Como soy un hombre de marcada tendencia heterosexual en las cutro quintas partes de mis apetencias, no me interesa demasiado la Liga de los Campeones que se afeitan pero no se depilan. En consecuencia, no entiendo demasiado de fútbol como para atreverme ha completar una analogía plausible capaz de reproducir lo que sucede en los campos en el terreno de la política, porque salvo que en ambos escenarios hay mucho bullicio, insultos y patadas, poco más sería capaz de hilar al respecto.
Sin embargo, a colación de lo que viene sucediendo desde que el yerno de Vuestra Majestad ha sido pillado fuera de juego poniendo en riesgo y en entredicho la imagen de la entera Casa Real, a las dilatadas ovaciones que vuestro Monarca recibe a la primera ocasión de parte de los plebeyos que le rodean en calidad de cortesanos que os representan me refiero, primero la vergonzosa ofrecida por los Imputados en la inauguración de la Legislatura y ahora con la excusa de la conmemoración de la proclamación de “La Pepa” – de la que por cierto, bien se ocupara derogar su ancestro del que es un genuino chozno Vuestra Alteza – por poco que sepa del juego de las pelotas, no se me escapa el paralelismo que tan exageradas muestras de servilismo y tan recargados discursos de adhesión como los que leemos en los periódicos y escuchamos en radio y televisión, a parte de que los habrá de condición lacaya que les salga del alma, del resto parecen más fingidas o calculadas, trazan con los elogios que reciben los entrenadores de parte de capitanes, vestuario y sobre todo directiva, antes de ser destituidos en el siguiente Tontodiario.
Los aplausos, de estar todavía con las supermuletas el sujeto, podrían confundirse aún, con ese reconocimiento del público que se le brinda a un jugador mientras es retirado en camilla hacia los vestuarios por lesión. Pero no parece el caso. Se asemeja y mucho, a las típicas frases que se dicen poco antes de un partido decisivo para, como diría Rajoy, ¡Dar confianza! Exclamaciones que ni de refilón desea escuchar ningún entrenador en su sano juicio “ Cuentas con todo nuestro apoyo” “ La Directiva te confirma en el cargo” “Su permanencia al frente del equipo no depende del resultado” y demás cantinela habitual que brilla por su ausencia cuando todo va bien. Bueno salvo en los casos antagónicos de Guardiola y Mourinho que son digno de estudio.
Yo, que Don Juan Carlos, estaría más preocupado por tanto aplauso cariñoso, antes que por los previsibles abucheos hostiles que va a recibir en la próxima jornada de Copa cuando se enfrenten Catalanes y Vascos en Madrid, pues por un lado, cuando la limosna es mucha, hasta el Santo desconfia y por otro, recomiendan cuidarse del agua mansa que de la brava ya se aparta uno sin necesidad de aviso alguno.
Y aquí se agota mi capacidad para escribir más sobre el particular, no porque no sepa de fútbol como he reconocido al comienzo de estas líneas, sino porque el paralelo se estropea mucho antes de cruzarse en el infinito. Aquí, a diferencia de lo que ocurre en geometría, lo hace en el mismo inicio. Me explico: De un entrenador al que en breve se tiene previsto poner con los pies en la calle, oye todo lo ya apuntado y más; Pero la señal más clara e inequívoca de que algo se cuece, es la firme promesa de la inmediata firma de renovación…Y hemos aquí la dificultad. El cargo de Don Juan Carlos, además de vitalicio, es hereditario. ¡No se le puede renovar! Es el problema de tener un Rey como árbitro de la política nacional de España y no conformarnos como en fútbol, con un Marqués.