noble y elevado de cuantos estamos llamados a gozar de la existencia en nombre del resto de la humanidad, para podéroslo contar en forma de música, poesía, películas, cuando no daros lecciones desde la superioridad moral o recomendaciones económicas para que conduzcáis vuestras insignificantes vidas por la senda del éxito por nosotros recorrida.
La gente que tiene su dinero en el banco, o sea, la pobre gente, a la luz de la sádica descripción zapateril, son personas confiadas que creen a pies juntillas cuanto se les dice, de modo que, siempre ha sido sencillo apaciguar a las masas bien con promesas políticas, bien con esperanzas religiosas que les permite invertir sus instintos de supervivencia, sucumbiendo a la Pedagogía Negra de Miller con sus consiguientes fatales resultados, interiorizando el mal que les acaece por su bien, como merecido castigo por una culpa primigenia con la que cargan desde su más tierna infancia, a saber: la de no haber hecho lo suficiente para igualarse a quienes desde lo más alto de la pirámide social, ahora le ordenan y mandan cuánto, cómo, cuándo y dónde tiene que hacer, al modo en como se trata a los niños pequeños o a los esclavos.
La Fe en los superiores es un rasgo sintomático de los pobres que permanecen como tales mientras participan de la misma, no siendo sencillo escapar de dicho círculo vicioso por cuanto la debilidad mental que propicia el estado de creencia, es debido a sus malas condiciones de vida y sobre todo alimentarias; Con todo, por mucho que sea su pobreza, el pobre no es tonto del todo y tiene la inteligencia suficiente para sufrir su cochina existencia que dependiendo de la Coca Trola que tome y las hamburguesas que ingiera, la achacará en el peor de los casos a la mala fortuna que rápidamente intentará sortear por medio de la lotería o el Horóscopo y en el mejor de ellos o lo que es lo mismo, que lleve una vida sana, a la famosa injusticia social, cosa que creerá poder corregir por medio de la democracia, que no sé si es para echarse a reír o llorar…En cualquier caso, fue esta Fe, la que le llevó en su día a interpretar la realidad social del siguiente modo: Los ricos y poderosos, lo son, porque han trabajado mucho antes, se han sacrificado duramente, han ahorrado y ahora recogen los frutos de su buena conducta y de su virtud. Sus hijos dirigen las empresas porque son propiedad de sus padres y ocupan los mejores puestos porque han podido estudiar una carrera…
Así, con la fábula de la cigarra y la hormiga sembrada en su cerebro desde la escuela – que para algo está – el pobre dio por buena la injusta situación histórica que personalmente le había tocado vivir y mirando más al futuro que le prometía esperanza, que al pasado que le habría evitado inútiles fatigas, se lanzó a emular a quienes él consideraba superiores con la ingenua idea de que con su trabajo, esfuerzo y privación, podría procurar a su prole el sublimado nivel educativo al que se asignaba la función de llave maestra que daba acceso al siguiente escalón social sin percatarse del techo de cristal que separa a la chusma de la élite. Mientras sucedió que la tecnología permitiera sustituir la espalda al Sol por el buzo azul, aquel por el cuello blanco y éste por el traje gris con maletín, digamos que el pobre llegaría a la Tierra Prometida, mas como a Moisés, a la mayoría de sus nietos les ha tocado verla de lejos, después de haber estudiado una carrera, aprender el puto inglés en EEUU, sacarse un Master en telecomunicaciones, saber informática, ofimática, disponer de coche propio, estar soltero, con certificado de haberse hecho la ligadura de trompas o vasectomía y estar dispuesto a ir a la Chinchapapa con tal de poder trabajar como un esclavo, que es para lo que siempre había nacido.