El ministro de Educación, José Ignacio Wert, recientemente ha animado a los universitarios a dejar de estudiar sólo lo que les apetece y a pensar más en términos de necesidades y futura colocación, para acto seguido, en una reflexión más amplia señalar que, algo se debe estar haciendo mal cuando más de la mitad del alumnado está adscrito a “Ciencias Sociales” y que el país no se debe conformar con compararse con países maduros en el ámbito de producción científica sino que también debería medirse con los emergentes que, a su juicio, llevan ventaja a España.
Según atendía al comentario, se me iba quedando cara de sospechoso. Yo, habiendo cursado la carrera de Filosofía por vocación y la de Teología por curiosidad, a lo mejor, sin darme cuenta, había contribuido a la debacle de la Patria; a los malos resultados cosechados en los últimos años en el Informe Pisa; a la caída en picado de nuestra calificación en materia educativa que nos sitúa a la cola de los miembros de la OCDE… Con este sentimiento de culpa adquirido, me entraron unas terribles ganas de inscribirme en un curso de CCC para aprender contabilidad por correspondencia, por correspondencia con el Maestro Bárcenas, para que las clases me lleguen vía sobre.
Tras esta amalgama argumental encubierta apelativa, se arrastra sutil un burdo axioma, cuál es, “El que vale ¡Vale! Y el que no, ¡va a letras!” que no por cierto, deja de ser ofensivo, que por algo llamarle en público ¡puta! a una prostituta profesional, puede ser motivo de querella. En consecuencia, sin entrar a discutir la función social que cumplen las letradas cigarras para con las científicas hormigas, ni valorar por qué las buenas abejitas técnicas mantienen a los zánganos meditabundos, bueno sería recordarle al señor Ministro la aceptación universal de la “Pirámide de Maslow” quien formulara una jerarquía de necesidades humanas donde conforme se satisfacen las más básicas de una sociedad como lo son el alimento, el cobijo, la vestimenta, etc, situadas en la base de la pirámide, esta genera necesidades y deseos más elevados como por ejemplo búsqueda de respuestas morales, ideal de belleza, sentido de la vida que aparecerían en la cúspide.
Si aplicamos a la Educación las leyes liberales del mercado como se pretende hacer también en Sanidad, bueno sería dejar hacer a la Mano Invisible descubierta por los rayos X de Adam Smith, para que por su milagrosa intervención corrigiera las comprensibles desviaciones de los individuos quienes llevados por la ley de la oferta y la demanda, no dudarán en elegir lo que les conviene antes de lo que desean. Claro que para ello, debería mediar una gran diferencia entre dedicarse a saberes improductivos como las carreras denominadas “Humanidades” donde abundan filólogos, filósofos, musicólogos, pedagogos, historiadores y gente del todo incapaz de arreglar un grifo que gotea y los conocimientos productivos como las denominadas “Ciencias” repletas de biólogos, geólogos, físicos, químicos, personas de valía, pues cada vez parecen más cercanas las cuantías dedicadas a las primeras vía subvención en el BOE a los presupuestos recortados para investigación de los segundos.
Empatadas ciencias y letras en salidas laborales cuyo mejor destino parece ser el extranjero, abocados todos a vivir de becarios en trashumancia perpetua de congreso en congreso para tener cama y comida gratis durante el verano a cambio de una ponencia, por no hablar de las eternas labores serviles a realizar entre despachos para hacer méritos por si algún día cae alguna plaza a la que aspiran otros cien esclavos…no es extraño que la dilatada tradición artístico-intelectual de místicos, filósofos, poetas, músicos, pintores como Sta. Teresa, Ortega, Quevedo, Falla, Goya, etc, haya impuesto su tendencia entre los jóvenes a la otra, también probada tradición de médicos, inventores, ingenieros, científicos, de la talla de Servet, Isaac Peral, Torres Quevedo, Ramón y Cajal, Severo Ochoa y tantos otros que parecen olvidados como los diseñadores de la fregona o el chupa-chups.