El obispo de Solsona, Xavier Novell, ha planteado recientemente culminar la misa con una comida fraternal en pos de fortalecer los lazos de la comunidad cristiana, según ha transcendido de su última glosa semanal dirigida a los curas de su Diócesis.
Supongo que ahora, muchos compañeros de Teología de Deusto, se estarán acordando de mí, pues hace décadas que vengo proponiendo algo más atrevidillo pero en la misma línea que el Obispo. Por ejemplo, mi amigo Alberto Cano, ingeniero catequista, ha debido soportar con más paciencia que el santo Job, mis recurrentes ocurrencias al respecto: Tenemos que hacer una alubiada bajo el pórtico de Santa María, para que la gente tenga acceso a los sacramentos; hay que introducir la pizza consagrada para comulgar; Ya verás como con estas medidas alimentaremos mejor la Fe que con ese hipotético cordero de Dios que quitará el pecado del mundo, mas no las ganas de comer. En todo caso, abre el apetito….
En un artículo hace tiempo publicado “Y el Verbo se hizo pecado” ya mostraba mi extrañeza por lo paradójico de que, en una religión como la nuestra, donde Dios se materializó en un cuerpo de carne y hueso – lo de que “se hizo hombre” suena fatal – santificando con ello el Templo terrenal del Alma Inmortal, los placeres que este le pueda aportar en vida, sean reiteradamente despreciados por la Iglesia. Pues bien, hoy toca presentar perplejidad por el curioso hecho de que, el motivo central de nuestro rito, cuál es, la eucaristía, naciera, no de un acto abstracto espiritual sacerdotal de marcado carácter institucional, sino de algo tan mundano como lo es un fraternal banquete de despedida al que acudió Jesús acompañado de sus más fieles colaboradores que ha pasado a la historia como “La última cena”.
Etimológicamente, el término “Eucaristía” procedente del griego (Eu) que significa bien y (Járis) que puede traducirse por resplandor, gracia, belleza – de ahí las tres Gracias – tradicionalmente se le ha asignado el sentido sacramental de “Acción de gracias” por parte de los fieles hacia la divinidad. Y sin embargo, también cabe, no sin cierto grado de libertad, interpretar la Eucaristía como ¡Buen provecho! que parece más conforme con los hechos aquella noche acaecidos.
Porque es curioso, que de los Siete Sacramentos Capitales, cuatro suelen ir acompañados de banquetes y jolgorio ( Bautizo, Comunión-Confirmación, Matrimonio y Orden Sacerdotal) uno tenga que ver precisamente con la abstinencia de ello ( Penitencia) otro por fuerza se ve impedido para ello (Unción de los enfermos) y la Eucaristía, dónde explícitamente se habla de pan y vino, resulta que estos aparecen representados por la más rácana escuela de cocina minimalista que quepa imaginar. Y es verdad que no sólo de pan vive el hombre. ¡Pero hombre! ¡Viva el pan! Que la Fe no se alimenta de rezos y oraciones.
Los momentos más importantes de sus vidas, la gente corriente suele festejarlo por medio de comidas comunitarias donde a falta de otro motivo para ser felices en la vida, llenar la andorga en compañía de familiares y amigos, satisface esas otras ausencias del espíritu permitiendo sobrellevar lo que Kundera definiera como “la insoportable levedad del ser” y toda la vanidad que comporta la existencia como bien advirtiera al final de su reflexión Qoheleth en “Eclesiastés”. Por ello, resulta todavía más chocante que festejando por todo lo alto con pantagruélicos banquetes el nacimiento de Jesús durante la Noche Buena, la irrupción del Año Nuevo en Noche Vieja, los excesos de Don Carnaval y su antítesis Doña Cuaresma que lejos de negar esta realidad, la ratifica al asociar la pena por la muerte del Señor a la abstinencia y su supresión retornando a la normalidad tras su Resurrección, resulta que, los cristianos en misa, se comportan como en un funeral: entran y salen en silencio, no ríen, no se abrazan, se levantan y se sientan de forma rígida, cantan fatal…cualquiera diría que se alegran por hallarse en la Casa de Dios.
