Los antiguos Faraones, viajaban al “Más Allá” acompañados de un extenso séquito al objeto de que le sirvieran en la Eternidad como lo habían hecho durante su corta estancia terrenal, todo un privilegio para los escogidos en un tiempo que dicho viaje estaba reservado exclusivamente a su sagrada figura. El resto de la población, formada en un fuerte sentimiento espiritual de Común Unión Nacional, se consideraba literalmente “Salvada” de la muerte a través de su Resurrección, de ahí, su colosal empeño en la momificación, la construcción de Pirámides así como el detalle con que dejaran por escrito los procesos de la inmortalidad del Alma, fuente de la que beben todas las Tradiciones monoteístas en el “Libro de la salida a la Luz del día” conocido erróneamente por el “Libro de los muertos” cuando precisamente versa de lo contrario.
Los Faraones, eran entonces los garantes de la vida de su Pueblo, como el Nilo lo era de Egipto. Poco a poco, según fuera desconfiándose de que la Resurrección de un solo individuo garantizase la vida Eterna de la entera comunidad, el turismo intervital fue extendiéndose hasta alcanzar a las capas más bajas de la sociedad. Cuando esto sucedió, cuando todo el mundo tuvo certeza de que al terminar esta vida, había otra, ¡por supuesto mucho más espléndida! -de lo contrario haber quien es el tonto que se apunta- empezaron las dificultades para encontrar voluntarios para acompañar al Faraón. La atractiva imagen del Paraíso había calado muy hondo y la vida eterna de servicio que el Faraón pudiera ofrecer, no era ya tan apetecible. Desde entonces, hasta los Faraones desearon hacer el viaje solos. Hoy, a lo sumo, algunos desean morir acompañados; mas, ir al otro barrio…¡Eso ya es otra cosa! De hecho, la Iglesia Católica extrañamente no casa para la Eternidad, sólo “hasta que la muerte os separe” porque la mayoría aspira a ir al Cielo y no al Infierno.
Y ahora que dicha mayoría ha dejado de leer, por aquello de que el tema del suicidio en los medios de comunicación es más contagioso que un bostezo en la Ópera, paso a tratar lo que me interesa que daremos en llamar “Eso”.
Si como dicen, el proceso de la muerte es parte de la vida, ninguno de ustedes puede discutirme que Eso, es una opción vital, acaso la más ética de cuantas existen. Una persona que hace Eso, merece todo nuestro respeto cuando Eso es fruto de una decisión racional. Y de compasión, en caso de haber preferido Eso a vivir como vive. Quienes acusan de cobardes a quienes cometen Eso nunca han pasado por una situación en la que Eso sea una opción seriamente a contemplar. Yo, si Dios quiere, tengo intención de hacer Eso algún día, si se dan las circunstancias favorables de plenitud y felicidad, aunque no descarto la acción para otros propósitos como escapar de un sufrimiento gratuito o con propósito de hacer un poco de pedagogía.
Y hablando de pedagogía…La Iglesia refiriéndose a otro “eso”, se ha esforzado para que los hombres no hagan “eso” y de hacerlo, no lo hagan solos. Mira por dónde, la secuencia habitual de una circunstancia social que empuja a la gente a hacer Eso de modo epidémico pero a modo individual, pronto sucumben al denominado por mi “Síndrome del Faraón” y dejan de hacer Eso a solas.
Esta es la verdadera razón por la cual los actuales Faraones político-económicos, cual dioses aztecas degenerados de sus antecesores egipcios, que viven de la sangre de sus víctimas derramada en los continuos sacrificios humanos a los que condenan a sus desgraciados súbditos, dicen ahora, querer evitar Eso, por miedo a que las personas hartas de sufrirles decidan no hacer Eso solos.