En su origen, todos los cultos religiosos descansan sobre la ofrenda de alimentos; primero para devolver a la diosa naturaleza parte de lo que esta nos entrega para nuestro sustento; más adelante para mantener a los miembros de la sociedad que se dedicaban por entero a su culto por medio de sacrificios en forma siempre de proteínas que eran de más provecho humano que divino como señala con agudeza M. Harris en su obra “Bueno para comer”; y finalmente se llegó a la fórmula del Banquete ritual propio de los antiguos Misterios cuya viva representación actualizaba modelos mitológicos como el Banquete de los Dioses del Olimpo o el de Odin, encontrando su sublimación intelectual en el conocido Diálogo de Platón.
Es una lástima que la Iglesia se regodee en la triste figura del Cristo muerto y crucificado ante cuya presencia todo dios pierde el apetito, en vez de exaltar su gloria representando más a menudo las estampas evangélicas en las que aparece de juerga comiendo y bebiendo rodeado de mujeres y amigos. Claro que entonces, ello podría sugerir una incómoda reminiscencia baconiana de nuestras creencias del todo inconfesable.
Ahora el problema es de financiación. Ya no existen esos Grandes Hombres de los que nos hablaba Marvin Harris en su libro Caníbales y Reyes, los cuales mediante sacrificios a los dioses, organizaban grandes festines redistributivos, que proporcionaban proteínas al personal. Eran los precedentes del llamado estado del bienestar. Pero en cuanto llegó el Estado, los dioses empezaron a comer cosas como la ambrosía, o simp lemente pasaban de nutrirse. Y así vemos como en el islam, el budismo y el cristianismo, los banquetes se trasladan al reino de lo espiritual. Todo parece indicar que cuando el estado se mete en religión, empiezan los recortes tipo Rajoy.
La idea del obispo de Solsona me parece excelente, porque una religión como la nuestra, tan llena de símbolos abstractos, necesita de cosas más tangibles para aumentar el número de sus adeptos.
Estimado Nicola ,solo agregar que siempre mantengan alli en la gran Espana la fe en el catolicismo apostolico ,lo principal de la sociedad decente espanola y lo principal para la juventud ,eso creo , las generaciones de hoy deberian retornar a las iglesias los Domingos .
Disculpen lo irreverente de mi chacota, pero creo que este es un medio lo suficientemente relativista como para poder soportarlo con humorístico talante.
A tenor de las uniones en común de parroquianos con el nuevo acicate del homenaje al propio cuerpo que supone el comer y beber; por mi parte: adelante con los faroles. Pero eso de pensar que allí darán hostias como panes, me pone las zapatillas de correr y en mi caso en particular, como en casa no como en ningún sitio.
Prometo no aparecer allí de gorrón sin ser invitado expresamente.
Por cierto: ¿Eso sería en todas las misas o sólo para la más cercana a la hora de comer, sobre la una y media?
Un saludo y recen con la boca cerrada mientras tengan un bocado en proceso de ensalivamiento.
Si alguno puede pronunciar con claridad el nombre «Gregorio Valparda» mientras bebe de una bota de vino, pudiera considerarse objeto de milagro y el fenómeno se iría retroalimentando hasta el punto de necesitar construír allí una Basílica, pero ojo a las burbujas, que las enreda el diablo.
Coman con moderación.
Eso es todo. Un abrazo.
Amigo Carlos, no pongas palos en las ruedas….a las misas de la mañana les siguen desayunos, a los de media mañana bocatas de almuerzo, a los del mediodía comidas, a las de la tarde meriendas, alas de la noche cenas. Ten cuidado con lo que dices, que esta gente gusta mucho de arrepentirse.